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El carné por puntos y el Santo Oficio

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Julio 2006
 

Estaba leyendo un libro muy entretenido, La Catedral del Mar, y en una parte en que el Inquisidor General de Cataluña, Nicolau Eimeric, maquina toda una treta para apoderarse de la fortuna del protagonista, un acaudalado prócer de la ciudad de Barcelona, me entró una extraña desazón: ¿a qué me recuerda esto? me pregunté, y de pronto, me vino a la mente la respuesta: al carné por puntos.

A pesar de la mezcla de sangres que tenemos todos los españoles, parece como si hubiese un factor genético constante en todos los que acceden a algún tipo gobierno, sea este cual fuere, desde el sargento chusquero, hasta el Ministro de la Gobernación, una especie de cromosoma de feudalismo que incita al individuo a joder al prójimo.

En la citada novela, que describe con desgarradora fidelidad la estúpida crueldad con que los nobles y prebostes de la Iglesia exprimían hasta la muerte a los indefensos payeses y comerciantes, vemos como cada vez que al Rey se le ocurría alguna nueva guerrita y necesitaba oro para costearla, exprimía hasta la fractura a sus abnegados súbditos que, no pudiendo ya cumplir con las demandas reales, o bien se rebelaban, o bien caían ante las armas de aquellas huestes a las que siempre habían pagado, supuestamente para que velasen por sus intereses.

En cualquier caso el resultado era el mismo, miseria. Miseria provocada por unos mandatarios caprichosos e incompetentes que no veían el límite de hasta donde podía apretar las tuercas a los ciudadanos contribuyentes.

En España, la Inquisición fue abolida a mediados del siglo XIX, que manda Huebos, pero ese sentimiento de desprecio por los derechos de los ciudadanos, se ha mantenido en las retorcidas cadenas genéticas de nuestros gobernantes mediante complejas mutaciones, hasta llegar a este esperpento con que nos acaban de dar otra vuelta de rosca.

Es por el bien de todos, nos dicen, machacando a los conductores desaprensivos, los prudentes irán más seguros y nuestras carreteras serán como jardines en flor en vez de campos de batalla.

Buena campaña publicitaria, lo reconozco, pero ¿me pueden decir porqué no se han retirado previamente todas las limitaciones de velocidad instaladas de forma incoherente en cientos de puntos de nuestras carreteras donde habitualmente se apostan controles móviles?

En la autovía de Avilés, en el tramo que estuvo en obras por el entronque de la nueva circunvalación, se mantiene un tramo a 80, nadie sabe porqué, salvo para que los Mangas Verdes hagan su cosecha, como denunció hace ya más de dos meses el diario La Nueva España.

¿Es por nuestro bien poner en medio de una recta un cartel de 70, sin ton ni son, para que la benemérita recaude su tributo, provocando frenazos y no pocos accidentes, entre unos conductores que simplemente intentan no caer en la trampa?

Pero lo más sangrante está en esa grotesca limitación de 0,25 mg/l de alcohol que nos puede amargar la existencia y que de hecho, a quién está arruinando ya es a la hostelería, y de paso a nuestras buenas costumbres gastronómicas.


Me preguntaba David el de La Tabla, una de las grandes cocinas del Principado y quizás la mejor oferta de vinos de España, porqué hacía tanto tiempo que no iba por allí, y le contesté la verdad:
- Porque comer en tu casa con agua es un crimen, y arriesgarme a perder el carné, una temeridad.
- Ya, me respondió cariacontecido, no eres el único, llevo más de un año sin reponer los grandes maltas porque ni Dios pide un destilado, los que conducen por miedo y los acompañantes por solidaridad.

Y detrás de las copas vendrán los vinos y detrás de los vinos la comida, porque en España comemos con agua cuando estamos en el hospital o a régimen, pero no cuando salimos dispuestos a pagar 50€ o 100€ por disfrutar de una buena mesa.

Como ya hace años avisé de la que se avecinaba y ambos artículos están en esta web (Alcoholímetros nefastos y Alcoholímetros y asociaciones de hostelería ), no voy a repetir cuales van a a ser las consecuencias de esta aberración legislativa, solo advertir de lo que está sucediendo ya en Francia: La cantidad de conductores que circulan sin carné es de tal envergadura, que el Gobierno galo está ya planteándose hacer una reforma de la ley y aplicar una amnistía general porque, de seguir así, el caos social que se puede desencadenar, llevaría a una anarquía imposible de reconducir a los cauces del estado de derecho.

En España siempre se ha mantenido la sana costumbre de comer con un par de copas de vino, pero las autoridades quieren que bebamos como los anglosajones, a escondidas, para emborracharnos como enfermos, como criminales.

De momento las cosas están así y solo cabe patalear, que es lo que estoy haciendo. Esto y tener mucho cuidado, porque después de once meses de presión en el trabajo y en la ciudad, las vacaciones nos incitan a mandar todo a paseo, a disfrutar un poco de la vida, a pasar un buen rato comiendo sardinas con vino fresquito, pero recuerden, la pasma no descansa, así que, hasta que no vacunemos a los gobernantes contra la estupidez, habrá que cumplir las normas, porque terminar las vacaciones y encima sin carné, puede ser como para echarse al maquis.


Cofradía de la sidra

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Diario El Comercio año 1999.
 

Con una luna de retraso (la sidra es una bebida eminentemente lunar, y por ello sus ciclos se rigen por las caras de nuestro planeta) hemos celebrado el Primer Mosto, que es el nombre con que institucionalizamos la fiesta del otoño (en la primera luna de primavera, D.m., celebraremos la Primera Sidra), y con ella, iniciamos el curso 1999 - 2000.

Pero ¿quienes somos esos de los que digo «hemos»? Pues lógicamente, los integrantes de la recién constituida Cofradía de la Sidra.

«- Eso ye mentira, afirma contundentemente un lagarero mofletudo y cabezón que acaba de escuchar el anuncio, yo soy lagarero de toda la vida y a mí nadie me ha consultado ni pedido permiso para hacer una Cofradía.

- Tienes razón, apostilla otro colega de notable panza y coloretes de manzana Xuanina, a mí, que soy el mejor lagarero de Asturias, tampoco me han avisado.

- Toy contigo en que eso de que son unos cantamañanas, interviene un tercero, pero en lo del mejor de Asturias, será pasando por encima de mí cadaver ¡eh!».

A partir de ahí se enzarzaron en su eterna disputa, aquella que legendáriamente empezara hace miles de años en la isla de Avalon, y pasaron olímpicamente de la Cofradía.

¿Porqué seremos tan iconoclastas los asturianos, que incluso antes de conocer el simbolismo y la razón del propio icono, ya queremos destruirlo?

Para empezar, una Cofradía no es una agrupación gremial, si no de consumidores, y por tanto, aunque no se excluya puntualmente a ningún profesional del sector, el caracter de esta asociación es netamente altruista, sin que pueda ni deba intervenir en planteamientos empresariales, y por tanto, no solo no tiene la obligación de contar con los productores, si no que incluso, en principio no debe hacerlo.

Otra cosa es que una vez en marcha se establezcan relaciones de amistad y colaboración, como sucede con otras tantas: la de la Pedra Moura de los aguardientes gallegos, la de los vinos de Rioja, la del Cava de Sant Sadurní, y un largo etcétera repartido por toda España.

El concepto de Cofradía gastronómica, se acuño en Borgoña en 1933 con la Confrérie de Chevaliers du Tastevin (en la edad media eran gremiales, y como para ser autorizadas tenían que ponerse bajo la advocación de un santo, pues terminaron siendo únicamente religiosas), y el éxito de sus actividades fue tan sonado, que en poco tiempo, todas zonas vinícolas siguieron el ejemplo, siendo los propios empresarios quienes promovieron este tipo de asociaciones.

«¿Y como es posible que en Asturias no se haya creado una Cofradía de la Sidra casi hasta el año 2.000?», me preguntó un compañero radiofónico.

En fin, ya sabemos que la vida del gastrónomo es corta y dura, pero al menos en la fiesta del Primer mosto reinó la buena voluntad, y todas las cofradías asturianas, Amigos de los quesos, Buena Mesa de la Mar, Curadillo, Sabadiego y hasta Restaurantes de Fomento de la Cocina asturiana, nos apoyaron compartiendo un culín en el lagar de Trabanco.

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Carta de puros

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Diario El Comercio año 1999.
 

Hasta hace algunos lustros, era frecuente ver a las amas de casa manosear las barras de pan y hacerlas crujir para ver cual era la que mas le apetecía, con lo que el que venía detrás, tenía que tragarse el cuchu residual de la vecina, o hasta las miasmas del abuelito recién curado.

Afortunadamente ya es raro encontrar establecimientos que permitan tales actos antihigiénicos, pero sin embargo cuando se habla de hacer lo mismo con los puros, son los propios hosteleros quienes ponen el grito en el cielo alegando que si no llevan la caja a la mesa, no venden uno.

Bueno. ¿Y qué?

Acaso es su modo de ganarse la vida, o un servicio mas de su establecimiento.
Y cuando se encuentran con que en el fondo de la caja de Montecristo del Nº4, hay un par de ellos hechos astillas ¿donde está la ganancia del resto?
Claro que este problema suele quedar zanjado subiendo el margen comercial, u obligando a ese cliente poco habitual a tragarse los puros maltrechos, ambas conductas bastante frecuentes en no pocos locales de medio pelo, y que inciden de forma directa en los aficionados, induciéndonos a los consumidores a llevar nuestros propios cigarros.
Y aquí se plantea otra pregunta: ¿es ético ir a un restaurante con los puros en el bolsillo?, porque yo nunca he visto que los clientes entren con el vino o el jamón bajo el brazo.
Además, suele ocurrir que, por razones de obvia educación, no vas a encender un puro sin ofrecer al resto de contertulios, y así tu cubierto se puede ver incrementado respecto al de los demás en mil o dos mil duros, lo cual no tiene ni pajolera gracia.

Otra costumbre bastante folklórica de nuestra hostelería es acudir a la mesa con todas las cajas que haya en existencia, con lo que además de los ejercicios malabares que tiene que hacer el camarero de turno (llevar apliladas diez o doce cajas de diferentes tamaños, es todo un numerito de circo), el zafarrancho que se puede montar en la mesa puede ser morrocotudo, y no digamos ya si hay algún listillo que empieza a abrirlas una detrás de otra, generalmente para terminar escogiendo el canario mas baratín.
Luego, claro, llega el clavel, porque hubo un par de simples que eligieron «uno finito», sin saber que el Davidoff 3000 cuesta lo que una botella de Ribera del Duero, y si el cubierto supuso 4.000 del ala, pues la sobremesa subió otro tanto.

La solución es bien facil: Carta de puros.

En ella, al igual que sucede con los vinos, las diferentes variedades podrán ofrecerse de forma ordenada en función de sus calibres, origen, potencia, u otros parámetros, sobre los cuales un buen estanuqero podrá asesorarnos, tal y como sucede ya con algunos proveedores de bodega.

En ella vienen reflejados los precios, y podremos comparar las ofertas de cada casa.

Incluso el summiller debería poder asesorarnos (Tabacalera está impartiendo cursos gratuitos para profesionales), y hasta encenderlos, como sucede en Ducasse, donde, usando una boquilla de plata para evitar el chupeteo, si es nuestra voluntad, el puro nos llega ya listo para su degustación.

Claro que todo esto solo es válido si ya el estanquero, que debería ser máximo profesional, se comportase como es debido, y no permitiese que ese amiguete, en algunos casos ni eso, metiese la mano en tres o cuatro cajas, hasta dar con esa Faria que al parecer es de su gusto.

 Hay más humo en Fumando un puro, Puros y Puros sin garantía

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Cofradías gastronómicas

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Diario El Comercio año 2000.
 

De un tiempo a esta parte parece ser que cada ayuntamiento, pueblo o hasta parroquia, cuando no sabe qué santo venerar, o como rentabilizar el presupuesto de su comisión de festejos, recurre a organizar unas jornadas gastronómicas, una cata de sidra, y un concurso de cocina en torno a cualquier asunto local, por peregrino que sea.

El siguiente paso es formar una cofradía gastronómica en defensa de un producto cualquiera, aunque sea importado de Noruega, y a partir de ahí ya es el todovale, porque como, según ellos, el fin justifica los medios, pues Viva Dios que nunca muere y tira p’alante que cuela.

Pero las cosas no son así, o al menos no deberían serlo, porque la gastronomía es un tema muy serio, no solo como recurso económico si no ante todo cultural, y tratarlo frívolamente hasta el punto de llevarlo al esperpento, es, o debería ser, motivo de control administrativo (por ejemplo se podría cortar el chorreo de subvenciones que patrocinan festejos absurdos, dejando huérfanos proyectos formales con objetivos de estudio y promoción de determinados recursos agroalimentarios).

¿Son por tanto las cofradías unas peñas de amigotes que se juntan de vez en cuando para comer de gorra , echar un mus y sacar algunos duros a la administración?

Desgraciadamente esa es la imagen habitual, y puede que haya alguna que así se comporte, sin embargo, como conocedor del tema, he de romper una lanza por estos colectivos, porque en su mayoría desarrollan una labor sorda de gran importancia para la gastronomía asturiana, y si su caracter es lúdico y su ambiente natural tiene aspecto festivo, eso es sencillamente porque la buena mesa debe ser alegre, y ya que están haciendo una labor altruista, pues al menos tendrán derecho a pasarselo bien.

Vamos, digo yo.

Pero vayamos a su parte formal, a la desconocida, a la creativa, porque farturas aparte, los que tiramos del carro, sabemos la pila de horas que se gastan gratuitamente en cada uno de estos actos.

Pongamos por ejemplo la del Curadillo, que además de haber recuperado un producto típicamente pixueto y haberlo difundido por toda España, está editando una colección de libros sobre productos de nuestra mar, que ya en su tercer volumen, ha despertado verdadera expectación en todos los medios de comunicación, incluso internacionales.

Y qué decir de la del Sabadiego, que de un humilde, casi miserable embutido, ha montado un zafarrancho que pone cada año a Noreña en boca de medio país.

«¿Pero qué demonios es eso del sabadiego? me preguntaba el otro día en Madrid, Andreu Parra, un colega catalán, porque oigo hablar de él por todas partes, y todavía no me he enterado de qué se trata.»

«Pues ven a Asturias y pruebalo, le contestó Pedro Morán, que para eso se molestan los de la cofradía en convocar un Premio nacional de periodismo».

¡Touché!

¿Y qué me dicen de de la Guía de Quesos de Asturias que hizo La Cofradía de Amigos de los Quesos del Principado de Asturias (editada por Cajastur), pues sencillamente formidable.

Parece que ya es inminente la aparición de la Dieta Cantábrica, obra de la avilesina Cofradía del Colesterol, otra aportación más.

Pues señores lectores, todo esto es cultura, y futuro patrimonio de Asturias, que no solo hacen altruistamente los cofrades, si no que encima les cuesta sus buenos duros.

¿No es como para tomarselo en serio y reconocer públicamente su labor?

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El Business etic y los libros de cocina

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Publicado en revista Viandar, año 2003
 

Este es un tema que desgraciadamente da poco pie al humor y a la imaginación, sobre todo a los que vivimos de ello. Vamos, como que nada. Por eso no lo quise tocar antes porque huele a rancio, a soez, a sórdido, incluso a fracasado. No obstante está ahí y por eso hay que sacarlo a la luz, aunque la podredumbre esté tan incrustada como en una vieja ancla que compró mi padre en un desguace y a la que por mucho que intentásemos sanear, incluso taladrándola con brocas, cada poco tiempo vomitaba una nueva bocanada de óxido.

España es un país que, por encima de todo, hasta del dinero o la religión, venera los poderes fácticos.

Yo tenía un amigo que dejó de ir a las manifestaciones porque decía que sin los porrazos de los grises, ya no tenían gracia.

- Hombre, le aconsejé, siempre puedes pedirle a un antidisturbios que te dé cuatro hostias.

- No es igual, no es igual, me respondió, le faltaría espontaneidad, no habría ese morboso terror a la autoridad con que tanto gozábamos en los setenta.

Cualquier siniestro personaje que sepa sacar partido a la mediocridad ambiental, subirá al poder. Un desalmado inquisidor que decapite sin pestañear al mas inocente vecino, amasará una fortuna. Ese miserable pelotas incapaz de tener una sola idea propia, andará por caminos de rosas a la sombra de algún vanidoso triunfador. Aquel pusilánime tiratintas adulador de taberneros, llegará forjar un nombre entre las letras gastronómicas a base de no comprometerse jamás, ni decir con voz propia lo que intenta publicar con seudónimo.

Me escribió un lector felicitándome por el articulo “Feliz 2003”. A modo de resumen copio un párrafo: “Me encanta, pero estás como una cabra. Vas a conseguir que te quiten tu columna ...”. El lector, ya amigo, me ofreció una moscovita y unas resmas de papel para entretenerme el día que Mikel Zeberio haga caso de su director de marketing y me dé una patada en el culo, decisión compartida por la mayoría de revisteros, guieros, y criticadores, a quienes desde estas páginas en algunas ocasiones les hemos tirado de la manta y se han puesto como fieras.

Pero el mundo sigue girando mediante el impulso de esa cuerda mediática en la que hay que dar terribles voces de indignación contra lo que los poderes fácticos manden, ora la E.T.A., ora la Guerra contra Irak, ora la capa de ozono, pero ay de tí como se te ocurra protestar por la corrupción de ciertos estamentos, la vergonzosa mediocridad de la Justicia, la mas que dudosa honestidad de ciertas leyes, o simplemente la soporífera apatía de tantos y tantos periodistas que solo piensan en como mantenerse en su cargo hasta la jubilación, viendo pasar a su lado los cadáveres de aquellos compañeros que intentaron cumplir con su ética profesional, denunciando las barbaridades o simplemente las basurillas que pululaban a su alrededor.

Podría citarles mi propio caso en que por explicar a los lectores la diferencia entre lo que vale un vino y lo que cuesta, el director comercial de la marca citada amenazó al Grupo Vocento con retirar la publicidad y este se cargó sin mas preámbulos todo un suplemento gastronómico que era la sección estrella del periódico. Claro que meses después, cuando el citado individuo fue despedido de aquella empresa, una revista especializada le dedicó todo un reportaje ensalzando sus virtudes como salvador de la bodega, cuando en realidad no hizo otra cosa de fundir varios miles de millones de pesetas, algunos de lo cuales, curiosamente, habían ido a parar a manos de los elogiadores. Claro.

Pero hoy tocaba el turno a los libros de cocina, escabroso tema que hasta ahora se había librado de la lupa a pesar de mover también miles de millones, pero ¡de €uros!

Hace algunos años, cuando aún publicaba por cuenta ajena, escribí una colección llamada La Cocina Estacional. Salieron dos tomos, los correspondientes a Verano y Otoño, pero el ritmo se interrumpió porque Alianza Editorial cambió el diseño de su colección de bolsillo y no sabía si reeditar los dos ya aparecidos con el nuevo formato o si seguir con el antiguo para los dos que faltaban. Aún siguen pensándoselo ¡Y van siete años! Suena a coña y lo es, pero en el fondo late un pequeño drama: las librerías rebosan de libros de cocina, cientos y cientos de nuevos títulos, pero la mayoría de ellos son refritos, reediciones de obras que perdieron su actualidad cuando el Caudillo juró bandera, obras compradas a multinacionales en las que ilustran un cocido maragato con una foto de “Pot au feu”, sin tan siquiera molestarse en ocultar la botella de Chablis que en su día financió la edición francesa.

Escojamos un ejemplo: Cocina Tradicional Española, de Ediciones Librum. Las autoras de las recetas se llaman Atkinson, Clark, Farrow, y cosas por el estilo, salvo la prologista que se apellida Franco (será por darle algún saborcillo tipo “Bienvenido Mr. Marshall).

No dice nada de fabadas, potes, cocidos, escabeches, marmitakos, bacalaos, asados de cochinillo o lechazo, migas, etc. En cambio cita como cocina tradicional: Cazuela de pollo con higos especiados, Dátiles con chorizo, Gambas con guindillas, Pollo con jamón y arroz, Filetes de pescado con naranja y tomate ... ¿Acojonante verdad? Bueno pues eso no es nada si tenemos en cuenta que describe la receta de la Tortilla Española con: judías de bote, tacos de pimiento, apio, semillas de sésamo y pimienta negra, ¡ y sin patatas!

Podría citarles anécdotas como estas hasta decir basta, incluso errores de traducción que, como ni tan siquiera han contratado a un cocinero para hacer las correcciones, nombran lenguado a un salmonete, champiñón a un rebozuelo o pintada a una perdiz (estoy hablando de una importante obra de una de las principales editoriales españolas).

“Pues con no comprarlos, a otra cosa mariposa”, me dirán ustedes, pero es que resulta que estos bodrios son los que venden, saturan la oferta, malean el mercado y, sobre todo, permiten que ciertos traficantes, hagan fabulosos negocios imprimiendo en Vietnam y encuadernando con niños en Bangla Desh, mientras que la industria española y los escritores, tenemos que hacer piruetas para sacar adelante libros que podrían recuperar tradiciones, educar a los consumidores o simplemente entretenernos con una lectura mínimamente cualificada.

Evidentemente es legal hacer esas cosas, por ejemplo comprar a Dorling Kindersley Book las colecciones que publicaron en Inglaterra hace diez años y lanzarlas en España como novedad, pero viviendo como estamos en nuestro país una Edad de Oro de la gastronomía, creo que era de rigor que al menos una revista publicase una columna independiente, libre de las presiones de la publicidad, del control del inquisidor de turno, de las no escritas leyes de silencio ejercidas por el amiguismo, en la que se pidiese a los lectores un mínimo de calidad de consumo. Un buen libro de cocina se disfrutará toda la vida, uno malo solo servirá para coger polvo e incordiar cada vez que se haga una mudanza.

Lamento que el plato de hoy fuese tan poco apetitoso, pero a veces los cocineros, además de la sal y la pimienta, también debemos usar el Fayri.

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El Código Da Vinci es un absurdo.

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Junio 2006
 

A estas alturas en que todos hemos leído la novela para poder afirmar con cierto criterio lo mala que es (los intelectuales dicen que solo pudieron llegar a la tercera página porque semejante bodrio les revolvió el estómago, así que tomen nota porque esto es lo más megapijo que se dice ahora en las tertulias literarias) y que igualmente hemos contribuido a llenar las arcas del pirata Dan Brown con las mil pelas de la entrada del cine, creo oportuno pronunciarme al respecto, afirmando que toda esta obra es absurda porque ¿Como es posible que ser humano alguno, aunque descienda del mismísimo Cristo, pueda recorrer media Europa y pensar con la claridad suficiente como para descifrar un código, sin comer?

No tiene ni pies ni cabeza, máxime desarrollándose la mayor parte de la trama en París, capital mundial de la gastronomía, hospedando incluso a Tom Hanks en el mítico hotel Ritz, donde podía haberse al menos cenado esos esparraguitos verdes con foie que con tanto mimo prepara el chef Michel Roth en L’Espadon, y que hasta te pueden servir en la habitación por el módico precio de 73€.

¡Hombre, por Dios!
Por lo menos una pinta de cerveza de barril de esas que sirven en los pubs ingleses (cask beer), tan cremosas y perfumadas, acompañadas con un sabroso pie de carne de Sayer (ver Empanadas ), o un simple sandwich de pan de centeno con rosbif, porque hasta los ingleses comen entre té y té ¿Qué menos se puede pedir para una pareja de jóvenes que están salvando el más preciado tesoro de los templarios, masones y senescales del Priorato de Sión?

Y eso en la película, donde solo van del Louvre al Roslyn, porque en la novela, en que hasta lo pasea por Oviedo, eso sí que es ya una tragedia, un absurdo, un sinsentido. Un tío que es capaz de construir por el morro un ferrocarril desde Andorra hasta La Escandalera y que no invite a su protagonista a reponer fuerzas con unos Caramelos de morcilla en Casa Fermín, es un cabrón, un tacaño, un indolente, un sátrapa, un hijoputa, vaya.
Por lo demás, al fenómeno Código da Vinci, yo no le veo demasiadas tachas.

La película tiene el inconveniente de que el cámara debía ser epiléptico, porque la mueve de forma tan convulsiva, que yo me pasé la mitad del tiempo mirando al techo, porque me pillé tal mareo, que hasta se me indigestaron las palomitas.
Pero bueno, es un Thriller, no peor que cualquiera de los que acostumbran a estrenar para lucir a Brad Pitt, George Clooney, Russell Crowe, Tom Cruise, Pierce Brosnan o el propio Sean Connery, porque anda que el pastelón que nos metieron con La Liga de los hombres extraordinarios, que no me jodan, que fue todavía más cutre y peor documentada que esta (y eso que Sean Connery es masón), y nadie puso el grito en el cielo.

En una tertulia televisiva, en la que el pestiño de Sánchez Dragó no paró de dar la lata para presumir de que no lo había leído (no sé entonces para qué coño le invitaron al programa), Javier Sierra, autor de La Cena Secreta, una magnífica obra que también ronda sobre el asunto y que está siendo sido Best Seller hasta en EE.UU. (es el primer español que lo consigue), apuntó la única idea original y sensata de toda la noche: “En EE.UU., han tenido que reeditar el libro de Camino y hay un verdadero boom de lectura y debate religioso y teológico, de modo que, aunque solo sea como revulsivo social, la obra de Dan Brown se merece cierto reconocimiento, sobre todo por la Iglesia católica, de la que solo se hablaba por los escándalos sexuales de los obispos pedófilos y sobre la que ahora se discute de temas de tanto interés como la integración de la mujer en su base.”
Ni que decir tiene que casi fue abucheado porque se había salido del guión, sobre todo por una especie de cirineo opusiano al que solo le venía el color a sus mejillas cuando pedía hoguera para el hereje por haber acostado a su Cristo con la Magdalena.

Dice la periodista Nuria Labari: “No hay crítico literario que no haya entrado al trapo del fenómeno ... Los críticos literarios andan entre escandalizados –porque les parece blasfemo el éxito de un libro que consideran malo...”, algo que yo no entiendo, porque si los críticos gastronómicos no escribimos columnas sobre la calidad de las hamburguesas que sirven en tal o cual Mc Donald’s, y los entendidos literarios consideran que El Código da Vinci no es literatura ¿porqué han publicado millones de artículos al respecto? (en Google aparecen 19.200.000 referencias).

Prosigue en su más que bien razonada crítica de elmundolibro.com : “Hasta hace unos meses no existía un Harry Potter para adultos, un fenómeno literario de dimensiones sociológicas”, pues ya está todo dicho, El Codigo da Vinci es como Harry Potter o como El Bulli, un gran negocio, una gran estructura de marketing, donde hay un poco de todo, menos comida.
Pero bueno, no por ello vamos a llevarles a la hoguera.

Retomando el razonamiento del Javier Sierra, yo estoy convencido de que todo esto lo ha subvencionado El Vaticano.
Ya Juan Pablo II estaba un poco mosqueado con el Opus porque una cosa fue comprar la canonización de Escrivá de Balaguer con la deuda del banco Ambrosiano y usar la imagen del Papa en las carátulas de los CDs como si fuese Michael Jackson, y otra querer parcelar la Plaza de San Pedro para hacer chalecitos adosados para los prebostes de la secta. Eso ya era pasarse. Y había que poner coto.

Con este tinglado, la Santa Madre Iglesia renovaría un poco la imagen de un pobre Cristo que solo salía a la luz hecho unos zorros en la cruz, rehumanizaría un poco su recuerdo, desesclavizaría a la mujer de su estigma pecaminoso y, de paso, pues le dabarían una toba en el escroto a esos fanáticos que se habían apropiado del gran paquete de acciones de la sociedad mediante una OPA hostil, durante el citado escándalo financiero que ellos mismo provocaron hace veinte años (tengan en cuenta que El Vaticano está considerado como uno de los principales Estados cut out del mundo, solo comparable a Nauru, Macao e Isla Mauricio, y muy por delante de otros paraísos fiscales como Bahamas, Suiza o Liechtenstein, porque en él, no solo se lava el dinero negro de la Mafia y de la droga, sino incluso del expolio nazi).
¿Conciben ustedes una crítica de más de nueve folios, para una película que no es más que un thriler de pacotilla, un “Harry Potter para adultos”, como afirma Nuria Labari?

Pues lean lo que escribe un tal Pablo J. Ginés Rodríguez en el portal de la ACI (Agencia Católica de Informaciones), por cierto un señor que solo aparece en Google vinculado a este artículo, así que, fuera de su casa y de los círculos fascistas vinculados con el OpusDei, no le deben conocer ni en su barrio.

El propio Opus Dei, en su Web Oficial, dedica a este simple asunto, nada menos que un espacio de diez folios, titulado “Criticas a 'El Código da Vinci' en periódicos de prestigio”, donde mezcla lo divino con lo humano, con el único fin de desmentir que buena parte de sus encausados usan cilicio. ¡Con la de cosas que tienen que esconder! Hay que ver la oportunidad de oro que han desaprovechado para quedarse calladitos. ¡Qué simples!

Qué proteste yo porque los tacaños de Dan Brown y Ron Howard no le pagasen respectivamente una buena fartura en La Venta del Jamón al profesor Langdon, o una cena romántica a la parejita en L’Arpége, aunque solo fuesen unas tapas en el Atelier de Joël Robuchon, pues yo creo que es razonable, pero de ahí a que se pida la restauración del Santo Oficio ¡Hombre, no! Que a ese paso la Inquisición va a dinamitar hasta la enciclopedia wikipedia por incluir un artículo sensato de este montaje comercial.

Ahora que caigo, en el cuadro de Leonardo, ni Dios tiene comida, ni un triste vaso de vino. ¿A ver si va a ser verdad todo esto?

Exaltación de la primavera

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Publicado solo en gallego en el libro A Cociña da primavera,
 

Todos los seres vivos de la tierra son receptivos de la magia de la primavera y los artistas, supuestamente los animales más sensibles del planeta, dedican sus más radiantes creaciones a esta estación del año.

Y yo me pregunto: si los compositores de música y pintura sienten la necesidad de crear las obras más bellas en honor a la época de las flores ¿porqué los cocineros no habríamos de hacer lo mismo?

Es cierto que los comerciantes de hostelería se afanan en preparar sus instalaciones para el lucrativo verano, pero ¿y los cocineros, los verdaderos artesanos de la restauración, que hacemos?

Durante estos meses la sangre se calienta y se altera haciendo funcionar las meninges a pleno rendimiento, las pasiones sensuales se desatan, la alegría recorre todo el cuerpo, pero ¿que hacemos los cocineros como tales artesanos?

Pues muchos estornudan por alergia al polen, otros buscan un hotel de la costa para hacer temporada, no faltan los que están de un humor de perros por tener que pasar todas las horas del día encerrados en una oscura cocina interior y, a los más, les importa un bledo la temporada del año en que estén porque para cocinar paellas, pollo al ajillo, o langostinos congelados a la plancha, les es completamente indiferente el mes en que vivan.

Sin embargo en estos días hay que dar gracias al cielo por haber salido del largo invierno, por poder respirar los nuevos aires que traen perfumes a campo y a flores, por correr a buscar los nuevos tallos que brotan en las huertas recién plantadas, o los primeros peces que salen de nuestros ríos. En definitiva, por sentir que nuestro trabajo puede ser uno de los más hermosos y variados que existen aun en esta sociedad esquizofrénica regida por el sucio olor de la tinta del papel moneda en vez de por la cálida luz del rey Sol.

La alegría de ver como una humilde planta de perejil brota de un tiesto, o el simple hecho de transplantar unos tiernos tallos de tomatera desde el invernadero portátil al huertecillo improvisado en una esquina del patio, son momentos mucho más gratificantes que los que se puedan vivir gastando parte del sueldo en unos grandes almacenes, y por supuesto más baratos, incluso hasta casi rentables.

La primavera es el momento para replantearse muchas cosas con más optimismo.

Sentir la fuerza y el vigor de la naturaleza, cargarse de la energía que el Gran Arquitecto del Universo nos regala desde la gran bóveda celeste con el rocío de cada amanecer, percibir en nuestra piel la tersura de las hortalizas recién cortadas y oler las fragancias de tantas y tantas cosas, mil veces más hermosas e importantes que el sucio dinero, porque no nos engañemos, nunca nos llegará a final de mes.

Y a quien le llegue, pues peor para el.

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La compra del soltero

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Diario El Comercio año 2000.

Muchas veces nos sucede que, cuando tenemos que hacer la compra, nos devanamos los sesos para responder a la temida pregunta de: «¿qué nos hace falta en casa?», a la que no sabremos responder hasta que, de vuelta en la cocina, nos demos cuenta de todo lo que se nos olvidó, y de todo lo que compramos inutilmente.

Ver una nevera vacía es depresivo y recurrir al Telepizza o al pincho del bar de la esquina aún mas. Es como encontrarse de bruces con la cara mas triste de la soltería, de laviudedad, o del divorcio, que es aun la mas fea.

Cada vez que veo alguno de estos colegas de infortunio con su carrito lleno de cosas absolutamente inservibles y mirando una lista que no sabe ni para qué redactó, me dan ganas de pasarle una chuleta (no me refiero a las de ternera si no a las de papel), por eso a todos ellos les dedico este artículo.

Mi primer consejo es que preparen una plantilla con todo lo que deberían tener en casa para satisfacer sus gustos o hábitos gastronómicos (cada uno come cosas diferentes aunque recomiendo que dirijan sus preferencias hacia la dieta mediterranea y dejen las salchichas para alguna emergencia) y así se revisa por partes, marcando lo que falta en cada departamento.

Empecemos por la nevera ya que algunas carencias nos llevarán a ver armarios y fresquera.

Siempre debe haber cierta cantidad de arroz blanco (en un tuper), hortalizas frescas (en los cajones: zanahorias, tomates, cebolletas, pimientos, lechugas, endivias ...), huevos frescos, jamón y queso de sandwich, leche, mahonesa de bote, maíz al vacío, mantequilla, mermelada, naranjas para zumo, patatas cocidas, quesos, yogures y perecederos rápidos (la lista de carnes, pescados, o mariscos debe hacerse solo de aquellos que se vayan a cocinar puntualmente ese día o al siguiente).

En el congelador conviene disponer de albóndigas variadas (mas bien pequeñas para facilitar su descongelado), croquetas hechas con sobras (también pequeñas), cubitos de caldo (jamón, pollo pescado y verdura) y de sofrito (ajo, cebolla, pimientos y puerro), pan, algún plato precocinado industrial para emergencias y sobre todo guisotes propios, verduras (alcachofas, cardo, espinacas, guisantes, variados ...)

En el carrito de rejilla, fresquera o almacén, no deben faltar ajos, cebollas, fruta, guindillas, limones, ni patatas.

En cuanto a los armarios siempre tengo arroz (bomba, salvaje y Basmati), bolsas para congelar y su correspondiente rotulador, botes de legumbres (lentejas, judías, garbanzos, guisantes ...), cereales (Müesli, Corn flakes ...), embutidos duros al vacío (chorizos de guisar, fuet, huesos de jamón serrano ...), harina y pan rallado, latas de conserva (bonito, sardinas, mejillones, anchoas, aceitunas verdes y negras ...), panes de largo consumo (pitas, craquers, tostadas ...), pastas secas (espagheti, cuscus, lasagna ...), productos desecados (setas, algas, sopas ...), y puré de patata en escamas.

El especiero es ya mas personal, pero una lista bien puede ser: albahaca, azafrán, cayena, comino, curry, eneldo, gengibre, laurel, orégano, pimentón dulce y picante, pimienta blanca y negra, romero molido, y tomillo.

A partir de aquí ya el procedimiento es facil, cogemos la chuleta y comprobamos uno a uno los diferentes departamentos, subrayando aquellos artículos que falten, que luego, si se quiere se pueden volver a reordenar en función de como estén colocados en el super donde acostumbremos a hacer la compra.

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Humor en las letras.

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Julio 2005
 

Del mismo modo que los críticos exigimos higiene a camareros y cocineros, los lectores deberían exigir un punto de humor, de chispa, de gracia, de pimienta, a quienes nos dedicamos a este, no sé si noble o espurio, oficio de las letras gastronómicas, porque si no es para pasar un buen rato, no creo que queden muchas víctimas dispuestas a tragarse una tras otra, mil revistas de publireportajes, aunque sean gratuitas.

Cuando no existía Internet, la presencia de algunos plúmbeos eruditos en los medios especializados se justificaba porque era la manera de divulgar conocimientos esotéricos al pueblo llano, y así, algunos pseudo intelectuales, se hacían famosillos escribiendo interminables artículos intragables sobre los penurias migratorias de las angulas desde el mar de los Sargazos.
Hoy, con teclear las palabras "angulas sargazos" en Google, cualquier ciudadano de a pie, hasta podrá saber que se llaman leptocéfalos.

Lo que no dice ninguno de estos artículos es como hay que hacer para no mancharse la corbata con esa puta gotita de aceite con que se vengan post mortem los jodíos leptocéfalos, porque de lo que no hay duda es que para comer leptocéfalos, hoy todo el mundo se pone la mejor corbata del armario.

Ninguno de estos pelmazos pasará a la historia como lo hicieran Julio Camba o Álvaro Cunqueiro, porque su trabajo no habrá aportado nada a la literatura, pero mientras tanto están cargándose la afición, porque de tanto tragar bazofias, la mayoría de los aficionados apenas si conservan sus suscripciones por aquello de estar al día, por poder presumir con los cofrades de su hermandad gastronómica de haber probado ya el último vino de Telmo.

El humor en las letras gastronómicas es como el limón en las almejas, un complemento delicioso al que no hay porque renunciar por dar gusto a los ortodoxos. De hecho, tanto las letras gastronómicas sin humor como las almejas sin limón, en exceso, suelen provocar hiperclorhidia.

Cierto que una magnífica almeja de Carril está divina a palo seco, pero a la tercera empezaremos a preguntarnos porque coño estamos renunciando a esa gotina de limón que hace que sus sifones se retuerzan y, si el bolsillo lo permite y el comensal no tiene que dárselas de purista delante de nadie, para meterse una docena de estos costosos bivalvos, los rociará sin lugar a dudas con ese alegre puntín de limón.

Tampoco hay que pasarse, porque los hay que van de graciosos y eso casi es peor.
Un par de gotas, vale, lo justo para que almeja se pregunte que desbarajuste se ha producido en su ecosistema y nuestra lengua aprecie el contraste entre el salino del agua de mar, el dulzor de la carne y el ácido del cítrico, configurando un todo armónico y estructurado.

Y cuando se escribe de comer, hay que tener alguna base para poder transmitir algo interesante, porque también los hay que recurren a estas revistas para que les publiquen esas gracias que en otras partes ya no admiten ni cobrando.
Decía el maestro mindoniense en el prólogo de La Cocina Cristiana de Occidente: "No va tener el mismo Derecho Civil el pueblo bebedor de tinto y comedor de asados que el cervecero y sopista".

Pues claro que no D. Alvaro, claro que no.

Un gastrónomo alemán podrá alcanzar la gloria investigando el origen de las 650 variedades de Brühwürste, pero a un lector español le importa un carajo que el gazpacho no se hiciese con tomate hasta el siglo XVIII.

¿Qué le voy a contar yo a usted? que hasta fue insultado por sus paisanos por defender que el origen del Canard a l' Orange era el Pato a la moda de Ribadeo. Porque lucenses brillantes ha habido, usted es la prueba, pero gilipollas también, que yo conozco unos cuantos.

¿Que es mentira? Bueno ¿y qué? Pero tiene gracia, y fundamento, porque en la ría del Eo otra cosa no, pero patos, naranjas y aguardiente Kummel de Riga, bien que había y si los franchutes aseguran que la uva albariño procede la Riesling alsaciana, pues nosotros podemos decir que fue al revés ¿Lo puede demostrar alguien?

Hace algunos años publiqué un artículo titulado"Criticar a los críticos" en el diario en que colaboraba por aquel entonces.
Fue apocalíptico. Mi consagración como indeseable por parte de los poderes fácticos de la región, autoconsiderados críticos. Algunos de estos manchafolios llegaron a exigir mi despido de los medios en que me ganaba la vida, por temor a que semejante dinámica les costase la poltrona a ellos (eso sí, siempre rogando al jefecillo de turno: "Pero no digas que he sido yo quién ha pedido su cabeza").

Venceréis pero no convenceréis, como le dijo Unamuno a Millán Astray en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca. Seguiréis en vuestros sitiales, pero acabaréis con la afición.
La historia solo os recordará como: "Aquellos coñazos que acabaron con la literatura gastronómica".
¿Verdad que sí D. Julio?
 

Historia del Arroz con leche

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Diario El Comercio año 1999. Ampliado e ilustrado enAgposto del 2015.

 

Si bien el tocinillo de cielo, hoy tradicional postre asturiano, es un plato de claro origen jerezano (se hacía para aprovechar las yemas que sobraban del proceso de clarificación de los vinos finos, y las monjas, receptoras del alimenticio excedente, elaboraban dulces que luego vendían a los parroquianos), el arroz con leche quizás sea el postre mas genuinamente autóctono de nuestra tierra, y desde hace muchos siglos, ya que los mas antiguos recetarios españoles, cuando referencian el arroz, siempre lo presentan guisado con leche.

Pero los tiempos cambian, y por eso quizás sea oportuno reflexionar sobre algunas variaciones de este nutritivo postre.
No me gusta citar recetas antiguas, porque generalmente no son fiables, en primer lugar porque todos esos libros son cortesanos y no populares, y en segundo porque no suelen tener mas de tres o cuatro siglos, tiempos en los que nuestra cocina no se destacaba precísamente por su brillantez, delicadeza ni buenas formas (últimamente se está hablando mucho de ciertos libros de la España mozárabe, de la cocina de Al Andalus, que parece ser se mantuvieron ocultos durante siglos por miedo a la represión clerical, y que según algunos expertos se están traduciendo y pronto saldrán a la luz).

Arroz con leche

Así pues, dejando en la biblioteca a Montiño, Diego Granados, y Ruperto de Nola, y como pura especulación, creo que en la historia asturiana del arroz con leche, se pueden distinguir tres etapas:

  1. Con miel. Cuando todavía no se había inventado el azúcar, y por tanto se hacía con miel (la tecnología del azúcar de caña llegó a España hacia el siglo IX, pero no se difundió por Europa hasta las cruzadas del XII, por lo que en Asturias es probable que no se consumiera hasta el XIII).
  2. Con azúcar de caña. Hasta finales del XIX no existió el azúcar blanca, ya que si bien la primera refinería de remolacha la abrió Napoleón en 1813, España defendió el negocio de sus plantaciones e ingenios de ultramar hasta finales de siglo. De modo que desde el siglo XIII hasta finales de XIX, el arroz con leche se prearó con azúcar de caña (había mucho tráfico de mercancís y concretamente de azúcar de caña entre Asturias y las colonias americanas).
  3. Y por último, tal y como lo conocemos hoy dìa, o sea, con azúcar blanca y requemau..., aunque en los últimos años se están itroduciendo cambios notables, tanto en presentación como en concepto culinario.

«¡Vaya paliza que nos está metiendo hoy el amigo Pepe, dice un lector bajito que pasaba por ahí. Como se nos ponga pedante como quien yo me sé, lo va a leer su padre.»

Y sí, tiene razón, pero hay una explicación para toda esta erudición de poca monta, y es que hace unos días probé lo que puede ser una nueva generación de arroz con leche, la copa de tres densidades que hace Luis Alberto en su restaurante casa Fermín de Oviedo.

¡Que cosa más divina!

No voy a darles la receta, ni tan siquiera a describirles el plato, porque no es esta la sección correspondiente, simplemente hacer una nueva referencia al brillante momento por el que está atravesando la restauración asturiana, con jóvenes cocineros que investigan nuevas formas para recuperar las más antiguas tradiciones, y ofrecer así una nueva cocina, con sabores y aromas de la vieja y buena mesa asturiana.

¿Quién se ha molestado en hacer un arroz con leche como el que se hacía en los siglos de auge del Camino de Santiago, o sea, endulzado con miel? (el 99 es el último Año Santo del milenio) o ¿quién lo ha probado como era tradicional antes de la perdida de Cuba, o sea, con azúcar de caña? Pues eso.

 

PD a 2015. Por aquellas extrañas circunstancias o casualidades de la vida, resulta que esta página es la más visitada de mi web, algo que me resulta tan inconcebible como absurdo, porque, no es por nada, pero entre un articulito publicado en un periódico local en el año 1999, y los miles de trabajos desarrollados en estos tres lustros, pues hay un abismo.

El caso es que, por esas veleidades de la fortuna, mi “Historia del arroz con leche” recorre medio mundo, de modo que me he sentido obligado a ampliar este estudio, aunque solo sea para denunciar esas salvajadas que circulan por la red y que, con la miserable manía del “copiar y pegar”, repiten hasta las faltas de ortografía del primer tarugo que afirmaba que la caña de azúcar la trajeron a Europa los cruzados.
Para hablar de la historia del Arroz con leche es preceptivo empezar por hablar de las historias del arroz y del azúcar, que no es moco de pavo.

Historia del azúcar de caña

La gran antropóloga gastronómica, Maguelonne Toussaint-Samat, en su magna obra “Historia natural y moral de la comida”, le dedica sendos capítulos a estos dos ingredientes, capítulos que por su extensión y riqueza de contenidos, ya podrían constituir toda una obra en sí mismos.
Respecto al azúcar, desmiente una teoría que apuntaba a que el cultivo de la caña de azúcar se originó en China (Cantón), mediante un escrito del siglo VIIº, “Historia natural de Su-Kung”, que relata como el emperador Taï-Hung envió a sus obreros a Lyu (India), más precisamente a Mo-Ki-To (Bengala), para aprender las técnicas de cultivo de la caña y de extracción del azúcar.
Una de las grandes autoridades españolas en la materia, Julián Díaz Robledo, afirma que descubrimientos arqueológicos modernos demuestran que fue en Nueva Guinea y Polinesia donde se han encontrado los vestigios más antiguos de la Saccharum robustum, precursora salvaje de la que posteriormente fuera la Saccharum officinarum. Por proximidad geográfica de allí se extendió hasta la India donde se hibridó con la Saccharum spontaneum del delta del Ganges, y allí empezó la primera producción industrial de caña y consecuentemente de azúcar.
A partir de ahí las sucesivas invasiones, desde Dario El Grande hasta Alejandro magno, fueron trayendo la caña a Europa y ya en las antiguas Grecia y Roma, se consumía (Dioscórides la describe), aunque casi como remedio médico, de ahí su apellido officinalis u officinarum.
De hecho la palabra azúcar viene del sánscrito sharkara, que los persas transformaron en sakar, los griegos en sakjar, el árabe clásico sukkar, y posteriormente el árabe hispano lo llamó assúkar.
La revolución de Mahoma y la posterior expansión bélica y colonial del Islam, lleva consigo el cultivo de la caña de azúcar, alcanzando su máximo desarrollo en Egipto, a mediados del siglo VII. Posteriormente es el califato omeya quién amplía sus conquistas por todo el Mediterráneo hasta entrar en España en el año 711.
Los territorios conquistados en el norte de África (excluyendo a Egipto), no eran propicios para el cultivo de la caña, pero sí el de algunos humedales del sur de la península, donde se sospecha que empezaron a probar una vez que se estabilizó la fase bélica. La derrota de los omeyas en Poitiers y su posterior retirada al sur de la franja determinada por los ríos Ebro y Duero, marcó el asentamiento de esta cultura, por lo que podemos situar el inicio del cultivo de la caña de azúcar en España hacia finales del siglo VIIIº. De ahí al siglo XIIº, como dicen algunos de esos internáuticos, va un trecho. 

Historia del arroz

¿Tanto espacio para la caña de azúcar y tan poco para el arroz?
Bueno, en realidad lo que sucede es que, respecto a lo que nos concierne, es decir España y el Arroz con leche, las dos historias van muy paralelas.
El cultivo del arroz también se inicia en la India y de allí se expande hacia Oriente y Occidente, siendo en este segundo caso asimilado por los persas y posteriormente por los árabes quienes lo llevaban consigo en su conquista del Mediterráneo, en busca de humedales que permitiesen su cultivo intensivo.
La información es muy confusa por falta de datos escritos, probablemente destruidos durante el saqueo católico del siglo XV, pero es totalmente aceptado que fueron los omeyas quienes iniciaron su cultivo en los terrenos pantanosos próximos a la albufera de Valencia (la palabra “albufera” viene del árabe البحيرة  al-buhayra, "el marecito"), concretamente en Sueca donde se han encontrado restos arqueológicos que sitúan su cultivo en esa época.
Otra cosa es su expansión por el resto de la península, porque no estaba bien visto su consumo al ser un alimento morisco, además de su gran dificultad de cultivo fuera de terrenos pantanosos.
En 1280 los reyes aragoneses conquistaron Valencia y prohíbieron su cultivo. El propio rey Jaime I, promulgó una ley al respecto: “Hallo establecido dicho cultivo y que se estima de tan funestas consecuencias prohibiendo dicho cultivo en los contornos de la ciudad de Valencia.
Es más que probable que esta reticencia católica fuera la responsable de que muchos historiadores consideren que el arroz entró en Europa vía Venecia, concretamente de la mano de Ludovico Sforza, duque de Milán, quién promocionó su cultivo en el Delta del Po, pocos kilómetros al sur de Venecia.

Historia del arroz con leche

Y aquí se complican las cosas, porque hay quien cita el famoso “Manjar blanco” como origen del Arroz con leche, lo cual es una majadería porque no tienen radicalmente nada que ver (“Manjar blanco” o “Menjar blanc”, que dicen los catalanistas, era una especie de papilla hecha con caldo de gallina, pechuga de pollo machacada, miel, leche y almendras, pero hay tantos “Manjares blancos” como pueblos y cocineros a través de los siglos, hasta se hace con langosta, pescado y calabaza). De hecho aquellos primeros arroces con leche no serían blancos, sino tostados, porque el azúcar moreno da ese peculiar color a la leche (la técnica de elaborar azúcar blanca del zumo de caña, no era habitual).
Si contamos con que fueron los árabes quienes trajeron el arroz, el azúcar, los limones y la canela, pues ya lo tenemos blanco y en botella.
En Turquía hay un postre llamado Sütlaç que es esto arroz con leche. De hecho hay todo un repertorio de platos preparados sobre esta base de "sütlü aş", "plato o comida con leche".
¿Lo reinventaría Leonardo da Vinci para su amo Ludovico? Quién sabe, de lo que no hay duda es de que en Italia consideran su Risolatte como postre nacional y a España no le reconocen ninguna paternidad. Teniendo en cuenta las reticencias católicas ya descritas hacia el arroz, es más que probable que no empezase a circular hasta bien entrado el siglo XVI y más por influencia del Renacimiento que por sus orígenes ibéricos.
Pero hay más arroces con leche, miren:
En Albania: Sylt(i)jash o Qumësht me Oriz
En Alemania: Milchreis
En Bosnia: Sutlija
En Bulgaria: Сутляш o Мляко с ориз
En Croacia: Riža na mlijeku
En Dinamarca: Risengrød
En Eslovaquia: Mliečna ryža
En Eslovenia: Mlečni riž
En Grecia: Ρυζόγαλο
En Holanda: Rijstebrij o Rijstpap
En Hungría: Tejberizs
En Inglaterra: Rice Pudding
En Islandia: Grjónagrautur
En Kosovo: Tameloriz
En Macedonia: Сутлијаш
En Montenegro: Oriz na vareniku
En Normandía: Teurgoule
En Noruega: Riskrem
En Rumanía: Orez cu lapte
En Rusia: Рисовая каша
En Serbia: Сутлијаш
En Suecia: Risgrynsgröt
En Ucrania: Молочна рисова каша
 
Bueno, para no haber concretado nada, yo creo que no está mal.

 

Si quieren mi receta, pinchen en Arroz con leche.

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Autorrepresión

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Publicado en PlanetaVino Nº 60, Abril/Mayo 2015 .

 Hace muchos años, en la Habana, comprendí lo que significaba esta inmunda palabreja que tantas veces había utilizado durante la que por entonces parecía interminable dictadura de Franco.

Un amigo, compañero de carreras por la calle Princesa de Madrid, me dijo un día “El mayor éxito de una dictadura es cuando son los propios oprimidos quienes se autorreprimen sin necesidad de que las fuerzas publicas actúen. Cuando una dictadura consigue lavar el cerebro de los habitantes hasta el extremo de que piensen que tienen un espía detrás de cada oreja, habrá triunfado y no necesitará usar la fuerza, el rebaño irá y vendrá a donde se le indique sin necesidad de perros”.
Este verano me llamó una buena amiga para decirme que había retirado un comentario jocoso que había puesto yo en esa inmundicia llamada Facebook (tres meses de invalidez hacen estragos): “Perdóname Pepe, estoy totalmente de acuerdo contigo y me estuve tronchando de risa con lo que escribiste, pero no quiero que piensen que yo tuve algo que ver, así que lo borré porque estaba en mi hilo”.
Sigo queriéndola porque es un cielo de chica, pero ¡qué bochorno! ¡qué ignominia!.
España es libre desde hace cuarenta años, pero nuestros genes llevan la tara de la autorrepresión. Tantos siglos de mordaza impuestos por una Inquisición que hasta aterrorizaba a los monarcas, han dejado una marca imborrable en nuestro ADN (todavía no se ha comprobado la mutación en nuestro genoma, pero yo creo que está en el isocromosoma 12p). Ya no hay grises, la Guardia civil no asusta ni a los gitanos, los carabineros no roban los paquetes de café de contrabando y los alguaciles no ordenan desembozarse, pero el cromosoma 12 sigue mandando.
Cierto día, un amigo bodeguero, muy hombre y bastante echado “p’alante” (los castellanos son muy toreros), me narró cómo un conocido crítico le había bajado dos puntos a su vino por dejar de pagarle su cuota de publicidad:
- Llevo seis años con esta sangría y ya me daba asco y hasta vergüenza. Cuando les pedí que me diesen de baja, me amenazaron, pero no pensé que fueran capaces de hacerlo y mira qué palo.
- No te preocupes, le respondí, que a este sinvergüenza le vamos a poner capirote y sambenito. Solo necesitaba un testimonio directo para desenmascararle.
- Pero que no aparezca mi nombre ¡Eh! Ni una pista, que te capo.
Toda su hombría y tronío habían desaparecido por un desagüe. Ya le habían roto el escaparate de su tienda, le había abofeteado en público y hasta embreado y emplumado ¿de qué tenía miedo?. No era racional, era genético.
Durante siglos el pueblo español tragó sapos y culebras sin levantar la mirada. Hasta soportó la felonía de un rey que llegó al trono tras jurar la Constitución y luego se limpió sus partes con ella, reimplantando la Inquisición y contratando un ejército de mercenarios para que pasara a cuchillo a los que pedían justicia. Sólo una vez el pueblo exigió respeto hacia sus leyes y miren cómo quedó, diezmado, tullido y pidiendo limosna en el exilio.
En el 78 nos regalaron los oídos haciendo una constitución muy mona, aunque era la del Gatopardo: “Cambiemos todo para que nada cambie”. El lampedusianismo en estado puro. “Ya tenéis democracia y os la hemos conseguido en paz” y cuando alguien tímidamente preguntaba por el Estado de Derecho, los padres de la patria te miraban con desprecio y murmuraban “Malditos anarquistas, nuestro derecho está bien como está”. Sí, bien para ellos, para quienes ya ha pasado la crisis porque, después de robar miles de millones y despilfarrarlos a puñados, ahora se han resarcido gracias al aval que todos los españoles hemos tenido que aceptar sin tan siquiera saberlo.
Los datos de la inflación real están ahí, un 300% en 10 años y los salarios congelados. Yo no sé cómo voy a pagar la luz este mes porque me han duplicado el recibo del año pasado a pesar de controlar hasta la bombillita de la nevera, y encima mis proyectos de trabajo están parados porque las raíces de Rajoy parece que sólo tiran hacia abajo, pero en la calle no se ve ni una hoja.
Aquella vez en la Habana, en la puerta de la Gran Logia de Cuba, hablando con un hermano que logró huir al poco tiempo, me señaló a un pobre guardia desaliñado, con un revólver que sonaba como las maracas de Machín y más sordo que un gato de escayola y me susurró “Cuidado hermano, es un espía, está grabando todo lo que decimos, no te fíes porque podemos dormir en el calabozo”.      
Así es como funciona.

 

¿Debemos confiar en nuestros deudores?

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Publicado en PlanetaVino Nº 61, Junio/Julio 2015 .

Como nunca he sido fiel seguidor de las ordenanzas de la Santa Madre Iglesia, la frasecita aquella de “perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores” nunca me hizo mucho tilín. Me declaro más partidario de las reglas judías que tienden a reglar las cuentas pagando cada uno lo que deba, o sea, como Dios manda (parece que está demostrado que Lucas y Mateo no conocieron a Jesús, así que eso de perdonar a nuestros deudores debió ser cosecha propia).

Este gran engaño que unos cuantos sinvergüenzas se atreven a llamar crisis, se ha convertido ya en una casa de tócame Roque en la que si un cliente te mete un pufo, pues tú vas y metes tres, porque esto ya es el “todovale”. Parece ser que hay mucho ultracatólico en el mundo del vino, muchos que piensan eso de “perdónanos nuestras deudas”, dicho de otro modo “Que pague Dios”.
La cosa es muy seria porque hay empresas que están quebrando por culpa de su volumen de impagados, y esta cadena no tiene fin, es algo así como la trófica, en la que un conejo come veneno, el aguilucho que se lo come se envenena, el zorro que come a la rapaz también palma, su cadáver cae al río y se lo comen las truchas y al final nos envenenamos todos.
Pero mi pregunta va por otros derroteros. ¿Podemos o debemos confiar en una bodega que nos haya metido un pufo?, mi duda existencial es que si un bodeguero se atreve a engañar, a estafar, a robar con el mayor descaro a un crítico, ¿qué trampas no hará elaborando sus vinos?.
Yo he sido víctima de algunos de estos truhanes, muchos de los cuales compraron publicidad a sabiendas de que no pensaban pagarla, como un alicantino al que, después de varios meses de haberle enviado la factura y pagado el IVA, cuando le hablé ya sin contemplaciones, me contestó que sin contrato no había compromiso, así que ya podía ir al Juzgado si quería cobrar. ¡Qué sinvergüenza!, qué arrogancia, qué descaro, qué seguridad en la podredumbre de nuestro sistema judicial.
Y vuelvo con la burra al trigo, si semejante ladrón es capaz de robar con ese descaro, ¿qué trampas no hará para ahorrar costos en la elaboración de sus vinos?
Pero es que para colmo, ahora se ha puesto de moda decir que el mercado nacional es una mierda, que no interesa, que ahora exportan el 80% de su producción, así que la opinión de los críticos honestos, ya no tiene ningún valor. Los que hemos luchado toda una vida porque España pudiese presumir de tener buenos vinos en vez de producir millones de hectolitros de graneles de rancho, ya sobramos, y hasta se nos puede torear, total, si nadie va a leer nuestras crónicas en Massachusetts, pues que nos den por saco.
Yo creo que todos los españoles sabemos que en nuestros tribunales se trabaja más en legalizar conductas criminales que en castigarlas, y que existen diferentes varas de medir según las simpatías o intereses del señor juez, pero ¿cómo es posible que los bancos puedan elaborar listas negras, listas de morosos de las que no sólo tienes que liquidar la deuda, sino incluso pagar para que retiren tu nombre, y los ciudadanos no podemos decir que fulano y mengano son unos ladrones que te han estafado tantos miles de euros?. Y no digamos ya pedir que los encarcelen o embarguen, porque eso ya suena a coña.
Todos los que de una u otra forma estamos en este mundillo, sabemos hasta qué punto un bodeguero deshonesto puede hacer trampas para elaborar vinos fraudulentos a bajo coste, y eso es jugar con la salud de los consumidores. ¿No tenemos ni siquiera derecho a defender nuestra salud?, ¿no podemos los periodistas denunciar públicamente que ese bodeguero alicantino, que sabe Dios lo que estará metiendo en sus botellas, es un peligro para la salud y una trampa para los consumidores?.
Yo creo que no debemos confiar en los deudores. Sin ánimo de ser maniqueo, en este mundo hay dos clases de personas, las honestas y los sinvergüenzas, y me parece de rigor que los primeros nos defendamos de los segundos.
Al enemigo ni agua, y si está en el desierto, polvorones y aceite de ricino.

 

¿Pinchos o qué?

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Artículo publicado en la revista PlanetaVino nº 62, Agosto/Septiembre 2015

He de reconocer que soy un auténtico pinchófilo, no solo pinchófago, sino incluso pinchólico, o pincho-dependiente, que se dice ahora, porque la RAE considera que alcohólico es aquello que contiene alcohol y que las personas dependientes deben llamarse alcoholizados, como siempre tan amables con la gastronomía.

Me considero un pincho-dependiente desde el momento en que, por ejemplo, viajando a cualquier país allende de nuestra fronteras (no hace falta irse al fiordo de Ålesund, basta con cruzar el Miño o el Bidasoa), al llegar esa horita del pinchín, ese dulce momento en que nuestro cerebro empieza a enviar órdenes para segregar las correspondientes encimas con que digerir unas cañitas, unos boquerones en vinagre o un montadito de chistorra, si entro en un bar y me veo una barra desierta, desolada, huérfana, con tan solo una toallita que anuncia la cerveza de presión, pues me pongo muy malito.

Como todo drogadicto que se precie, antes de partir ya tomo mis precauciones, y así procuro llevar mercancía en la maleta, aunque por lo general suelo apañarme con ciertas substancias locales, incluso en Inglaterra, porque zamparse un “Meat pie” (es como una empanadilla de carne) con una buena pinta de espesa cerveza inglesa, no es moco de pavo. Luego puedo pasar de la comida, pero ese pinchín me sabe a gloria.

En Francia un recurso maravilloso es entrar en un “Traitteur” y comprar esos patés y fiambres caseros que ellos mismos elaboran. Luego compramos una baguette, que no tienen nada que ver con estas porquerías que venden aquí en las gasolineras, y te preparas tres o cuatro bocaditos que repartes estratégicamente por los bolsillos de la gabardina. Así, cuando entras en la Brasserie de la esquina y pides “un demi” (en París cada esquina tiene una Brasserie, o dos, si hace chaflán), cada vez que el camarero se da la vuelta para servir un pastis, pues bocado que te crió, y a lo tonto y a lo bobo, te has apretado un aperitivo que no se lo salta un torero.

Y aquí entramos en materia. Una rebanadita de pan con paté de campaña, si acaso con una lonchita de pepinillo encima, eso es un pincho, afrancesado, sí, pero pincho. Un “Trampantojo de boquerones, jamón, harina de fritura, arroz, polvo de jamón y huesos de jamón” o una “Cuajada de coco con esférico de piña colada en filamentos de caramelo con ron, caviar de coca cola y perlas de ron”, no.

Estas dos aberraciones no me las he sacado de la manga, creo que me falta imaginación o me sobra pudor para parir semejantes andamiajes, pertenecen al último concurso de Valladolid, pero podrían igualmente ser de Alpedrete, Becerreá, Benidorm o Guijuelo, porque desde hace algunos años hasta los barrios más miserables de los arrabales de Madrid, celebran su concurso anual de pinchos.

Reconozco que algo  de culpa tengo yo, porque mi insuperable dependencia me llevó a emprender acciones deshonestas para promocionar las tapas, pero se me fue de las manos, y sobre todo se desnaturalizó.

La primera vez que salí de tapas por Valladolid aluciné, tanto que le dije a mi querido amigo Juan Carlos “Chico, pero si aquí hay más nivel que en San Sebastián”, y me puse manos a la obra para promocionar aquella maravilla por toda España.
Luego, desde los medios en que trabajaba, fomenté también este tipo de hostelería en Oviedo, Gijón, Avilés, Lugo, Ribadeo, etc. El resultado fue un gran negocio, pero para otros, claro, porque ya se sabe que en este país nadie tiene ideas, pero las que surgen, son inmediatamente robadas, pervertidas y mancilladas.

Y ahora sí que llego al nudo gordiano del asunto ¿Qué es un pincho?. Pues yo diría que algo que está en la barra de un bar y que se coge con los dedos para acompañar la bebida de turno. ¿Nada más? Bueno, pues sí y no. Preparaciones comestibles que se pueden poner en una barra y coger con los dedos, hay millones, o más, pero si no se puede manipular así, no es un pincho.

En Gijón es muy popular poner una tapa de guisote, pero incluso esas patatas con calamares, se pueden echar al coleto sin otro utensilio que el platillo o tacita en que se ha servido.

En San Sebastián les dio por llamarlos “Gildas” por alusión a lo buena que estaba Rita Hayworth y mi amigo Peio García habla de cocina en miniatura, vale, pero un pincho es algo que se pincha (o se coge a dedo limpio), pero si hay que recurrir a herramientas e incluso a habilidades malabaristas, eso no es un pincho, será un plato pequeño, pero no un pincho.
¡Vivan las croquetas de jamón y las empanadillas de bonito!

Antropología gastronómica

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Junio 2015
 

De cómo empezó la cosa

En el año 1991 (Dios mío, ha pasado ya un cuarto de siglo), este humilde servidor de ustedes tuvo la humorada de asomarse a un campo que por entonces era yermo, pelado, inhóspito, incluso mal mirado por cocineros e historiadores, que consideraban que eso de la antropología gastronómica era pedantería inútil y estéril, un quiero y no puedo en ambas profesiones.

¿A quién le importaba un bledo que durante siglos el gazpacho se hubiera comido en España sin tomates ni pimientos? o que la fabada se inventara en el siglo XX, o que al caldo gallego y el pote asturiano no llevaron patatas hasta finales del XIX.
Hoy opinan hasta los pinches de chiringuito sobre el origen del foie-gras de pato, sin tan siquiera saber que el hígado graso, o sea el foie-gras, es una patología hepática previa a la cirrosis.
Aquella primera inmersión seria se centró en el estudio de los alimentos que cruzaron el Atlántico en ambos sentidos y cómo se aclimataron en sus nuevos continentes de acogida. De aquella no había Internet y había que bucear en la Espasa, una fascinante fuente de información con todo el romanticismo y la nostalgia que transmitían los libros de principios de siglo, pero dura de pelar, porque buscar un dato, un hilo que seguir, podía implicar todo un día de trabajo.
Al fin, durante todo el año 1992, la revista Club de Gourmet, publicó mi sección Gastronomía V Centenario, un evento que me granjeó el odio de muchos pseudo-eruditos que veían cómo sus mentiras quedaban desenmascaradas por el simple ejercicio de la razón.
Años después, mi amigo Manolo Bragado, director de Edicións Xerais de Galicia, me pidió que escribiese la historia verdadera de la cocina gallega, un apasionante reto que tuve que declinar porque también tenía que comer, y en este país solo venden libros las folklóricas y demás famosillas que salen en las revistas rosas.
Durante estos más de veinte años he publicado miles de artículos y hasta una veintena de libros, siempre metiendo el periscopio en la historia de cada plato o costumbre culinaria, pero hete aquí con que, por mi santo, mi chica, Elena, me regaló varios libros franceses sobre historia de la alimentación, y a través de ellos pude ver que, escritoras de máximo prestigio y reconocimiento mundial, como Madeleine Ferrières, aparecen abiertamente como antropólogos gastronómicos , un sueño que pensé que nunca llegaría a ver.
Grandes maestras, cómo la parisina Maguelonne Toussaint-Samat, en 1987, con su Histoire naturelle et morale de la nourriture, habían abierto las puertas de esta ciencia.
En Francia la historia de la alimentación es una rama oficial de la carrera universitaria de historia y la antropología gastronómica también ha sido ya reconocida como especialidad universitaria. Quizá el siglo que viene en España también suceda algo así, porque desde luego campo de estudio no nos falta.

Las edades de la gastronomía

Para un país que sigue enseñando la asignatura de historia según el Catón de Álvarez, es muy difícil concebir este área según La Escuela de los Anales de Lucien Febvre y Marc Bloch, aunque sea la base didáctica desde 1929 en toda Europa, pero bueno, como el ministro Wert no va a meter mano en mis escritos, pues vamos allá.
La Corriente de los Anales no se interesa por el acontecimiento político en sí, ni por el individuo como protagonista típico del trabajo de la Historiografía contemporánea, sino, inicialmente, por los procesos y las estructuras sociales, sus causas, sus efectos, sus resultados. De poco vale aprender de memoria que la batalla de las Navas de Tolosa se inició el 16 de julio de 1212 enfrentando a los ejércitos cristianos de Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra,  contra el de califa Muhammad an-Nasir. Lo importante sería saber por qué, porqué después de cuatro siglos de convivencia pacífica, los reyes cristianos se unieron para acabar con quién fuera su socio en mil reyertas y hasta en grandes guerras.
Así vamos plantear nuestro atlas histórico de la gastronomía occidental, pero empezando por nuestros días, es decir, en orden cronológico inverso, porque creo que así se entiende mejor el concepto.
Es importante reseñar el hecho de que en España el pueblo no empezó a comer con cierta calidad hasta el siglo XX, y aún con grandes diferencias entre las nuevas clases burguesas emergentes, y el pueblo llano.
Durante siglos el pueblo comió simplemente lo que hubiera. Se ponía un caldero al fuego con agua, y allí se metía lo que buenamente se encontrase, ya fueran bellotas, castañas, garbanzos, pan duro, nabos y con suerte algún trozo de tocino.
Cuando algunos “eruditos” hablan de la gastronomía española en el Siglo de oro, eso es un eufemismo, por no decir una majadería. Los conventos y monasterios tenían una dieta pobre en carne y rica en legumbres, queso y pan, de ahí la proverbial obesidad clerical, los nobles sí podían disfrutar de ciertos refinamientos, pero el pueblo comía sopas de pan duro.
Esto sucedió de forma parecida en toda Europa, solo que la revolución industrial se desarrolló en Francia e Inglaterra a finales del siglo XVIII, en el resto de Europa a principios del XIX y en España no se percibió hasta los años sesenta del siglo XX, hace apenas medio siglo.
 Termino mi análisis en aquellos confusos siglos en que la Península Ibérica fue colonizada por culturas más avanzadas porque antes de la llegada de fenicios, judíos, griegos y romanos, los habitantes de esta zona de la Tierra rozaban el límite entre el hombre de las cavernas y el hombre moderno.
Evidentemente tendríamos que iniciar la historia de la cocina en el momento en que el hombre descubre el fuego y consigue controlarlo. Como explica el eminente primatólogo Richard Wrangham, profesor de Antropología Biológica en la Universidad de Harvard: “El secreto de nuestra evolución reside en la cocina”. En el artículo La cocina nos hizo inteligentes, damos la debida información de la teoría del doctor Wrangham según la cual, al cocinar los alimentos, se redujo el tiempo de masticación y digestión en 2/3, con lo que el hombre pudo pensar más y desarrollar su cerebro. Claro que estamos hablando de Homo erectus, porque hay datos de vasijas encontradas en Kenia con más de un millón de años que forzosamente tuvieron que cocerse a más de 400ºC, o sea, con fuego.
El otro gran avance fue la domesticación de animales y plantas, el inicio de la agricultura y ganadería, lo que nos acerca a los años 7.000 a.C., si hablamos de India, Mesopotamia, Egipto, etc., y del 4.000 a.C. en Europa, pero todo esto se estudia en el colegio, por lo que no me voy a meter en berenjenales vanos porque de hecho apenas si puedo dar datos que no haya sacado de distintos libros sobre la Prehistoria.
Nuestra historia de la cocina española/europea, empieza con las grandes culturas clásicas, y aún así las tocaré de refilón porque también forman parte del temario de la educación secundaria. Lo que no explican los profesores de historia es que el descubrimiento del frigorífico cambió la forma de vida del mundo occidental, que el desarrollo culinario de la patata convulsionó el planeta, o que la llegada del pimentón alteró por completo la cocina española.

Globalización y productos label.

Sin duda estamos en esta era. En el pueblo más remoto de Asturias, donde hasta hace pocas décadas no se había visto una uva, ahora se pueden comprar todos los días del año frutas exóticas procedentes de Chile, Sudáfrica o Australia.
Es más fácil conseguir un hígado de oca francés (aunque en realidad venga de Israel o Hungría), que una buena lechuga de huerta.
Es probable que un mariscador de Sanlúcar, después de vender su cosecha en la rula, se vaya a comer un puchero de langostinos de Madagascar a Bajo de Guía. O que en un barco que va a pescar a Gran Sol, coman filetes de pescado congelado de Mauritania.
Lo más absurdo que he visto de esta locura es importar tomates de Holanda, un país que no tiene ni suelo ni sol, los ingredientes principales para cultivar esa solanácea, mientras que aquí, otra cosa no habrá, pero tierra y sol, hay como para hacer chorrear el planeta de salsa de tomate. Lo lógico sería que España exportase tomates a Holanda, no al revés.
¿Porqué este mundo al revés? Sencillamente por dinero.
Las causas son múltiples y complejas, a veces repugnantes, como lo es la esclavitud infantil que permite a China exportar espárragos a Navarra para su venta falsificada, pero el dinero manda en todos los terrenos, no solo en la política, y ese mariscador de Sanlúcar habrá vendido sus capturas a 70€/kg, mientras que el gambón de Madagascar se vende en tienda a 7€/kg, así que con el kilo que ha sacado de las nasas esa mañana, tiene para invitar a toda una boda.
Son cifras de vértigo. Almacenes congeladores donde cabe un Boeing 747, repletos hasta el techo de langostinos, calamares, o filetes de parga, procedentes de Asia, Oceanía, Alaska, o América del sur.
En una mesa redonda celebrada a mediados de los ochenta en el Centro Cultural de la Villa de Madrid (Plaza de Colón), nos reunimos diferentes técnicos para divagar sobre como sería la alimentación del siglo XXI. Como era de esperar se dijeron muchas sandeces, sobre del tipo "comer con píldoras" y esas bobadas, pero mi querido amigo, colega y socio, Luís Eduardo Cortés, a la sazón propietario del restaurante Jockey, senador, y presidente de la asociación de restaurantes de Madrid, opinó: “En el siglo XXI se comerá igual que en el XX, la única diferencia es que habrá productos para que el pueblo se alimente a diario, y otros de uso gastronómico, selectos, salvajes, gourmets, solo para la alta hostelería”.
¿Estamos ante una nueva era? Quizá sí, porque en países avanzados, ya hay numerosos huertos y granjas que surten a los grandes restaurantes y tiendas gourmet. Ya hay dos mundos, las grandes superficies y cadenas, con pollos de oferta a 2,5€/kg, y los llamados productos label, con D.O. o I.G.P., como los pollos de Bresse a 25€/kg. También están asomándose al mercado yogures, tomates, quesos, mantequilla, cerdos especiales (cómo el ibérico en España), etc., pero el mundo del llamado “Gran Consumo” mueve cifras tan colosales como que China, comedor ancestral de arroz, hoy produce más de 100 millones de toneladas de patatas. ¿Pueden ustedes imaginar cuantos son 100.000.000.000 kg de patatas? Y eso cada año.
¿De donde ha salido este mastodonte? Pues de la logística del frío, el gran cambio del siglo XX.
Un servidor de ustedes, que no fue a clase con Matusalén sino con Miguel Bosé, siendo ya pollito, recuerda cómo su padre compraba una vez al año un par de rodajas de salmón, un lujo que solo podían permitirse algunos acaudalados burgueses. Hoy es comida del pueblo, y no es que se pesquen en el Manzanares, sino que vienen de Noruega, Escocia o Chile, sacados de un fiordo el día anterior. Hasta cigalas llegan vivas a nuestras pescaderías, traídas de Irlanda y Escocia, algo alucinante si tenemos en cuenta que las que se rulan en Avilés, pescadas esa misma noche a seis millas del Cabo Peñas, llegan a mi pescadería ya muertas. No digamos ya las nécoras, camarones, centollos o bueyes, eso ya no causa estupor, porque en el Cantábrico llevamos ya décadas comiendo centollos franceses.
Es un nuevo mundo, un mundo de consumo tan vertiginoso que hace que se nos revuelvan las tripas cuando vemos como, a unos kilómetros de nuestro luminoso supermercado, haya gente muriendo de hambre y miseria, o que un traspiés financiero, como el que provocaron los bancos españoles en 2012, provoque que algunos compatriotas tengan que buscar esa comida en los cubos de basura.
Como este es un sitio de gastronomía, no vamos a profundizar en los aspectos sociales, pero imagínense cómo esta locura está afectando a la vida rural. Agricultores que tienen que tirar sus producciones de tomates, cebollas, pimientos o pepinos, porque ese día la rula compra a precios que no cubren los gastos. Pequeñas ganaderías que ven cómo la mantequilla o los quesos que elaboran, les cuestan más que los similares que se venden en el supermercado del pueblo (quizá hayan sido procesados en Rumanía, pero en España se venden con nombre e imagen asturiana). Pescadores que, como las conserveras están comprando a bajo precio túnidos pescados en el Mar Rojo, ven cómo no han sacado ni para el gasoil.
Es maravilloso tener unos lineales tan bien surtidos y a precios tan asequibles, pero también se están generando nuevos problemas sociales y de salud.

El frío, el transporte y las granjas industriales

La IIª Guerra Mundial dejó muchos cambios en la Tierra, uno de ellos la revolución alimentaria.
"Antes de la Guerra", como decían mis padres, comer en Madrid pollo, truchas, salmón o sencillamente unos huevos fritos, era un privilegio que solo las más acomodadas familias burguesas podían permitirse. Hoy día, en el rincón más sórdido del barrio más miserable, del pueblo más perdido de los Monegros, un bracero podrá comer a diario todos estos productos con una paga ruin.
España produce y consume un millón y medio de toneladas de pollo al año. Calculando un promedio de 2 kg/pollo, estaríamos hablando de 750 000 000 de pollos. Ni en el país de Jauja pintado por Brueguel el Viejo se concebía tanta abundancia.
En cierta ocasión, hablando del gazpacho, un “erudito” me abroncó diciendo aquello de “Aquí se hizo así de toda la vida” ¿Toda la vida? ¿Qué vida, la suya, la de sus padres o la de la Humanidad? Toda su vida no superaba los sesenta años de consciencia, así que ni siquiera conoció la comida de “Antes de la Guerra”, un suspiro en la historia de España, pero un inmenso salto en nuestra cultura gastronómica. ¿Cómo es posible que en unas pocas décadas hayamos avanzado más que en miles de años? Pues por las tres razones del título de este capítulo.
Primero se inventó el frío industrial, algo maravilloso que permitía que un ternero pudiese permanecer en cámara un mes en vez de un día. También nos vino bien el frigorífico doméstico, pero eso ya es otra guerra.
Luego vino el transporte con frío, una maravilla que permitía comer pescado fresco en Madrid.
Antes de la guerra, un besugo rulado en A Coruña podía tardar tranquilamente tres días en llegar a Madrid, eso con suerte, porque los infames caminos empedrados que construyó Primo de Rivera durante su dictadura, apenas permitían circular a los destartalados camiones FIAT 618 sin pinchar un par de veces en cada trayecto, y eso que eran la vanguardia del automovilismo. Hoy día a nadie le sorprende ver cigalas vivas en Albacete, animalitos que horas antes andaban correteando por las frías aguas de Escocia.
Y por fin llegaron las granjas de producción intensiva, un invento diabólico que “fabricaba” pollos, huevos, truchas, cerdos y hasta terneros como una máquina de clonar gominolas.
Había nacido el mundo del gran consumo, colosales naves por donde circulaban cada día millones de tomates, quesos, corderos y todo lo imaginable. Occidente había inventado la fórmula de producir comida a bajo coste, con dimensiones faraónicas y que podían distribuirse hasta en varios continentes a la vez.
Nunca en la Historia de Humanidad, miles y miles de años, hubo tantos alimentos a disposición del pueblo llano, de hecho esta superabundancia está provocando nuevas enfermedades por sobrealimentación, lo que se conoce cómo Síndrome metabólico (hipertensión, colesterolemia, diabetes melitus...).
Si de muestra sirve un botón, pongo cómo referencia el llamado Manifiesto del hambre, una publicación escrita en 1854 por Don José Mª Bernaldo de Quirós y Llanes Campomanes, VIIº Marqués de Camposagrado, dirigido a S.M. la Reina Isabel II, en que relataba cómo, en nuestro heroico Principado de Asturias, morían de hambre a diario cientos de campesinos debido a la mala cosecha, llenando de cadáveres las calles de pueblos y villas donde esperaban sobrevivir de la caridad. Es un relato dantesco que recomiendo leer a esas personas que me critican cuando relato lo que era España a finales del siglo XIX.
Quizá sea aún más espeluznante saber que esa situación se mantuvo hasta los años cincuenta del siglo XX, y en pocas décadas, se pasó de aquellas hambrunas feroces, a esta abundancia desmedida que exije la actuación de la Administración para regular los excesos de alimentación, por lo que ya se considera una pandemia de dimensiones descomunales.

Parmentier, las patatas y el azúcar

Puede parecer una tontería, pero ¿se imaginan ustedes un mundo sin patatas fritas ni dulces (bollos, helados, chuches)? Hoy día hasta en países que nunca habían oído hablar de este tubérculo, como India o China, comen millones de toneladas y ha pasado a ser uno de sus principales alimentos (China produce ya más de cien millones de toneladas al año). No digamos ya en nuestro mundo en que hasta los bocadillos o sandwiches se sirven acompañados de esta guarnición.
Y volvemos al estribillo “de toda la vida”. Dígale usted a un gallego que hace poco más de un siglo el caldo no llevaba patacas y que no se servían cachelos con el pulpo.
¿Y los belgas? Yo creo que habría un suicidio masivo si se quedasen sin sus famosas “frites”.
Bueno, pues fue el general Parmentier quién descubrió sus poderes alimenticios y promovió su consumo entre los soldados napoleónicos para pasar después al pueblo.
Es necesario explicar que las primera patatas que llegaron a Europa eran como boñigas secas y correosas, de hecho en Francia se llamaron trufas hasta que Duhamel du Monceau les cambió el nombre por “manzanas de tierra”, pommes de terre, y en España se llamaban turmas de tierra (testículos, criadillas).
Durante el siglo XVIII van llegando a Francia diferentes especies (se considera que hay registradas más de 10.000) que dan pie a discusiones sobre su forma de cocinado hasta que llega la llamada Bella de Nueva York, por tener la piel blanca y fina, traída por el cónsul francés en Boston, John de Crévecoeur a finales del XVIII, que enamora a Parmentier y al resto de consumidores. “On la préfère á toutes les autres, le dice Parmentier al seleccionador de semillas Vilmorin. Sa chair est sucrée, farineuse, fine. Très delicate a manger.” A partir de ahí se obsesiona en mostrar las posibilidades de este nuevo alimento y llega a preparar un menú degustación de 22 platos a base de patatas. Para que se enteren los demiurgos de la nueva cocina.
Napoleón, consciente de la capacidad de este agrónomo, lo rescata de las garras de los revolucionarios que lo quieren guillotinar por haber trabajado para Luis XVI y a partir de ahí empieza la expansión de la patata como alimento milagroso en todas las mesas europeas.
Y lo mismo sucedió con el azúcar. El bloqueo marítimo inglés hizo que los productos procedentes de América llegasen con mucha dificultad a los países enemigos y Parmentier encontró la fórmula para extraer azúcar de las remolachas, un invento que con el tiempo desbancó a la caña de azúcar y dio pie a uno de los sectores de alimentación que más millones de euros mueve hoy día en todo el mundo, un lobby tan potente como las industrias del petróleo o del armamento.
En 1801, se construyó la primera fábrica de azúcar en Cunern, Baja Silesia. En 1806 Europa estaba prácticamente desabastecida de azúcar de caña. En 1811 Parmentier presentó a Napoleón dos barra de azúcar de remolacha y este quedó tan impresionado que mandó plantar 32.000 hectáreas de remolacha y construir refinerías por todo el país. Sus tropas ya podían desayunar café con leche endulzado, algo que él consideraba un derecho de todo soldado.
Es cierto que el paso al gran consumo se dio durante el siglo XX con la macro demanda de la industria alimentaria, porque incluso antes de la guerra, las confiterías trabajaban de forma artesana, y comer pasteles era un privilegio de ricos (recuerden las escenas de la película de Charlot, The Kid, en que Jackie Coogan se hipnotizaba mirando un escaparate de pasteles).
También fueron las macro cocinas industriales quienes lanzaron sus productos de snakcs y precongelados de patatas fritas, pero el cambio que vivió la sociedad europea a mediados del XIX con estos dos productos, cambió el panorama del mundo occidental e inició el fin de unas hambrunas tan frecuentes que habían sido el motivo más habitual de pandemias durante siglos. 

América

Ya hemos hablado de la patata, pero el motivo es que, traída a España a mediados del siglo XVI, su consumo no se generalizó hasta mediados del XIX, de modo que como si nada, porque también hubo productos como la coca, que o no se adaptaron bien o no interesaron a los consumidores y no se habló más de ellos.
Lo importante del descubrimiento de América no fueron los pimientos, ni el tomate, ni las patatas, ni las alubias, ni el maíz, sino todo en su conjunto.
Los estudiosos de la antropología gastronómica española (podríamos decir mundial), hablamos siempre de los platos, productos o costumbres precolombinas o postcolombinas, porque el cambio de costumbres alimentarias, no solo se produjo en el Nuevo Continente, sino también en la vieja Europa.
Y viceversa, porque hay mucho analfabeto que pregona que España solo llevó la sífilis a América (en realidad fue en orden inverso), pero si visitan cualquier país latino, imagínense como sería antes de contar con cerdos, gallinas (y huevos), vacas (y queso), caña de azúcar, arroz, trigo, uvas (vino), café..., productos que llevaron al nuevo continente nuestros antepasados.
El mestizaje de culturas (en América había varias y muy diferentes entre sí, porque nada tenían que ver los aztecas con los incas) no fue cosa de una tarde, como sucede hoy día que se pone de moda el Ramen en Japón y al año ya hay restaurantes Ramen, Sushi bar y Yakitoris en los cinco continentes. El mestizaje fue muy lento, prueba palpable es que las patatas fueron traídas a España por Pedro Cieza de León en 1560, pero no empezaron a consumirse hasta finales del XVIII y más popularmente hasta mediados del XIX.
Hay mucha confusión sobre los tiempos de implantación de cada producto. Yo tuve un disgusto con el Dr. Martínez Llópis quién, en su Historia de la gastronomía española, afirmaba que los tomates no empezaron a consumirse hasta el siglo XIX cuando los trajeron los franceses, y yo demostré que a principios del XVI, ya eran comida popular como describe Tirso de Molina en su comedia “El amor médico".
Otro ejemplo son las alubias (Phaseolus vulgaris), conocidas ya por Colón, pero que no aparecen en los recetarios españoles hasta época muy reciente, de hecho, en el libro de Martínez Montiño, 1763, no hace ninguna mención a ellas, mientras que sí lo hace de las habas (Vicia faba).
Con todo esto quiero decir que fueron todos estos productos en su conjunto los que revolucionaron las cocinas europeas en ese engendro que ahora se llama Dieta Mediterránea y que, salvo por el aceite y el pan, casi todos son productos americanos.
En el siguiente capítulo describimos como era la España musulmana, el país más avanzado de Europa en todos los aspectos culturales, incluida la gastronomía, pero para hacernos idea de la dimensión social que tuvo la llegada de los productos del nuevo mundo, debemos analizar como era aquella España del siglo XV, bueno y XVI, XVII, XVIII..., porque el fanatismo religioso gobernó las costumbres culinarias españolas hasta finales del siglo XX.
Con la expulsión de los judíos y musulmanes España retrocedió al siglo VIII. La persecución de todo lo que recordase a los árabes llevó a destrucción de los grandes huertos y de sistemas de regadíos. El fanatismo religioso prohibía cualquier manifestación de placer, incluidos los de mesa. Disfrutar de la buena comida era pecado de gula y el garrote de la Santa Inquisición vigilaba hasta la mesa real.
Fuera de los palacios no había mucho que vigilar porque el pueblo, sencillamente se moría de hambre. Cuando los iluminados “investigadores” hispanoamericanos echan pestes de los españoles, debería saber que en la península, el pueblo, el 90% de los españoles, se moría de hambre. Ir a América significaba poder comer. Quizá los conquistadores tuvieran el sueño del oro, pero los colonos solo soñaban con poder comer, por eso hago estas reflexiones, para que comprendamos como era el escenario, las hambres negras del Siglo de Oro español, al que denomino la Era del mortero, gazpachos, morteruelos, atascaburras, migas y mil platos más que se pasaban por el portero ¿Porqué? Sencillamente porque los pobres no tenían dientes, se les habían caído de inanición en plena juventud.

Los árabes

La barbarie, o integrismo, que se dice ahora, no lo inventaron los Hermanos Musulmanes durante la Primavera Árabe, ya en el siglo XV, la Iglesia católica arrasó con todo lo que pudo de una cultura que había mantenido a España a la cabeza de Europa durante ocho siglos.
No solo fueron expulsados de sus casas, de sus pueblos y de sus campos, sino que se quemaron todos los libros escritos en esa lengua.
Para los antropólogos hubiera sido una fuente fabulosa de información para conocer las costumbres precolombinas, sobre todo en cuestión de gastronomía, donde habían desarrollado una tecnología que asombraba a cuantos embajadores visitaban nuestro país.
Yo tengo una traducción al francés de un libro escrito hacia 1230 por un murciano llamado Ibn Razin al-Tuyibi (Abu l-Hasan 'Ali ibn Muhammad ibn Abí l-Qasim ibn Muhammad ibn Abí Bakr ibn Razin al-Tuyibi), el Fudalat Al-Khiwan (algunos textos lo escriben Fadalat Al-Jiwan (Fadalat al khiwan fi tayybat et-ta'am Wa-I-alwan), que se salvó milagrosamente porque fue llevado a Marruecos por un comerciante antes de la persecución y que nos muestra una cocina tan refinada que hoy día nos deja epatados.
A pesar de la barbarie católica, aún nos quedan los productos que los árabes trajeron y que cambiaron nuestra alimentación, tales como el arroz, la caña de azúcar, los cítricos, las almendras, los duraznos (melocotones, albaricoques, piescos...), y la pasta, porque si bien esta se consumía en Roma (lo de Marco Polo es una gamberrada), se hacía de forma muy basta, y los árabes llegaron a un refinamiento extremo, como es la pasta filo y las lasañas.
Embajadores de Francia, Venecia y Génova describían en sus crónicas la España árabe cómo un infinito vergel de frutales, huertos, olivares, viñedos, naranjales, limonares y grandes extensiones de cerales. Un país de cuento en una Europa de hambre y horrores, porque los sistemas de regadío y producción agrícola, producían comida para todos, ricos y pobres, moros, cristianos y judíos.
Hace unos días, en el canal TV5 Monde, emitieron un gran programa sobre Agnés Sorel, la favorita del rey Carlos VII de Francia. Como los franceses analizan la historia concatenando todos los aspectos del escenario, narraban la vida de Jacques Coeur, un rico comerciante a quién el rey debía tanto dinero que intentó matarlo acusándole de la muerte de Agnés Sorel. Entre otros detalles, narraban cómo Coeur estableció comercio con Damasco en 1432 y trajo de allí maravillas que epataron a toda la corte, como la técnica de fabricar helados. En el año 773, con motivo de la independencia del Emirato de Córdoba, una embajada lombarda visitó a Abd al-Rahmán I y, en la crónica de su viaje, narrando el refinamiento de aquel país, apuntaron que había probado un helado de crema de pistachos con pétalos de rosas de Hispahan. ¡650 años antes! España vivía con más de seis siglos de adelanto respecto a Francia, lo que equivale a decir Europa.
 Durante ocho siglos España fue un país exótico en que la astrología, agricultura, matemáticas, arquitectura, poesía, música y demás ciencias, entre ellas la gastronomía, volaban en otra dimensión respecto al resto de Europa. Sin entrar en los aspectos políticos y religiosos, que no me incumben, los banquetes con que se agasajaba a los embajadores visitantes, deslumbraban a estos hasta tal extremo que cuando volvían a sus países y describían lo que habían probado, hasta eran castigados por narrar fantasías. Productos impensables como el azúcar, el arroz, los pistachos (en español debería llamarse alfóncigos), almendras, naranjas, etc., permitían elaborar una repostería que superaba la imaginación de cualquier cristiano.
Las mentiras que Marco Polo narró de sus supuestos viajes a Oriente, eran una burda parodia de lo que varios siglos antes habían descrito los embajadores venecianos que había visitado la corte cordobesa.
Pero quizá lo más fantástico, es que el pueblo comía, se alimentaba correctamente, no como en la España cristiana en que solo se rezaba al santo patrono para hubiera grano con que hacer pan y sobrevivir otro invierno.
Luego llegó la oscuridad, el ayuno, la abstinencia, la penitencia, el pecado, la miseria, el triunfo de la Iglesia católica
En el trabajo Lo que nos trajeron los árabes pueden ver con más detalles esta convulsión social.

Antigua Roma

En realidad la aportación de Roma no fue demasiado revolucionaria, sobre todo si la comparamos con la árabe o la americana, porque lo más destacable de esa invasión fue su cultura, sus redes viales y sus monumentos, pero en cuestión alimentaria tan solo introdujeron tres elementos importantes: el castaño, las salazones y las vacas. De hecho quizá ya se preparasen salazones por los fenicios, y fueron también ellos quienes introdujeron el cultivo de la vid, el olivo y cereales como el trigo.
Roma sofisticó los cultivos, por ejemplo con sus técnicas de injertos que cambiaron los ralos acebuches en orondos olivos.
También trajeron variedades más productivas de trigo y enseñaron a cultivar legumbres como las lentejas, los guisantes y los garbanzos, aunque estos ya los habían traído los cartagineses. Si trajeron grandes coles, lechugas y acelgas, pero como ven no son productos de impacto, ni siquiera los mencionados al principio, porque no había vacas, pero si cabras, y por tanto leche y queso. Tampoco había castañas, pero si bellotas, de hecho se usaban secas para hacer una especie de pan.
Griegos, fenicios, judíos, romanos..., en realidad aquellos tiempos fueron el paso de la prehistoria a la historia narrada, ese fue el gran cambio, casi el origen del hombre a partir de un primate.
 Quizá merezca reseñarse puntualmente lo que fue cultura sefardí.
A pesar de ser un pueblo culto que llevaba siglos de escritura y tenía la buena costumbre de reseñar todo lo que sucedía en sus asentamientos, no hay datos concretos de su llegada a España, quizá desapareciesen en la vergonzosa quema que llevó a cabo la Iglesia a raíz de la diáspora de 1492.
Según los estudios más recientes, los primeros asentamientos debieron producirse en la cuenca del Guadalquivir hacia el siglo VIº a.C., con motivo de la destrucción de Jerusalem (586 a.C.), lo que coincidiría con los mandatos recogidos en el libro de Abdías: 
“La multitud de los deportados de Israel
ocupará Canaán hasta Sarepta,
y los deportados de Jerusalén que están en Sefarad
ocuparán las ciudades del Negueb.”
                                                Abdías 1:20
(En los textos bíblicos, se llamaba Sefarad a la península ibérica).
Sea cual fuere la fecha de su llegada, lo cierto es que hay numerosas referencias a sus asentamientos en esa región antes de la invasión romana, lo que, junto a la colonización fenicia (todo formaba parte de la antigua Fenicia), nos lleva a pensar que fueron estos los primeros pobladores de la península que trajeron consigo costumbres gastronómicas dignas de consideración.
Si les interesa el tema, les recomiendo que visten la página de Cocina sefardí, donde explico con más detalle la gastronomía de esta cultura.

Las edades ordenadas como Dios manda

  • Prehistoria: Descubrimiento del fuego, la cerámica, agricultura, ganadería (pastoreso), metales...
  • Antigüedad: (Sefarad, Fenicia, Grecia, Roma, Cartago... ) Desde nuestros orígenes hasta el siglo VIII.
  • Árabes: Siglo VIII - hasta finales del XV
  • América: principios del siglo XVI – finales del  XVIII
  • Parmentier: principios del XIX hasta mediados del XX
  • El frío, el transporte y las granjas industriales: Mediados del XX hasta el XXI
  • Globalización y productos label: Principios del siglo XXI

Congelar para adelgazar

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Diario El Comercio año 1998.
 

Como la semana pasada les conté que me había pasado un día entero cocinando para ponerme a dieta, pues lector comedido sigue estupefacto preguntando se donde está el misterio de todo este contubernio, y es que me lié con lo de la dieta mediterránea, y no les conté el final de la historia, que es que toda aquella variedad de platos tenían un destino inmediato: el armario congelador.

La congelación es la gran aliada de los cocineros solitarios, y utilizo el genero masculino en su acepción genérica, porque hoy día, afortunada o desgraciadamente, los solitarios no somos solo los hombres, sino que hay también legión de mujeres que viven la soledad doméstica.

Y no es fácil, porque si queremos mantener cierta dignidad hogareña (los asuntos afectivos y sociales no corresponden a esta sección), ello implica un cierto esfuerzo, que solo se logra mediante un gran sentido organizativo.

Por mucho que nos guste cocinar, no creo que a nadie le apetezca prepararse un ágape para sí solo en medio de la jornada laboral, y sin embargo todos recordamos como cuando llegábamos a casa de nuestros padres, un rápido asalto a la nevera solucionaba el trance.

¿Porque no podemos hacer lo mismo en nuestra propia casa?
Pues sencillamente porque ya no tenemos aquella tata que guardaba celosamente en el “Frigidaire” las croquetas que sobraron del día anterior, el caldo del cocido que comieron a medio día, o los ingredientes de la ensalada que pensaba hacer para la cena.

Sin embargo si planificamos bien nuestra nevera, el combi, que es lo que se lleva ahora, no echaremos para nada en falta a la vieja cocinera de nuestros padres, ni a nuestra querida madre, ni tan siquiera a nuestra despreciada/o exmujer/marido.
Eso sí, de vez en cuando habrá que ponerse cual marmitón de mercante, para organizar la gambuza de toda la singladura.

Otro día hablaremos de la planificación de la compra, algo fundamental si no queremos convertir la nevera en un basurero, pero hoy toca dar algunos consejos sobre en congelado.

Hay muchos y muy buenos libros sobre congelación, pero no siempre sabemos por donde empezar, así que vamos con algunos consejos para iniciarnos en esta especialidad.

Lo primero que hay que saber es que antes de congelar el guiso debe estar completamente frío.

Por ejemplo: hacemos una olla de cuscús, comemos ese día, dejamos enfriar, y por la noche lo repartimos en bandejas individuales, así cada día podemos cambiar de menú. Algún envase especial para dos raciones también es recomendable tener, por aquello de que nunca se sabe donde salta la liebre.

Verduras: se pueden comprar ya congeladas, que dan mucho juego y mantienen todas sus vitaminas, o comprarlas frescas, escaldarlas en agua hirviendo con sal, dejar enfriar completamente, y congelar.

Especias frescas: se pueden congelar en seco (yo uso los envases de los carretes fotográficos, son una medida perfecta), o también en suspensión. O sea, en una cubitera ponemos por ejemplo albahaca picada, llenamos de agua, y cuando queremos usar ponemos directamente un cubito de agua perfumada.

 Pueden ver la receta pinchando en Albónigas de Dieta.

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Dieta mediterránea

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Publicado en el diario El Progreso, año 1993.
 

Mañana empieza el verano y es importante modificar nuestros hábitos de comida con un nivel excesivo de proteínas y grasas, marcados por una atávica costumbre que consideraba que había que recuperar fuerzas a base de chorizos y lacones para poder volver al duro trabajo del campo.

Las costumbres han cambiado, los trabajos también y antaño comían carne solo los elegidos y cuando se podía que desde luego no era todos los días, mientras que hoy, al haber aumentado el nivel de vida, la mayoría de los ciudadanos tienen a su alcance la posibilidad de alimentarse a diario con carne de cerdo, lo que provoca un alto nivel de toxémia en el organismo que conviene regular aunque sea de vez en cuando.

Este es sin duda el momento ideal de trocar nuestra dieta e introducir nuevos menús que no por ser más sanos y saludables han de ser menos sabrosos y atractivos.

Es importante saber que un plato de espaguetis recocidos con un chorro de salsa de tomate recién sacada del bote, no es comida ni para cerdos, o que un plato de verduras de lata recalentadas sin más gracia, no apetece ni un hambriento vagabundo, por eso es importante cuidar la preparación, presentación, frescura y aderezo de los platos cuando vamos a iniciar un régimen o simplemente a cambiar nuestros platos mas comunes por otros de nuevo corte.

La pasta es una de esas alternativas a nuestra gastronomía gallega que aunque tan exquisita resulte, no es sin embargo saludable para consumir a diario debido a su gran riqueza proteínas que al llegar a nuestro cuerpo en exceso, en vez de ser aprovechadas, se convierten en auténticos venenos.Alcachofas

Es espectacular ver como una muchacha cuya cara que presenta un marcado acné, si suprime los productos derivados del cerdo y los chocolates, al cabo de unas semanas de alimentarse básicamente de pasta y verduras (ensaladas, menestras, frutas, etc.), su cutis presenta un aspecto radicalmente distinto, desengrasado, limpio y sin apenas recuerdos de su pasada pesadilla y es porque ha conseguido disminuir su nivel de toxémia y por tanto la piel no tiene que eliminar a través de los poros esos residuos que en la mayoría de los casos son los responsables de las erupciones cutáneas crónicas.

La dietética moderna ha considerado que la llamada Dieta Mediterránea es la más saludable y regenerativa de nuestro organismo al estar compuesta de materias que contienen gran cantidad de fibra y productos que combaten el colesterol (principalmente el aceite de oliva crudo y recientemente se ha comprobado que también los pescados azules), por eso es recomendable que ahora que llega el verano y las grandes farturas quedan desfasadas, tomar nota de lo que recomiendan los especialistas y acercarnos a la maravillosa cocina mediterránea.

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Dieta para gastrónomos

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Diario El Comercio año 2001.
 

Era uno de esos encuentros inevitables, como el de la vida y la muerte, que tarde o temprano tenía que suceder y ha sido ahora: me han puesto a dieta.

Decía nuestro viejo maestro de las letras gastronómicas, Julio Camba: «Tenga usted siempre un régimen alimenticio, un régimen contra la obesidad, contra la arteriosclerosis o contra cualquier cosa, y cuando le den a usted una mala comida, apóyese en el régimen. Es la mejor política».

Bien, pues este no es mi caso, a mí me han puesto a dieta para salvarme la vida, eso dicen, y uno de los dramas de ser un gastronómo a régimen es tener que defenderse a cada momento de la crueldad de los anfitriones.

«Hombre, me decía ayer el propietario de un restaurante, me parece muy mal que precísamente hoy que vienes a mi casa te pongas a dieta. Tengo ahí preparados diez o doce platos y unos cuantos vinos que quería que probases y me dejas colgado. ¿No te lo puedes saltar un día? Tampoco creo que te pase nada por saltartelo una vez».

Pero lo que no sabe este buen amigo es que al día siguiente me sucederá lo mismo en casa otro colega y así día tras día hasta que el colesterol, los trigliceridos o las transaminasas me lleven al molde.

Nadie que no haya pasado por este amargo trago se puede imaginar la sensación de soledad y marginación que vive un ciudadano a régimen.

¡Si al menos hubiese alguna O.N.G. para los desamparados de la gastronomía, una asociación como la de los alcohólicos o los enfermos de Alzeimer para poder compartir las angustias!

¡Piedad! os suplico.

Sed bondadosos con un pobre desgraciado que está sufriendo una grave enfermedad laboral, porque para un gastrónomo la gota, la obesidad, la hipertensión o la cirrosis, son consecuencias directas de nuestro trabajo.

¿Se imaginan ustedes decirle a un carpintero a quién una sierra le ha llevado por delante las dos manos «Venga Manuel, tocanos las castañuelas como tu sabes»?

No me negarán que es una crueldad, bueno pues algo así es lo que siento cuando me sacan unos tortos con picadillo o la botella de Macallan 12 después del café.

Por caridad, sean benévolos con un pobre crítico a dieta.

Ya sé que muchos quieren mi cabeza y al leer esto me enviarán botellas de Bollinger a mi casa con la sana intención de verme reventar, pero yo les aseguro que haré examen de conciencia y si salgo con bien de esta, de aquí en adelante seré mucho mas bueno, hasta con los políticos, si es menester.

Mi buen amigo, Jesús Bernardo, el nutriólogo responsable de mi salud y de haber adelgazado a medio Avilés y a otro 35% de Gijón, me ha dicho que no me puede dar la baja porque entonces los lectores de EL COMERCIO se quedarían sin la diversión de los jueves y encima yo me moriría de hambre (los gastrónomos no tenemos subsidios), lo cual desacreditaría su brillante carrera, de modo que mi sino es seguir vagando por los comedores asturianos probando potes y fabadas, por ello, queridos cocineros, os pido comprensión, solidaridad, no seais diabólicos ni jugueis con las tentaciones luciferinas de ofrecerme anguilas ahumadas, cigalas al vapor, lampreas en su sangre o becadas al salmís, porque de lo contrario la venganza del cordero será terrible, abriré el séptimo sello y sereis testigos en propia carne del Apocalipsis.

Si al menos yo me creyese algo de lo que escribo, a lo mejor sería capaz de respetar esta dieta, verdadera penitencia del Santo Oficio, pero lo veo bastante oscuro.

 Pueden ver la receta pinchando en Albónigas de Dieta.

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Sopas de régimen

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Diario El Comercio año 1998.
 

Desde Miguel de Cervantes hasta el último mindungui que intenta grabar su nombre en el staff de la revista de la parroquia, todos los escritores gastronómicos españoles han interpretado esta especialidad culinaria como un índice de su condición social, de su visión particular de la vida, de su más profunda e inconfesable filosofía doméstica, que es la más seria y pragmática de todas las formas de pensamiento.

Don Miguel, extrapolando sus miserias en las carnes de D. Alonso Quijano, el hidalgo caballero, decía que dos tercios de su hacienda se le iban en comer cada día «Una olla con algo más de vaca que carnero ...», lo que si bien mantenía en pié a un paisano, también reflejaba la absoluta miseria de aquel falazmente llamado Siglo de Oro, ya que por aquellos tiempos, y más en la Mancha, los vacunos solo se comían cuando morían exhaustos, tanto de leche como de fuerzas.

Cunqueiro nos baña hasta las cejas de cultura gallega con una simple taza de caldo: «Un pouco de caldo limpio e un pouco de desconfianza, nunca lle fixeron mal a naide», con una sola frase, Galicia se concentra en una cunca de caldo.

Para otro gallego, José Manuel Vilabella, también lucense aunque trasplantado y enraizado en Oviedo, las sopas son un papel Tornasol que de una sola mojada nos indica el nivel educacional del comensal: «Los sorbedores de sopa son comensales que no tienen ningún prestigio y constituyen la vergüenza de la familia, la hez de la escala social de los gastrónomos.»

Bien, pues ahora nosotros, queridos lectores de EL COMERCIO, que obviamente estamos en lo más alto de la escala evolutiva de la intectualidad gastronómica mundial (este régimen de albóndigas y sopas es el no va más en la ciencia culinaria), elevamos esta especialidad al rango supremo del hedonismo, a los cielos epicúreos, al zenit de la tecnología guisandera, convirtiéndola, en las puertas del siglo XXI y a guisa de aquella mitológica ambrosía del Olimpo, en el aglutinante de todas las virtudes alimentarias conocidas por el hombre a lo largo de su historia.

Una sopa, en un país gastronómicamente civilizado como es Francia, puede llegar a ser motivo de la más alta distinción gubernamental, hasta el punto de que el 25 de febrero de 1975, el presidente de la República, Valery Giscard d’Estaing, impuso a Paul Bocuse la Cruz de la Legión de Honor, por haber creado su sopa de trufas Elysée, un hito en el desarrollo de la Humanidad.

Evidentemente en España los cocineros no podemos soñar con estos reconocimientos, entre otras cosas porque todavía ni tenemos república, y como la corona sueca aún no ha instituido el tantas veces reclamado premio Nobel de los fogones, pues tenemos con contentarnos simplmente con saber que, con cada buena sopa, hemos contribuido a hacer un poco más justa y feliz esta sociedad decadente de fin de milenio.

Mis sopas y cremas de régimen, y digo mías porque tengo registrados la patente, el © y el ™, son el compendio ideal y absoluto de vitaminas, minerales, nutrientes, prótidos, glúcidos, oligoelementos, y demás substancias invisibles, pero a la vez, sin la menor presencia de calorías, lípidos, carbohidratos, u otros productos indeseables en una dieta.

Al menos yo nos los he encontrado, y eso que los he buscado hasta con lupa.

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Obesidad en España

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Noviembre 2007
 

Tantas veces hemos hablado de este problema, que hasta le hemos dedicado una sección propia en nuestro apartado de artículos: Dietas y zarandajas y otra en el de recetas, con una dieta propia que hemos diseñado, no solo desde el más absoluto y estudiado equilibrio nutricional, si no desde el mayor conflicto que se nos plantea a la hora de ponernos a régimen, que es la planificación doméstica para poder cocinar todas esas cosas raras que nos ponen hoy los nutriólogos y que hemos bautizado como Dieta de la Cuchara.

Desde hace tres años y gracias a la guerra personal que declaró Jamie Oliver (su web no está en español, pero merece la pena echar un vistazo) a la comida basura, el gobierno británico ya ha tomado cartas en el asunto y está lanzando continuamente campañas de concienciación a la población para advertirles que esto es peor que una epidemia de peste, porque han calculado que si los niños que ahora tienen entre diez y quince años, ya están sufriendo enfermedades cardiovasculares, diabetes, hipertensión, etc. (lo que se denomina como Síndrome metabólico), propias de personas de más de cincuenta, en 2015 habrá tal cantidad de enfermos crónicos con incapacidad laboral, que la seguridad social se hundirá y el estado no podrá hacer frente a semejante pandemia.

El asunto es de tal gravedad que ya se valora la obesidad como un factor de muerte superior al cáncer y los accidentes de automóvil ¡Juntos!

Todos los comedores públicos, escuelas, universidades, ejercito, etc., deben ajustarse a las nuevas normativas alimentarias que dicta la OMS y hasta retirar las máquinas dispensadoras de snacs para que los jóvenes se ajusten a las dieta equilibrada.

¿Y en España? Como presumimos de Dieta Mediterránea, pues ya nos creemos a salvo, pero como nuestros niños comen tantas pizzas, hamburguesas y platos precocinados como los gringos, pues resulta que ya estamos por encima de la media europea y casi a nivel americano (hace dos años, en el VII congreso nacional de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEDO) se hablaba ya de cifras similares, así que puede que ya las estemos superando).
¿Y qué hacen nuestras autoridades? Pues decir que van a pagar el cuidado dental de los niños para gastar el superávit del presupuesto del pasado año.

¿Se han acercado ustedes a los comedores de nuestras universidades para ver lo que dan de comer a nuestros hijos? Yo lo he hecho y les aseguro que pone los pelos de punta, porque hasta un chico bien educado que quiera comer sano, se verá imposibilitado porque todo lo que se le ofrece es auténtica basura, colesterol inmundo, bocatas de veneno, alimento para las placas de ateroma.

Hay un dato muy preocupante que desveló el Dr. Casimiro-Soriguer, jefe del servicio de endocrinología del hospital Carlos Haya de Málaga con motivo de la recepción del premio Fundación Uriach (el más prestigioso de España en ciencias de la Salud) por sus trabajos sobre la obesidad, y es que más de un 20% de los pacientes que acuden al médico por estos problemas, no solo no los solucionan, sino que engordan aún más. ¿Qué sucede? Pues el ilustre galeno lo ha bautizado con el humorístico nombre de “Cocacolarización”, donde engloba Donuts, pizzas, hamburguesas, Bollicaos, palomitas, snacks, etc.

¿Existe solución? Sí claro, lo que sucede es que, como explicó el filósofo Claudio Magris en unos debates organizados por la Fundación Príncipe de Asturias sobre el periodismo actual: “La verdad solamente aflora cuando no se necesita para nada”.

No es rentable. La prensa actual publica lo que los políticos, que son quienes subvencionan las empresas de comunicación, quieren leer y cuando algún periodista lanza mensajes de alerta como este, se le silencia, como sucedió hace algunos años con un servidor de ustedes en un periódico del grupo Vocento (puede ver el asunto en Culmen).

Desde este humilde medio intentamos dar la voz de alarma antes de que sea tarde, porque como podrán comprobar en nuestra Dieta de la Cuchara, el camino no es otro que comer sano, como siempre aconsejó nuestro brillante Dr. Grande Covían, pero si organismos como el FROM, con presupuestos vertiginosos, no solo no colaboran con quienes divulgamos información veráz, si no que hasta pretenden cobrarnos los catálogos que todos los españoles pagamos con nuestros impuestos (intentamos acceder al Catálogo de especies pesqueras y nos respondieron que la descarga costaba 24€), pues apaga y vamonos, porque queda más mono anunciarse en el Hola, donde publican recetas de “Cocacolarización”, recuperadas de publicaciones gringas a precio de saldo.

Quizás el método sea lloriquear al funcionario de turno una subvención, un anuncio, una limosna, pero, aunque sea estúpido e intemporal, todavía hay quién ejerce esta profesión con cierta dignidad y nosotros no mendigamos, exigimos, aunque no nos hagan ni puñetero caso.

Esto no es un problema de gobiernos, porque ya sabemos que los políticos bastante tienen con hacer payasadas ante las cámaras descalificándose unos a otros para justificar sus pingües salarios, es un problema de Estado, así que intentaremos hacer llegar este artículo al Rey. Ya que dicen que se ha puesto a currar, pues a ver si hay suerte y nos lee.

Postres acalóricos

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Diario El Comercio año 1998.
 

No es por amargarle la vida a nadie, ni porque le tenga inquina a los confiteros, ni menos aún fobia alguna hacia la tarta gijonesa, pero haciendo un somero recuento de calorías de lo que suponía una ración de este delicioso postre (según las tablas del INCAP-ICNND), el resultado fue que superaba con creces las 1.000 kilocalorías, es decir, que solo con el postre, ya rebasaría el tope impuesto por el endocrino para el conjunto de las cuatro comidas que tengo que hacer al lo largo de todo el día.

No se pueden imaginar el cargo de conciencia que me entró cuando rebañaba las últimas miguitas del plato. «Que barbaridad, me dije a mi mismo, con lo rica que estaba y lo inofensiva que parecía, y en realidad se trata de una auténtica arma letal». Así que me tomé el café con sacarina, y en paz. Pero de este tema ya hablaremos con más calma otro día.

El caso es que cuando diseñé este magnifico régimen, por el que aspiro Premio Nobel de los Fogones, y lo digo una vez más para quién no lo haya leído aún, se me planteó la terrible vicisitud de tener que renunciar a un derecho constitucional como es tomar un postre después de cada comida, o caer en las garras de las multinacionales de la alimentación ligth, porque si en la normal se hacen barrabasadas, en la dietética ya se entra de lleno en el campo de lo escatológico.

Pero no.

Una vez más el brillo de la mente humana triunfó sobre las tinieblas de la propaganda anglosajona, y de una forma cuasi milagrosa, encontré una vía de escape: la clara de huevo.

Sí, señoras y señores lectores de EL COMERCIO, a veces hasta yo mismo me asombro de mi capacidad resolutiva y sublimadora ante las más dramáticas adversidades.

En la clara de huevo estaba la clave del éxito, y es que resulta evidente e indiscutible, que el trabajo que hay que desarrollar para levantar a punto de nieve unas malditas claras, es casi diez veces superior a las calorías que estas proporcionan.

Bien es cierto que por esa misma regla de tres, también sería un buen alimento de régimen la carne de toro, porque no se imaginan ustedes la cantidad de energía que puede consumir uno para hacerse con un Miura, sobre todo en campo abierto, pero ahí entran ya demasiadas componentes y valoraciones éticas, y por eso en su día evité tal recomendación.
Pero los merengues, ¡hay madre mía que estás en los cielos!, hay que ver lo ricos que están, y las pocas calorías que tienen.

Y encima, una vez captada la idea, podemos hacer mil variantes, desde los deliciosos suflés, hasta esos esponjosos postres de merengue batido con gelatina, nata (en este caso yogur acalórico), y frutas, que los franceses, que son muy suyos, llaman «mousses», o sea, espumas, y nosotros, que en cuestiones de semántica gastronómica somos bastante imbéciles, pues onomatopédicamente, decimos «mus», monosílabo que salvo que la pareja contraria haya hecho la seña de duplex o de treinta y una, pues no quiere decir nada.

Como siempre en la página 64 tienen ustedes un detallado compendio de ideas para aplicar esta sofisticada tecnología en diversos postres, tales como sorbetes, espumas, suflés, y demás delicias postreras.

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