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Cocina exótica.

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Diario El Comercio año 1998.
 

Digo que no hace falta salir de la piel de toro, porque no me negarán que comer anémonas de mar fritas, ardillas en salsa de piñones, lagartos al ajillo, orejas de cerdo rebozadas, o ancas de rana a la romana, ya tiene un notable punto de exótismo para cualquier comensal melindrero, pero es que ni siquiera hay que pasar Pajares, porque ya me contarán sino es igualmente chocante devorar larvas de anguila (angulas), moluscos y equinodermos vivos (almejas, ostras y oricios), sangre embutida (morcilla), o esas terribles arañas gigantes arañas de mar llamadas centollos.

¿Que tiene ante esto de alarmante un inocente curry de langostinos con coco y arroz Basmati a la canela?
Pues simplemente que no ha formado parte de nuestra dieta habitual.

Cada vez que veo algún remilgado comensal desdeña la posibilidad de probar un sushi, un merguez, o un mole poblano, alegando aquello «esas porquerías que comen por ahí», la verdad es que me dan ganas de leerle lo que es realmente nuestro recetario.

Y no me refiero ya al español, donde la riqueza de la cocina mozárabe, mezcla gloriosa de las culturas más hedonistas de la tierra como fueron Roma y Persia, se puede considerar como zenit de la esquisitez de la buena mesa occidental, sino ya de la asturiana, porque si bien aquellas delicias de la dulcería otomana apenas nos llegó, sí tuvimos un esplendido momento con la cocina de los indianos, quienes trajeron costumbres andinas, cariocas, caribeñas y americanas en general.

¿A cuanto de qué viene todo este rollo cuando estamos hablando de platos de régimen para cocineros solitarios?

Pues verán. Ayer descongelé un tuper que contenía mole oaxaqueño con carne, y mientras se calentaba, pués preparé un arrocito con chepiles.
En apenas un cuarto de hora tenía en la mesa una deliciosa cena que bien hubiera hecho las delicias del más exigente gastrónomo, con un costo ridículo, y elaborado a base de productos absolutamente naturales.
Yo mismo me sorprendí de lo exquisito que resultaba el mole recalentado después del congelado, y en un santiamén vislumbré las interminables aplicaciones que se podían hacer usándolo como producto de base.
Una simple, e insípida, pechuga de pollo cocida en esta salsa, se convierte en un plato más que apetecible.
Y no digamos ya esa raja de bonito que, trás un mes de costera, ya no sabemos como preparar para salir de la rutina.

¿Hay moraleja?

Pues creo que sí.

Napoleón llevaba consigo en sus campañas un ejercito de cocineros, pero no para que cocinasen para él y su alto estado mayor, sino para aprender los platos de aquellos territorios que conquistaban, y así, a mediados del XIX, París era el más fabuloso bazar de cocinas exóticas llegadas de todos los puntos de Europa.

¿Debemos quedarnos anclados en el Pote de berzas, o por el contrario abrir nuestras despensas a productos novedosos?
Quizás muchos tradicionalistas recalcitrantes lo consideren una ofensa hacia la asturianía, pero ¿saben que la fabada y la boroña son platos américanos?

Fabes, maíz y pimentón nos llegaron del Nuevo Continente. Nadie reniega de una salsa de tomate, también de origen mejicano, y sin embargo un mole sorprende, cuando en realidad no es más que un pisto pasado y con cacao.
Yo creo que debemos replantearnos muchas cosas, no vaya a ser que los exóticos y floklóricos seamos nosotros.

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Cocina marinera

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Diario El Comercio año 1997.
 

Hace unos días, entrevistando a un restaurador llanisco, el Prau Ríu más concretamente, cuando le pregunté el motivo por el que se había especializado en la cocina del bacalao, me respondió algo absolutamente cierto, pero un tanto hiriente para quienes, como yo, defendemos y confíamos en la asturianía de nuestra cocina: «Ya sabe usted, en Asturias copiamos en gran medida la cocina vasca. Sobre todo en pescados».

Ese mismo día, en otro comedor riosellano, nos pusieron una dorada, de alucinar por cierto, hecha a la plancha con ajitos, y para dar cierta profesionalidad, alguien dijo: «A la ondarresa, vamos». Y también tenía razón.

Evidentemente no se trata de llamar Pixín a la gijonesa al Rape a la vizcaina, o Sopines de Uvieu a la Zurrucutuna donostiarra, eso es patrioterismo barato, o analfabetismo culinario, enfermedades que suelen ir bastante unidas, sino de profundizar en algunos conceptos básicos que parecen ya inamovibles en nuestra memoria sápida.

Por ejemplo, se habla de cocina marinera. Obviamente esta debería ser la cocina que se prepara habitualmente a bordo de los pesqueros o mercantes, aunque hoy en la mayoría de los buques se comen esos congelados que distribuye el mayorista de turno, y que el armador se limita a comprobar en los listados de ordenador que reflejan los gastos de la gambuza.

Sin embargo en cuanto preparamos un guisote basado en un sofrito de ajo, cebolla, pimiento y tomate, con algunas patatas y unos langostinos, el espabilao de turno ya dice eso de: «Nos hicieron un guisote marinero de esos típicos, que no veas como estaba».

Obviamente hasta que Frudesa empezó a importar langostinos congelados de Mauritania, jamás ningún marinero asturiano probó tal bocado, pero los estereotipos son los que mandan.

En los setenta y ochenta, la popularidad de ciertos cocineros vascos, hizo que todo plato de pescado que quisiera tener cierto rango hostelero tuviese que llevar apellido vizcaino, y a ser posible algún pimiento del piquillo o algún espárrago de Lodosa.

Ahora, en los noventa, los guisos siguen siendo los mismos que cuando Doña Carmen visitaba las joyerías de Oviedo, pero ya se empiezan a nacionalizar, y así ya se bautizan con el apodo de «a la asturiana», aunque esta receta aparezca en un mismo libro, no voy a citar el nombre por ser el autor un buen amigo, preparada cociendo la chopa en un engrudo de harina, brandy, manzana y «pasta de tomate», y en la siguiente consiste en freir el pescado rebozado, rey a la sazón, y luego cocerlo con unas patatas, también rebozadas, y recalentarlo en una salsa de cebolla y sidra.

¿Cual de las de las dos recetas es «a la asturiana»? porque desede luego de lo que no cabe duda, es de lo que significa pil-pil, vizcaina, o donostiarra.

Quizá si algunos señores no tuviesen tanto empeño en salir en la foto como Miembros Fundadores de la Academia Asturiana de Gastronomía y esta se constituyese de una vez, quizá, y ya sé que me repito pero la redundancia es intencionada, en este santo Principado pudiesemos tener algunas ideas claras, cotejadas y refrendadas por un organismo, aunque solo tuviese tintes oficiosos.

Aunque ya sabemos que es mucho más resultón crear un nuevo premio para entregárselo el coleccionador de turno entre emocionados aplausos y vivas, después de una buena comilona, obviamente costeada por el homenajeado, que para eso tiene voz y voto en el tribunal de la organización.

Pobre Asturias, con la excelente cocina marina y marinera que siempre se guisó en nuestros pueblinos de la costa, y ahora, después del sabor a ikurriña, resulta que las recetas tienen tufo a incienso.

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Cocinar con amor

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Publicado en gallego en el libro A Cociña do Outono, y en castella en Cocina de Otoño, año 1994.
 

No quiero terminar esta introducción a la obra sin hacer una recomendación fundamental: Para ser una buena cocinera o un buen cocinero no hay que tener dotes sobrenaturales, ni hacer un curso de alta cocina en París, ni haber nacido entre los pucheros, ni ser hijo de una afamada guisandera; simplemente hay que querer cocinar y hacerlo con cariño, con amor, hasta con pasión cuando se empiezan a crear recetas propias.

Es muy duro pedir ilusión a un ranchero que se gana la vida friendo salchichas en un mugriento snack de playa o al ama de casa que tiene que preparar cada día el desayuno, la comida y la cena para toda una familia con la única preocupación de que alcance el presupuesto hasta final de mes. Estos son los auténticos esclavos de los fogones, los que seguro que no van a leer este libro y a los que yo sin embargo se lo dedico.

Mi madre, q.e.p.d., cocinaba cada día en el restaurante, pero al llegar el fin de semana o durante las vacaciones de verano, cocinaba para nosotros, cocinaba para ella (aunque apenas lo probase), investigaba nuevos platos o actualizaba los que consideraba obsoletos y esos eran los pocos momentos en que yo la veía feliz y radiante.

La cocina, como todo arte u oficio, debe hacerse con ilusión o de lo contrario se convierte en una pesadilla.

Querer es poder, dice el refrán.

En las páginas que siguen intentaré dar los consejos oportunos para que cada receta sea asequible al lector profano, desde la más sencilla hasta la más barroca, si lo consigo será mi granito de arena en esta vasta playa que es la Cocina Española porque con un solo aficionado que se enamore de este arte, ya me sentiré pagado, si no, la culpa será solo mía por no haber sabido transmitir todo el amor que siento por este oficio; buena suerte en los fogones.

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Consejos de cocina

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Publicado en gallego en el libro A Cociña do Outono, y en castella en Cocina de Otoño, año 1994.
 

El instrumental : La cocina es un arte que requiere un determinado instrumental y este debe ser cuidado con el máximo mimo ya que de él depende que nuestro trabajo resulte agradable y sencillo o incomodo y hasta peligroso.

Un cuchillo mal afilado puede provocar graves accidentes, además de imposibilitar la realización correcta de trabajos minuciosos y de precisión.

Hoy día el mercado ofrece gran variedad de productos, muchos de ellos a buen precio y eficaces, como los nuevos cuchillos autoafilables que se compran por correo o teléfono, pero también hay ofertas engañosas y no siempre un diseño atractivo acompaña una correcta calidad.

También hay sofisticados artilugios que pueden resultar útiles en la preparación de algunos platos o guarniciones tales como los peladores de verduras, los ralladores y cortadores, las picadoras, etc., incluso alguno se puede considerar casi imprescindible como el mixer (batidora, turmix, minipimer, o como se quiera llamar), pero no conviene sobrecargar de trastos la cocina ya que después apenas si sabremos con lo que contamos ni donde lo tenemos guardado.

Conviene ir comprando el instrumental según se va necesitando y así además se aprende a manejar mejor y se le saca todo su rendimiento.

Un ejemplo de invento engorroso y apenas útil son esos robots que ejercen varias funciones y cuyos complementos suelen desperdigarse por varios cajones y aparadores para terminar arrinconados en un armario durante años por aquello de que da pena titarlo por lo caro que fue.

Sin embargo las amas de casa suelen regatear en el precio de una buena tabla de corte, un complemento fundamental en toda cocina y cuya utilidad se amortiza al poco tiempo de su compra por muy costosa que haya sido.

Las cazuelas han de ser también de excelente calidad y es mejor tener un par de ellas realmente buenas a cargar con una de esas baterías que se componen de un montón de piezas que al final resultan inservibles y ocupan un lugar tan necesario en cocinas de reducidas dimensiones.

Existen utensilios de nylon (espumaderas, cucharones, cazos, etc.), son muy prácticos a condición de cuidar su limpieza y de no olvidarlos dentro de una olla puesta al fuego ya que se pueden deformar, pero su principal virtud es que respetan el recubrimiento de Teflon de las sartenes modernas que tanto sufren cuando alguna cocinera desprevenida utiliza un tenedor de metal para remover una tortilla, un revuelto o un sofrito, arañando con sus púas el milagroso fondo antiadherente; el buen instrumental puede resultar algo caro pero si se cuida a la larga es barato porque se mantiene impecable durante años y años.

Respecto a las sartenes conviene diferenciar las que se van utilizar como freidoras que han de ser hondas y pueden servir perfectamente las esmaltadas, de las de las que servirán para saltear, que deben ser de fondo grueso para que distribuya bien el calor del fuego por toda ella y tener un buen recubrimiento antiadherente que permita realizar la operación con la menor cantidad de grasa posible, hay cuidar la salud y la línea.
Una de las grandes ventajas de la era que estamos viviendo es el avance que la tecnología moderna ha experimentado y aplicado al bienestar de las amas de casa, consiguiendo poner a disposición de estas gran cantidad de electrodomésticos a precios populares que hace apenas unas décadas resultaban casi inaccesibles incluso a familias de condición económica acomodada.

Pero al igual que hemos comentado la necesidad de controlarse en las compras de instrumental, con los electrodomésticos no se debe reparar en planificar bien la cocina desde un principio ya que cualquier reforma posterior puede resultar más traumática en sí que el propio costo del aparato.

Una buena placa de inducción o unos buenos fuegos de gas nos ahorrarán mucho tiempo y permitirán dosificar la cantidad de calor necesaria en cada caso, algo fundamental en estos menesteres.

El frigorífico debe ser también minuciosamente elegido para evitar ruidos desagradables, roturas de sus accesorios en puertas y estanterías, operaciones de descongelación periódica y toda una serie de complicaciones que por un poco más de dinero nos ahorraremos.

En cuanto a los hornos yo no soy muy partidario de los microondas porque el cocinero apenas puede controlar el punto de cocción.

Los que sí son muy prácticos son los de sobremesa ya que al ser de reducidas dimensiones se calientan muy rápidamente y su consumo es mucho menor. Además estos pequeños hornos funcionan muy bien como gratinadores, una función casi imprescindible si buscamos presentar determinados platos bien doraditos y apetecibles, y en la mayoría de los casos los empotrados solo se utilizan para guardar sartenes por la incomodidad de su acceso.

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Mis queridas tortillas

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Publicado en el Diario El Comercio, año 2001.
 

No creo que nadie ponga en duda el hecho de que, junto al vino y la penicilina, la tortilla de patatas es uno de los mayores logros de la Humanidad.

Recientemente se ha celebrado en Cangas de Onís un concurso de esta magnífica creación de la ciencia culinaria y realmente habría que dar cuenta de este evento por las cuatro esquinas del Estado ya que el apasionamiento de l@s concursantes llegó a poner en peligro la integridad física de los miembros del jurado.

La tortilla, en sí, es un invento español, al menos es en nuestros recetarios mas antiguos donde se hace referencia a ella y desde luego, de lo que no hay duda, es que es en nuestra cocina donde mas importancia se ha reconocido al arte de envolver así los huevos.

Sin embargo su caracter popular y esa inquina que tienen los médicos de prohibir todo lo bueno, han hecho que hoy día se valore poco. Craso error.

Yo conozco a no pocas personas capaces de moverse cientos de kilómetros por gozar de una buena tortillona de patatas. De hecho en Betanzos había un restaurante especializado en estos menesteres que recientemente se ha trasladado a Coruña, tal era su éxito.

También hay que reconocer, aunque solo por una vez, el acierto de Rafael García Santos que ha incluido un concurso similar al ya citado en su gran fiesta de la gastronomía que cada dos años celebra en el Kursaal de San Sebastián (en la última edición debería haber ganado Amado, el de La Venta del Jamón, pero la mala organización del evento arruinó su creación).

Una de las vitudes de esta fórmula culinaria es su versatilidad porque a una buena tortilla de patatas se le pueden añadir mil ingredientes, incluso sobrantes, y el resultado será brillante.

Es tipico ponerle un poquito de chorizo, poco eso sí, taquitos de jamón, tiritas de pimiento frito con cebolla, por supuesto, ajo, bacalao desmigado o incluso merluza, especialidad de reciente creación en Casa Consuelo de Otur, que ya ha conquistado a medio mundo porque es bocado inolvidable (dimos cuenta de ella el pasado día ocho de febrero en la página de restaurantes).

Pero a costa de estas golosinas también se comeneten las mayores atrocidades y no solo me refiero a esas armas arrojadizas llamadas tortillas precocinadas, si no a atropellos coquinarios aún mayores, como suelen ser esas argamasas de patata cocida cuajadas con huevina que, para mas sadismo, el camarero de turno, sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo, mete en el microondas para evitar así la mas remota posibilidad de disfrute gastronómico.

Hace un año comentamos la idoneidad de crear una guía de barras donde se pueda gozar de un buen pincho de tortilla, una de las costumbres mas inteligentes de la cultura hispánica, pero lo cierto es que la relación era tan corta que tuve que abandonar la tarea so pena de incurrir en odiosas e injustas omisiones.

En una buena tortilla, la patata ha de estar frita, nunca cocida, aunque haya sido en aceite, el huevo jugoso en el interior y doradito en la superficie, la temperatura un puntín templada, para que asiente (recién hecha no tiene los sabores compenetrados, fría no es agradable y recalentada es un fracaso) y por supuesto comida a horas intempestivas, a media mañana, al atardecer o de madrugada, aunque en esas circunstancias todas suelen saber bien, quizás en función del nivel etílico del comensal.

Quizás dentro de unos días les dé la receta de la tortilla asturiana, como la española, pero mas de aquí.

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Un par de huevos fritos

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Diario El Comercio año 1997.
 

Si por encargo del Ayuntamiento de Gijón, un buen día un señor llamado Chillida plantó en el cerro de Santa Catalina un mogollón de cemento como Elogio al horizonte, sin menospreciar la curvilínea azul gijonesa, yo creo que sería también de justicia levantar otro monumento al huevo frito.

Cierto es que el horizonte nos brinda maravillosos atardeceres con el Cabo Peñas al fondo, marcando la divisoria entre el mundo de los hombres y el de los fantasmagóricos monstruos abisales.

También nos indica la llegada del buen tiempo, con su esperado paredón del nordés, y otras muchas cosas hermosas, pero ¿y el huevo frito? ¿Cuantos momentos difíciles de nuestra vida no se han salvado gracias a unos huevos fritos.

Recuerden ese día que tuvieron que andar varios kilómetros porque se les rompió un latiguillo del coche (nunca he visto ningún latiguillo, pero los mecánicos rurales siempre les echan la culpa de las calamidades domingueras) y, cuando llegaron al primer teléfono, a eso de las cinco de la tarde, reventados, calados hasta los huesos y hambrientos como hienas, la señora del barín, después de hacerse cruces al ver su estado, les dice: “No nos queda nada de comer, pero si quiere le puedo freír unos huevos con patatas y un chorizín”.

Reconozcan que cuando vieron aparecer la fuente, ese lujurioso bodegón de colesterol y ácido úrico que inmortalizó Velázquez, su estado de ánimo pasó del intento de suicidio, al más gozoso sentimiento de agradecimiento a Dios por haber inventado cosas tan sublimes como los huevos fritos con patatas.

Un día, comiendo con mi colega y a pesar de ello buen amigo, Lucio, como ya estábamos estragados de tanta delicatessen y tanta sofisticación (eran los tiempos de gloria la Nueva Cocina Vasca), al sentarnos a la mesa nos preguntó: “¿Queréis que os saque unos huevos fritos despachurrados con patatas y un poco de vino con gaseosa?” y claro, todos aplaudimos la idea.Huevos fritos con jamón 

Tan apoteósico fue el éxito obtenido, y tan contundente la repercusión en la élite gastronómica de la capital, que hoy día los huevos fritos de Lucio son famosos en el mundo entero, casi tanto como la tortilla de patatas de José Luís.

Y es que a pesar de lo denostada que ha sido históricamente la receta del huevo frito, la cosa tiene su miga, porque de hacerlo bien, a presentar esa porquería de yema cuajada y clara cruda que sirven en muchos comedores de menú a 650 pesetas, el plato pasa de ser un reconfortante alivio para nuestras almas, a convertirse en un nauseabundo invento del averno.

Lo primero que hay que saber es que con los huevos fritos, pasa igual que con los calcetines y con los guardias civiles, es decir, que la unidad es la pareja.Un huevo frito per se, no existe.En realidad sería la mitad de un par de un par de huevos, y no me negarán que es un tanto absurdo pedir en un restaurante “Medio par de huevos fritos”.

Luego está el momento.

Mi padre (q.e.p.d.) afirmaba categóricamente que el apabullante éxito socioeconómico de los Estados Unidos radicaba precisamente en el momento en que comen los huevos fritos, que es por la mañana, mientras que un país que como España los come en la cena, en lugar de proporcionar fuerzas para levantar un imperio, lo que hacen es provocar pesadillas.

En una de aquellas comidas secretas de la transición, llegó a proponérselo formalmente a Joaquín Ruiz-Giménez, José Maria Gil-Robles y Santiago Carrillo, pero no le hicieron caso, y así nos luce el pelo, porque un país que se come los huevos fritos a destiempo, nunca podrá triunfar.

Afortunadamente en Asturias aun tenemos chigres de aldea, de esos que venden madreñes, fesorias y supositorios Rovi, donde a media tarde aún se pueden comer unos buenos pares de huevos fritos, como Dios manda.

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Cuchillos de cocina

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Publicado en la revista PlanetaVino Nº 12, Abril/Mayo 2007.
 

Cuchillos de cocina, la tentación machista.

Ignoro cuales serán las motivaciones atávicas que nos impulsan a comprar cuchillos sin ton ni son, a ser posible los más caros que haya en el escaparate, pero lo cierto que es que todos los hombres sentimos una verdadera pasión por la erótica de estos instrumentos.

Yo siempre oculté mi filia porque era consciente de que mi colección de cuchillos de monte no obedecía en absoluto a un uso racional (nunca llegué a degollar ningún animal no humano ni creo que los usase para otra cosa que cortar algunos tacos de chorizo), pero cuando empecé a comprar los de cocina, descubrí que mi caso no era patológico (si veinte millones de Españoles leen el Marca, el acto deja de considerarse una enfermedad) y que todos los cocinillas y profesionales que conocía, guardaban en su corazoncito esa pecaminosa atracción.

Tanto es así que, desde hace una década, los fabricantes sacan al mercado unos productos en que prima la estética, una imagen varonil, un aspecto fiero, toda una estética paramilitar para que los cocinillas nos sintamos como el Cid dentro de su armadura, o como Don Pelayo defendiendo la cueva de Covadonga del traidor obispo Oppas.
Marcas como Müller, Solingen, Zwilling o WMF, compiten por hacer piezas que rozan la obra de arte y cuyos precios van acorde con esa idea.

Los japoneses despertaron tales pasiones (el grande de la foto, me costó casi cien mil pesetas hace diez años), que ya hay empresa europeas que los copian y hasta han lanzado varias líneas para que los cocinillas españoles no nos gastemos las divisas del reino en la tienda Tokyo Ya.

La última moda son los de cerámica Kyocera que cuestan del orden de los 80€/pieza, pero estos van a fracasar porque carecen de erótica. Una hoja de cerámica, que corta como una navaja barbera, no transmite morbo. De hecho, en el artículo “Los terroristas no viajan en primera”, aconsejaba su uso para secuestrar aviones (no son detectables por los apocalípticos sistemas de vigilancia de los aeropuertos, y puedes hacer con ellos una carnicería como la Béziers)  y nadie me ha hecho caso ¿porqué? Pues porque no transmiten pasión.

Cuando mi ex mujer visitó por primera vez mi cocina y le mostré mi colección de cuchillos (para epatar a las novias, los macarrillas enseñan sus abdominales y los cocinillas mostramos nuestros cuchillos), quedó tan asombrada que, cuando nos mudamos a la nueva casa, tuvo casi vergüenza al pedirme si podíamos incluir en nuestro menaje un cebollero que su padre le había regalado y que vaciaban en una cuchillería de Astorga. Desde entonces fue mi favorito (en el centro del abanico) porque corta como el viento y recibe la chaira como si fuera de seda (este complemento es fundamental para conservar siempre el filo bien vivo, hay pasarla a cada corte).

Los otros dos imprescindibles son los de mango blanco que aparecen en la foto flaqueando al astorgano. Son de la gama más barata de la firma Arcos, de Albacete, deben costar cuatro o cinco euros, pero funcionan tan bien que, el jamonero, lo uso hasta para filetear los cortes más finos del sashimi de pescado blanco que deben ir casi transparentes.

Con esto quiero decir que, además de darnos el gustazo de comprar la colección completa Siegen de Müller afilados a láser para matar de envidia al vecino, es también aconsejable disponer de unos cuantos feos que funcionen de verdad, los que podríamos llamar “Los Imprescindibles”, a saber: un cebollero de peso (debe tener la hoja ancha, de una pieza hasta el final del puño y ser lo más pesado posible), un jamonero (hoja larga y fina para laminar), uno de sierra para el pan (contra más corriente mejor, aunque los hay carísimos que también funcionan) y uno pequeñín, que yo nunca uso, pero que seguro que si no lo tenemos, en alguna ocasión nos resultará imprescindible.

Nomura, mi maestro de sashimi (es la especialidad más sofistica de la cocina japonesa y solo consiste en saber usar bien el cuchillo), decía siempre que sus alumnos debían aprender a hacer todo con uno solo y, cuando lo hiciesen bCuchillos japonesesien, ya podían comprar otro.

El consejo de cocina de hoy es como usar estas peligrosas armas sin poner nuestra propia vida en peligro.

Lo primero que debemos saber es que los cuchillos deben estar afilados como la Katana de un Samurai. Esta la primera observancia de obligado cumplimiento, porque no hay nada más peligroso en una cocina que un cuchillo mal afilado.
Salvo los usos específicos ya citados, por defecto usaremos siempre el cebollero, porque su peso nos permite cortar cualquier cosa con facilidad, precisión y mínimo riesgo, ya que su hoja ancha apoyada sobre los nudillos, evita cualquier posibilidad de corte.

Aunque parezca secundario, la zona de trabajo debe ser firme y estar bien iluminada.

A partir de ahí, el resto es coser y cantar, porque da lo mismo picar cebollas que pimientos, ajos o alcaparras.

Como ejercicio práctico, usando el jamonero, corte una cebolla en lo que los chilenos llaman “pluma”. Partan la cebolla al medio dos veces (da igual empezar por el ecuador que por el meridiano, el caso es hacer los dos cortes para obtener cuatro porciones que se asienten bien en la tabla dejando una cara abierta para hacer los cortes). Deben ser cortes tan finos como un papel, para lo que pasaremos la hoja en toda su extensión sin apenas hacer presión. Así es como deben usarse los cuchillos, sin hacer nada de fuerza, ahí está la seguridad de nuestros dedos.
Verán qué rica sabe la cebolla así de fina, simplemente aliñada o sobre unas rodajas de tomate.

Del gazpacho al Cielo

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Publicado en revista Viandar, año 2001.
 

Septiembre es uno de los meses preferidos por los amantes de la buena mesa, sobre todo por aquellos desahuciados de la gota para quienes los fríos meses invernales, con sus deliciosos mariscos y potentes matanzas, ya no significan otra cosa que un recuerdo nostálgico de un pasado que no sabría decir si fue mejor, pero desde luego sí mas glotón.

En septiembre, cuando los niños ya han vuelto a sus centros penitenciarios y los veraneantes han desaparecido de nuestros verdes campos y blancas playas, los que disfrutamos del privilegio de vivir en el Cantábrico, esponjamos, resucitamos, volvemos a sonreir y a salir a la calle sin miedo a ser agredidos por cualquiera de esos feroces turistas, capaces de arrancarte una oreja para llevársela de recuerdo a su pisito de Tarrasa o a su adosado de Majadahonda.

Y es en estos días cuando Asturias se muestra con todo su esplendor. Aires limpios, luces doradas que barnizan los pueblos con una dulzura que invita a la poesía, al amor, al gazpacho y a tantas y tantas cosas maravillosas como tiene este mundo.

  • «Oiga, interviene un lector con aspecto de beduino perdido, pero si el gazpacho es un plato mediterráneo ¿porqué habla de usted de él en Asturias?»

Pues verán, lo cierto es que no es oro todo todo lo que reluce y desde que una señora, o señorita (no tengo el gusto de conocerla), llamada Conchi Álvarez Sagastibelza, vasca ella para mas señas, reivindicaba en un libro el abertzalismo de la cocina mediterránea, pues ver quién el guapo que me discute que Asturias no puede una de las patrias del gazpacho.
Sobre todo desde que, con el cambio del milenio, todo lo que antes era malo ahora se ha vuelto bueno: el aceite, el vino, el jamón, el bonito, las sardinas, el salmón ahumado, hasta los masones, que éramos tratados como secta satánica y ya nos consideran casi beatos.

Bueno, pues a lo que íbamos, afirmo categóricamente que el gazpacho asturiano es, por méritos propios, uno de los platos nacionales de mayor prestigio mundial.
Tiene un pequeño defecto, no vamos a ser perfectos, y es que a mis paisanos no les gusta el pepino (a mí me encanta, pero es que yo tengo cruce de razas mora y pasiega).

Del aceite, da igual que sea de Baena, Jerte, o Siurana, aquí no hay xenofobias, pero eso sí, virgen extra y de primera prensa en frío, porque en Asturias nunca hubo olivos, pero con el cambio de siglo, ya que le damos cancha en nuestra cocina, al menos pidamos que sea del mejor.
Usando esos retorcidos y perfumados tomates de Somió, los lujuriosos pimientos de Cardes que cada domingo bajan las paisanas al mercado de Cangas de Onís, las jugosas cebollas de la rasa de Luarca y sus dulces ajos, ese pícaro puntín que pica en la nariz del vinagre de sidra y, por supuesto, un buen aceite de oliva virgen de las colonias (ya saben aquel dicho de la Reconquista que proclama que nuestra tierra es España y el resto territorio ganado al Sarraceno), el gazpacho asturiano se convierte en una orgía de aromas y sabores a huerta, a buena cocina, a salud.
¡Qué gazpacho!
Si la pobre Santina lo hubiese probado, seguro que hubiera detenido la batalla de Covadonga.

  • «¡Al-qama y Pelayín!, les hubiera gritado, dejai de peleavos y tomai una tacina de este gazpachu que sabe a Gloria bendita», pero claro, como todavía Colón no había traído los pimientos del caribe ni Hernán Cortés los tomates de México, pues se enzarzaron como animales y estuvieron tirándose los trastos a la cabeza durante casi ocho siglos ¡qué cansancio de guerra!

De aquella los gazpachos se hacían de otra guisa porque esta manera de cocinar nos viene de lejos, de los portugueses, dicen los eruditos, no sé yo qué pensar, pero lo cierto es que sin tomate ni pimiento, el gazpacho no es lo mismo.
No entro en rebuscadas pedanterías sobre las distintas formas en que se muestra este plato, salmorejos, ajo blanco, zoque, etcétera, pero sí creo oportuno que el gobierno de la Nación diseñe una campaña informativa a nivel mundial para que el resto de la Humanidad sepa que existe algo tan maravilloso como es nuestro gazpacho.
Ya lo dijo a principios del siglo pasado (no olviden que ya estamos en el XXI), nuestro insigne endocrino el doctor Gregorio Marañón: “... el gazpacho, sapientísima combinación de todos los simples alimentos fundamentales para una buena nutrición que, muchos siglos después, nos revelaría la ciencia de las vitaminas... Las gentes doctas de hace unos decenios maravillábanse de que con un plato tan liviano pudieran los segadores afanarse durante tantas horas de trabajo al sol canicular. Ignoraban que el instinto popular se había adelantado en muchas centurias a los profesores de dietética ...”
También hace mención a ello la Carta de los Derechos Humanos: «Todos los hombres y mujeres del mundo, sea cual fuere su tribu, raza, país, religión, o ideas políticas, tienen derecho a la Buena Vida, a la Gloria, o sea, a comer gazpacho, a ser posible asturiano» (esta última coletilla la ha puesto un servidor de ustedes, pero casi no se nota).
Es inmoral, indecente, injusto, hasta poco cristiano, que aun queden civilizaciones primitivas, como los vikingos que van a tomar el sol a Canarias, que no conozcan el gazpacho.
Hace algunos meses, en una bulliciosa terraza de la tinerfeña Costa Adeje, fuí testigo de una deplorable y lastimosa escena.
Un matrimonio de cerditos, con cochinillo rubito incluido, pidieron de comer. Lo clásico, lo autóctono, lo que a ellos les va: espaghetti, pizza, fish & chips, etcétera. Y gazpacho.
Cuando llegó la bermeja sopa y el gañán teutón la probó, empezó a emitir unos sonidos inteligibles, debía ser escandinavo o algo así, pero subidos de tono, como si algo le hubiese ofendido.
Con gesto enérgico llamó a un pobre camarerito de origen quechua que andaba por allí ganándose la vida sirviendo mesas y vendiendo coca y le gritó: «¡Hot, hot!».
El indiecito salió corriendo y le trajo salsa Tabasco pensando que el garañón albino quería poner picante en su sopa. En cierto modo era lo mas próximo que podía asociar entre su cultura andina y nuestra cocina mediterránea.
Entonces aquel mastodonte subió aun mas el nivel de sus berridos: «¡Hot, hot!», vociferaba.
Por fin el aterrorizado inmigrante ilegal comprendió que el nibelungo debía protestar porque el gazpacho no estaba lo suficientemente frío y para comprobar la temperatura metió un dedo en el tazón y le dió la razón al cliente: «No se preocupe, ahora mismito le pongo un poco de hielo».
El guiri quedó algo mas tranquilo pensado que ya se había solucionado el entuerto, pero cuando vió de nuevo aparecer al mozo sonriente, trayendo su sopa On the rocks, entonces ya organizó la de San Quintín.
Tuvo que intervenir la fuerza pública. Acudieron los defensores de los derechos del Indio, un delegado de Moctezuma, los zapadores de Infantería que estaban de maniobras por la playa de Las Américas y por fin el dueño del chiringuito, por cuyo aspecto rubicundo, deduje que debía pertenecer a la misma étnia que el indignado turista. Por fin se aclaró la conclusión: ¡aquel energúmeno pensaba que el gazpacho era una sopa caliente y protestaba porque se la habían servido sin pasar por el microondas!
Qué verguenza, qué humillación, qué drama mas patético. Y yo allí en primera fila, rumiando desde que empezó el conflicto un trozo de indestructible rosbif que sin duda hubiera hecho feliz a cualquiera de aquellos prusianos.
Lo dicho, creo que ya es tiempo de que nuestros políticos lleguen a un consenso, que el SOMA-UGT y el gobierno de Tini Areces se pongan de acuerdo para ir de la mano a ver a Álvarez Cascos para conseguir fondos estructurales con los que divulgar por toda la Tierra la grandiosidad del gazpacho asturiano, del qué como hubiera querido decir nuestra Virgen piquiñina y galana, es el verdadero pórtico del Cielo.

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Antropología gastronómica

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Junio 2015
 

De cómo empezó la cosa

En el año 1991 (Dios mío, ha pasado ya un cuarto de siglo), este humilde servidor de ustedes tuvo la humorada de asomarse a un campo que por entonces era yermo, pelado, inhóspito, incluso mal mirado por cocineros e historiadores, que consideraban que eso de la antropología gastronómica era pedantería inútil y estéril, un quiero y no puedo en ambas profesiones.

¿A quién le importaba un bledo que durante siglos el gazpacho se hubiera comido en España sin tomates ni pimientos? o que la fabada se inventara en el siglo XX, o que al caldo gallego y el pote asturiano no llevaron patatas hasta finales del XIX.
Hoy opinan hasta los pinches de chiringuito sobre el origen del foie-gras de pato, sin tan siquiera saber que el hígado graso, o sea el foie-gras, es una patología hepática previa a la cirrosis.
Aquella primera inmersión seria se centró en el estudio de los alimentos que cruzaron el Atlántico en ambos sentidos y cómo se aclimataron en sus nuevos continentes de acogida. De aquella no había Internet y había que bucear en la Espasa, una fascinante fuente de información con todo el romanticismo y la nostalgia que transmitían los libros de principios de siglo, pero dura de pelar, porque buscar un dato, un hilo que seguir, podía implicar todo un día de trabajo.
Al fin, durante todo el año 1992, la revista Club de Gourmet, publicó mi sección Gastronomía V Centenario, un evento que me granjeó el odio de muchos pseudo-eruditos que veían cómo sus mentiras quedaban desenmascaradas por el simple ejercicio de la razón.
Años después, mi amigo Manolo Bragado, director de Edicións Xerais de Galicia, me pidió que escribiese la historia verdadera de la cocina gallega, un apasionante reto que tuve que declinar porque también tenía que comer, y en este país solo venden libros las folklóricas y demás famosillas que salen en las revistas rosas.
Durante estos más de veinte años he publicado miles de artículos y hasta una veintena de libros, siempre metiendo el periscopio en la historia de cada plato o costumbre culinaria, pero hete aquí con que, por mi santo, mi chica, Elena, me regaló varios libros franceses sobre historia de la alimentación, y a través de ellos pude ver que, escritoras de máximo prestigio y reconocimiento mundial, como Madeleine Ferrières, aparecen abiertamente como antropólogos gastronómicos , un sueño que pensé que nunca llegaría a ver.
Grandes maestras, cómo la parisina Maguelonne Toussaint-Samat, en 1987, con su Histoire naturelle et morale de la nourriture, habían abierto las puertas de esta ciencia.
En Francia la historia de la alimentación es una rama oficial de la carrera universitaria de historia y la antropología gastronómica también ha sido ya reconocida como especialidad universitaria. Quizá el siglo que viene en España también suceda algo así, porque desde luego campo de estudio no nos falta.

Las edades de la gastronomía

Para un país que sigue enseñando la asignatura de historia según el Catón de Álvarez, es muy difícil concebir este área según La Escuela de los Anales de Lucien Febvre y Marc Bloch, aunque sea la base didáctica desde 1929 en toda Europa, pero bueno, como el ministro Wert no va a meter mano en mis escritos, pues vamos allá.
La Corriente de los Anales no se interesa por el acontecimiento político en sí, ni por el individuo como protagonista típico del trabajo de la Historiografía contemporánea, sino, inicialmente, por los procesos y las estructuras sociales, sus causas, sus efectos, sus resultados. De poco vale aprender de memoria que la batalla de las Navas de Tolosa se inició el 16 de julio de 1212 enfrentando a los ejércitos cristianos de Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra,  contra el de califa Muhammad an-Nasir. Lo importante sería saber por qué, porqué después de cuatro siglos de convivencia pacífica, los reyes cristianos se unieron para acabar con quién fuera su socio en mil reyertas y hasta en grandes guerras.
Así vamos plantear nuestro atlas histórico de la gastronomía occidental, pero empezando por nuestros días, es decir, en orden cronológico inverso, porque creo que así se entiende mejor el concepto.
Es importante reseñar el hecho de que en España el pueblo no empezó a comer con cierta calidad hasta el siglo XX, y aún con grandes diferencias entre las nuevas clases burguesas emergentes, y el pueblo llano.
Durante siglos el pueblo comió simplemente lo que hubiera. Se ponía un caldero al fuego con agua, y allí se metía lo que buenamente se encontrase, ya fueran bellotas, castañas, garbanzos, pan duro, nabos y con suerte algún trozo de tocino.
Cuando algunos “eruditos” hablan de la gastronomía española en el Siglo de oro, eso es un eufemismo, por no decir una majadería. Los conventos y monasterios tenían una dieta pobre en carne y rica en legumbres, queso y pan, de ahí la proverbial obesidad clerical, los nobles sí podían disfrutar de ciertos refinamientos, pero el pueblo comía sopas de pan duro.
Esto sucedió de forma parecida en toda Europa, solo que la revolución industrial se desarrolló en Francia e Inglaterra a finales del siglo XVIII, en el resto de Europa a principios del XIX y en España no se percibió hasta los años sesenta del siglo XX, hace apenas medio siglo.
 Termino mi análisis en aquellos confusos siglos en que la Península Ibérica fue colonizada por culturas más avanzadas porque antes de la llegada de fenicios, judíos, griegos y romanos, los habitantes de esta zona de la Tierra rozaban el límite entre el hombre de las cavernas y el hombre moderno.
Evidentemente tendríamos que iniciar la historia de la cocina en el momento en que el hombre descubre el fuego y consigue controlarlo. Como explica el eminente primatólogo Richard Wrangham, profesor de Antropología Biológica en la Universidad de Harvard: “El secreto de nuestra evolución reside en la cocina”. En el artículo La cocina nos hizo inteligentes, damos la debida información de la teoría del doctor Wrangham según la cual, al cocinar los alimentos, se redujo el tiempo de masticación y digestión en 2/3, con lo que el hombre pudo pensar más y desarrollar su cerebro. Claro que estamos hablando de Homo erectus, porque hay datos de vasijas encontradas en Kenia con más de un millón de años que forzosamente tuvieron que cocerse a más de 400ºC, o sea, con fuego.
El otro gran avance fue la domesticación de animales y plantas, el inicio de la agricultura y ganadería, lo que nos acerca a los años 7.000 a.C., si hablamos de India, Mesopotamia, Egipto, etc., y del 4.000 a.C. en Europa, pero todo esto se estudia en el colegio, por lo que no me voy a meter en berenjenales vanos porque de hecho apenas si puedo dar datos que no haya sacado de distintos libros sobre la Prehistoria.
Nuestra historia de la cocina española/europea, empieza con las grandes culturas clásicas, y aún así las tocaré de refilón porque también forman parte del temario de la educación secundaria. Lo que no explican los profesores de historia es que el descubrimiento del frigorífico cambió la forma de vida del mundo occidental, que el desarrollo culinario de la patata convulsionó el planeta, o que la llegada del pimentón alteró por completo la cocina española.

Globalización y productos label.

Sin duda estamos en esta era. En el pueblo más remoto de Asturias, donde hasta hace pocas décadas no se había visto una uva, ahora se pueden comprar todos los días del año frutas exóticas procedentes de Chile, Sudáfrica o Australia.
Es más fácil conseguir un hígado de oca francés (aunque en realidad venga de Israel o Hungría), que una buena lechuga de huerta.
Es probable que un mariscador de Sanlúcar, después de vender su cosecha en la rula, se vaya a comer un puchero de langostinos de Madagascar a Bajo de Guía. O que en un barco que va a pescar a Gran Sol, coman filetes de pescado congelado de Mauritania.
Lo más absurdo que he visto de esta locura es importar tomates de Holanda, un país que no tiene ni suelo ni sol, los ingredientes principales para cultivar esa solanácea, mientras que aquí, otra cosa no habrá, pero tierra y sol, hay como para hacer chorrear el planeta de salsa de tomate. Lo lógico sería que España exportase tomates a Holanda, no al revés.
¿Porqué este mundo al revés? Sencillamente por dinero.
Las causas son múltiples y complejas, a veces repugnantes, como lo es la esclavitud infantil que permite a China exportar espárragos a Navarra para su venta falsificada, pero el dinero manda en todos los terrenos, no solo en la política, y ese mariscador de Sanlúcar habrá vendido sus capturas a 70€/kg, mientras que el gambón de Madagascar se vende en tienda a 7€/kg, así que con el kilo que ha sacado de las nasas esa mañana, tiene para invitar a toda una boda.
Son cifras de vértigo. Almacenes congeladores donde cabe un Boeing 747, repletos hasta el techo de langostinos, calamares, o filetes de parga, procedentes de Asia, Oceanía, Alaska, o América del sur.
En una mesa redonda celebrada a mediados de los ochenta en el Centro Cultural de la Villa de Madrid (Plaza de Colón), nos reunimos diferentes técnicos para divagar sobre como sería la alimentación del siglo XXI. Como era de esperar se dijeron muchas sandeces, sobre del tipo "comer con píldoras" y esas bobadas, pero mi querido amigo, colega y socio, Luís Eduardo Cortés, a la sazón propietario del restaurante Jockey, senador, y presidente de la asociación de restaurantes de Madrid, opinó: “En el siglo XXI se comerá igual que en el XX, la única diferencia es que habrá productos para que el pueblo se alimente a diario, y otros de uso gastronómico, selectos, salvajes, gourmets, solo para la alta hostelería”. ¿Estamos ante una nueva era? Quizá sí, porque en países avanzados, ya hay numerosos huertos y granjas que surten a los grandes restaurantes y tiendas gourmet. Ya hay dos mundos, las grandes superficies y cadenas, con pollos de oferta a 2,5€/kg, y los llamados productos label, con D.O. o I.G.P., como los pollos de Bresse a 25€/kg. También están asomándose al mercado yogures, tomates, quesos, mantequilla, cerdos especiales (cómo el ibérico en España), etc., pero el mundo del llamado “Gran Consumo” mueve cifras tan colosales como que China, comedor ancestral de arroz, hoy produce más de 100 millones de toneladas de patatas. ¿Pueden ustedes imaginar cuantos son 100.000.000.000 kg de patatas? Y eso cada año.
¿De donde ha salido este mastodonte? Pues de la logística del frío, el gran cambio del siglo XX.
Un servidor de ustedes, que no fue a clase con Matusalén sino con Miguel Bosé, siendo ya pollito, recuerda cómo su padre compraba una vez al año un par de rodajas de salmón, un lujo que solo podían permitirse algunos acaudalados burgueses. Hoy es comida del pueblo, y no es que se pesquen en el Manzanares, sino que vienen de Noruega, Escocia o Chile, sacados de un fiordo el día anterior. Hasta cigalas llegan vivas a nuestras pescaderías, traídas de Irlanda y Escocia, algo alucinante si tenemos en cuenta que las que se rulan en Avilés, pescadas esa misma noche a seis millas del Cabo Peñas, llegan a mi pescadería ya muertas. No digamos ya las nécoras, camarones, centollos o bueyes, eso ya no causa estupor, porque en el Cantábrico llevamos ya décadas comiendo centollos franceses.
Es un nuevo mundo, un mundo de consumo tan vertiginoso que hace que se nos revuelvan las tripas cuando vemos como, a unos kilómetros de nuestro luminoso supermercado, haya gente muriendo de hambre y miseria, o que un traspiés financiero, como el que provocaron los bancos españoles en 2012, provoque que algunos compatriotas tengan que buscar esa comida en los cubos de basura.
Como este es un sitio de gastronomía, no vamos a profundizar en los aspectos sociales, pero imagínense cómo esta locura está afectando a la vida rural. Agricultores que tienen que tirar sus producciones de tomates, cebollas, pimientos o pepinos, porque ese día la rula compra a precios que no cubren los gastos. Pequeñas ganaderías que ven cómo la mantequilla o los quesos que elaboran, les cuestan más que los similares que se venden en el supermercado del pueblo (quizá hayan sido procesados en Rumanía, pero en España se venden con nombre e imagen asturiana). Pescadores que, como las conserveras están comprando a bajo precio túnidos pescados en el Mar Rojo, ven cómo no han sacado ni para el gasoil.
Es maravilloso tener unos lineales tan bien surtidos y a precios tan asequibles, pero también se están generando nuevos problemas sociales y de salud.

El frío, el transporte y las granjas industriales

La IIª Guerra Mundial dejó muchos cambios en la Tierra, uno de ellos la revolución alimentaria.
"Antes de la Guerra", como decían mis padres, comer en Madrid pollo, truchas, salmón o sencillamente unos huevos fritos, era un privilegio que solo las más acomodadas familias burguesas podían permitirse. Hoy día, en el rincón más sórdido del barrio más miserable, del pueblo más perdido de los Monegros, un bracero podrá comer a diario todos estos productos con una paga ruin. Ni en el país de Jauja pintado por Brueguel el Viejo se concebía tanta abundancia.
En cierta ocasión, hablando del gazpacho, un “erudito” me abroncó diciendo aquello de “Aquí se hizo así de toda la vida” ¿Toda la vida? ¿Qué vida, la suya, la de sus padres o la de la Humanidad? Toda su vida no superaba los sesenta años de consciencia, así que ni siquiera conoció la comida de “Antes de la Guerra”, un suspiro en la historia de España, pero un inmenso salto en nuestra cultura gastronómica. ¿Cómo es posible que en unas pocas décadas hayamos avanzado más que en miles de años? Pues por las tres razones del título de este capítulo.
Primero se inventó el frío industrial, algo maravilloso que permitía que un ternero pudiese permanecer en cámara un mes en vez de un día. También nos vino bien el frigorífico doméstico, pero eso ya es otra guerra.
Luego vino el transporte con frío, una maravilla que permitía comer pescado fresco en Madrid.
Antes de la guerra, un besugo rulado en A Coruña podía tardar tranquilamente tres días en llegar a Madrid, eso con suerte, porque los infames caminos empedrados que construyó Primo de Rivera durante su dictadura, apenas permitían circular a los destartalados camiones FIAT 618 sin pinchar un par de veces en cada trayecto, y eso que eran la vanguardia del automovilismo. Hoy día a nadie le sorprende ver cigalas vivas en Albacete, animalitos que horas antes andaban correteando por las frías aguas de Escocia.
Y por fin llegaron las granjas de producción intensiva, un invento diabólico que “fabricaba” pollos, huevos, truchas, cerdos y hasta terneros como una máquina de clonar gominolas.
Había nacido el mundo del gran consumo, colosales naves por donde circulaban cada día millones de tomates, quesos, corderos y todo lo imaginable. Occidente había inventado la fórmula de producir comida a bajo coste, con dimensiones faraónicas y que podían distribuirse hasta en varios continentes a la vez.
Nunca en la Historia de Humanidad, miles y miles de años, hubo tantos alimentos a disposición del pueblo llano, de hecho esta superabundancia está provocando nuevas enfermedades por sobrealimentación, lo que se conoce cómo Síndrome metabólico (hipertensión, colesterolemia, diabetes melitus...).
Si de muestra sirve un botón, pongo cómo referencia el llamado Manifiesto del hambre, una publicación escrita en 1854 por Don José Mª Bernaldo de Quirós y Llanes Campomanes, VIIº Marqués de Camposagrado, dirigido a S.M. la Reina Isabel II, en que relataba cómo, en nuestro heroico Principado de Asturias, morían de hambre a diario cientos de campesinos debido a la mala cosecha, llenando de cadáveres las calles de pueblos y villas donde esperaban sobrevivir de la caridad. Es un relato dantesco que recomiendo leer a esas personas que me critican cuando relato lo que era España a finales del siglo XIX.
Quizá sea aún más espeluznante saber que esa situación se mantuvo hasta los años cincuenta del siglo XX, y en pocas décadas, se pasó de aquellas hambrunas feroces, a esta abundancia desmedida que exije la actuación de la Administración para regular los excesos de alimentación, por lo que ya se considera una pandemia de dimensiones descomunales.

Parmentier, las patatas y el azúcar

Puede parecer una tontería, pero ¿se imaginan ustedes un mundo sin patatas fritas ni dulces (bollos, helados, chuches)? Hoy día hasta en países que nunca habían oído hablar de este tubérculo, como India o China, comen millones de toneladas y ha pasado a ser uno de sus principales alimentos (China produce ya más de cien millones de toneladas al año). No digamos ya en nuestro mundo en que hasta los bocadillos o sandwiches se sirven acompañados de esta guarnición.
Y volvemos al estribillo “de toda la vida”. Dígale usted a un gallego que hace poco más de un siglo el caldo no llevaba patacas y que no se servían cachelos con el pulpo.
¿Y los belgas? Yo creo que habría un suicidio masivo si se quedasen sin sus famosas “frites”.
Bueno, pues fue el general Parmentier quién descubrió sus poderes alimenticios y promovió su consumo entre los soldados napoleónicos para pasar después al pueblo.
Es necesario explicar que las primera patatas que llegaron a Europa eran como boñigas secas y correosas, de hecho en Francia se llamaron trufas hasta que Duhamel du Monceau les cambió el nombre por “manzanas de tierra”, pommes de terre, y en España se llamaban turmas de tierra (testículos, criadillas).
Durante el siglo XVIII van llegando a Francia diferentes especies (se considera que hay registradas más de 10.000) que dan pie a discusiones sobre su forma de cocinado hasta que llega la llamada Bella de Nueva York, por tener la piel blanca y fina, traída por el cónsul francés en Boston, John de Crévecoeur a finales del XVIII, que enamora a Parmentier y al resto de consumidores. “On la préfère á toutes les autres, le dice Parmentier al seleccionador de semillas Vilmorin. Sa chair est sucrée, farineuse, fine. Très delicate a manger.” A partir de ahí se obsesiona en mostrar las posibilidades de este nuevo alimento y llega a preparar un menú degustación de 22 platos a base de patatas. Para que se enteren los demiurgos de la nueva cocina.
Napoleón, consciente de la capacidad de este agrónomo, lo rescata de las garras de los revolucionarios que lo quieren guillotinar por haber trabajado para Luis XVI y a partir de ahí empieza la expansión de la patata como alimento milagroso en todas las mesas europeas.
Y lo mismo sucedió con el azúcar. El bloqueo marítimo inglés hizo que los productos procedentes de América llegasen con mucha dificultad a los países enemigos y Parmentier encontró la fórmula para extraer azúcar de las remolachas, un invento que con el tiempo desbancó a la caña de azúcar y dio pie a uno de los sectores de alimentación que más millones de euros mueve hoy día en todo el mundo, un lobby tan potente como las industrias del petróleo o del armamento.
En 1801, se construyó la primera fábrica de azúcar en Cunern, Baja Silesia. En 1806 Europa estaba prácticamente desabastecida de azúcar de caña. En 1811 Parmentier presentó a Napoleón dos barra de azúcar de remolacha y este quedó tan impresionado que mandó plantar 32.000 hectáreas de remolacha y construir refinerías por todo el país. Sus tropas ya podían desayunar café con leche endulzado, algo que él consideraba un derecho de todo soldado.
Es cierto que el paso al gran consumo se dio durante el siglo XX con la macro demanda de la industria alimentaria, porque incluso antes de la guerra, las confiterías trabajaban de forma artesana, y comer pasteles era un privilegio de ricos (recuerden las escenas de la película de Charlot, The Kid, en que Jackie Coogan se hipnotizaba mirando un escaparate de pasteles).
También fueron las macro cocinas industriales quienes lanzaron sus productos de snakcs y precongelados de patatas fritas, pero el cambio que vivió la sociedad europea a mediados del XIX con estos dos productos, cambió el panorama del mundo occidental e inició el fin de unas hambrunas tan frecuentes que habían sido el motivo más habitual de pandemias durante siglos. 

América

Ya hemos hablado de la patata, pero el motivo es que, traída a España a mediados del siglo XVI, su consumo no se generalizó hasta mediados del XIX, de modo que como si nada, porque también hubo productos como la coca, que o no se adaptaron bien o no interesaron a los consumidores y no se habló más de ellos.
Lo importante del descubrimiento de América no fueron los pimientos, ni el tomate, ni las patatas, ni las alubias, ni el maíz, sino todo en su conjunto.
Los estudiosos de la antropología gastronómica española (podríamos decir mundial), hablamos siempre de los platos, productos o costumbres precolombinas o postcolombinas, porque el cambio de costumbres alimentarias, no solo se produjo en el Nuevo Continente, sino también en la vieja Europa.
Y viceversa, porque hay mucho analfabeto que pregona que España solo llevó la sífilis a América (en realidad fue en orden inverso), pero si visitan cualquier país latino, imagínense como sería antes de contar con cerdos, gallinas (y huevos), vacas (y queso), caña de azúcar, arroz, trigo, uvas (vino), café..., productos que llevaron al nuevo continente nuestros antepasados.
El mestizaje de culturas (en América había varias y muy diferentes entre sí, porque nada tenían que ver los aztecas con los incas) no fue cosa de una tarde, como sucede hoy día que se pone de moda el Ramen en Japón y al año ya hay restaurantes Ramen, Sushi bar y Yakitoris en los cinco continentes. El mestizaje fue muy lento, prueba palpable es que las patatas fueron traídas a España por Pedro Cieza de León en 1560, pero no empezaron a consumirse hasta finales del XVIII y más popularmente hasta mediados del XIX.
Hay mucha confusión sobre los tiempos de implantación de cada producto. Yo tuve un disgusto con el Dr. Martínez Llópis quién, en su Historia de la gastronomía española, afirmaba que los tomates no empezaron a consumirse hasta el siglo XIX cuando los trajeron los franceses, y yo demostré que a principios del XVI, ya eran comida popular como describe Tirso de Molina en su comedia “El amor médico".
Otro ejemplo son las alubias (Phaseolus vulgaris), conocidas ya por Colón, pero que no aparecen en los recetarios españoles hasta época muy reciente, de hecho, en el libro de Martínez Montiño, 1763, no hace ninguna mención a ellas, mientras que sí lo hace de las habas (Vicia faba).
Con todo esto quiero decir que fueron todos estos productos en su conjunto los que revolucionaron las cocinas europeas en ese engendro que ahora se llama Dieta Mediterránea y que, salvo por el aceite y el pan, casi todos son productos americanos.
En el siguiente capítulo describimos como era la España musulmana, el país más avanzado de Europa en todos los aspectos culturales, incluida la gastronomía, pero para hacernos idea de la dimensión social que tuvo la llegada de los productos del nuevo mundo, debemos analizar como era aquella España del siglo XV, bueno y XVI, XVII, XVIII..., porque el fanatismo religioso gobernó las costumbres culinarias españolas hasta finales del siglo XX.
Con la expulsión de los judíos y musulmanes España retrocedió al siglo VIII. La persecución de todo lo que recordase a los árabes llevó a destrucción de los grandes huertos y de sistemas de regadíos. El fanatismo religioso prohibía cualquier manifestación de placer, incluidos los de mesa. Disfrutar de la buena comida era pecado de gula y el garrote de la Santa Inquisición vigilaba hasta la mesa real.
Fuera de los palacios no había mucho que vigilar porque el pueblo, sencillamente se moría de hambre. Cuando los iluminados “investigadores” hispanoamericanos echan pestes de los españoles, debería saber que en la península, el pueblo, el 90% de los españoles, se moría de hambre. Ir a América significaba poder comer. Quizá los conquistadores tuvieran el sueño del oro, pero los colonos solo soñaban con poder comer, por eso hago estas reflexiones, para que comprendamos como era el escenario, las hambres negras del Siglo de Oro español, al que denomino la Era del mortero, gazpachos, morteruelos, atascaburras, migas y mil platos más que se pasaban por el portero ¿Porqué? Sencillamente porque los pobres no tenían dientes, se les habían caído de inanición en plena juventud.

Los árabes

La barbarie, o integrismo, que se dice ahora, no lo inventaron los Hermanos Musulmanes durante la Primavera Árabe, ya en el siglo XV, la Iglesia católica arrasó con todo lo que pudo de una cultura que había mantenido a España a la cabeza de Europa durante ocho siglos.
No solo fueron expulsados de sus casas, de sus pueblos y de sus campos, sino que se quemaron todos los libros escritos en esa lengua.
Para los antropólogos hubiera sido una fuente fabulosa de información para conocer las costumbres precolombinas, sobre todo en cuestión de gastronomía, donde habían desarrollado una tecnología que asombraba a cuantos embajadores visitaban nuestro país.
Yo tengo una traducción al francés de un libro escrito hacia 1230 por un murciano llamado Ibn Razin al-Tuyibi (Abu l-Hasan 'Ali ibn Muhammad ibn Abí l-Qasim ibn Muhammad ibn Abí Bakr ibn Razin al-Tuyibi), el Fudalat Al-Khiwan (algunos textos lo escriben Fadalat Al-Jiwan (Fadalat al khiwan fi tayybat et-ta'am Wa-I-alwan), que se salvó milagrosamente porque fue llevado a Marruecos por un comerciante antes de la persecución y que nos muestra una cocina tan refinada que hoy día nos deja epatados.
A pesar de la barbarie católica, aún nos quedan los productos que los árabes trajeron y que cambiaron nuestra alimentación, tales como el arroz, la caña de azúcar, los cítricos, las almendras, los duraznos (melocotones, albaricoques, piescos...), y la pasta, porque si bien esta se consumía en Roma (lo de Marco Polo es una gamberrada), se hacía de forma muy basta, y los árabes llegaron a un refinamiento extremo, como es la pasta filo y las lasañas.
Embajadores de Francia, Venecia y Génova describían en sus crónicas la España árabe cómo un infinito vergel de frutales, huertos, olivares, viñedos, naranjales, limonares y grandes extensiones de cerales. Un país de cuento en una Europa de hambre y horrores, porque los sistemas de regadío y producción agrícola, producían comida para todos, ricos y pobres, moros, cristianos y judíos.
Hace unos días, en el canal TV5 Monde, emitieron un gran programa sobre Agnés Sorel, la favorita del rey Carlos VII de Francia. Como los franceses analizan la historia concatenando todos los aspectos del escenario, narraban la vida de Jacques Coeur, un rico comerciante a quién el rey debía tanto dinero que intentó matarlo acusándole de la muerte de Agnés Sorel. Entre otros detalles, narraban cómo Coeur estableció comercio con Damasco en 1432 y trajo de allí maravillas que epataron a toda la corte, como la técnica de fabricar helados. En el año 773, con motivo de la independencia del Emirato de Córdoba, una embajada lombarda visitó a Abd al-Rahmán I y, en la crónica de su viaje, narrando el refinamiento de aquel país, apuntaron que había probado un helado de crema de pistachos con pétalos de rosas de Hispahan. ¡650 años antes! España vivía con más de seis siglos de adelanto respecto a Francia, lo que equivale a decir Europa.
 Durante ocho siglos España fue un país exótico en que la astrología, agricultura, matemáticas, arquitectura, poesía, música y demás ciencias, entre ellas la gastronomía, volaban en otra dimensión respecto al resto de Europa. Sin entrar en los aspectos políticos y religiosos, que no me incumben, los banquetes con que se agasajaba a los embajadores visitantes, deslumbraban a estos hasta tal extremo que cuando volvían a sus países y describían lo que habían probado, hasta eran castigados por narrar fantasías. Productos impensables como el azúcar, el arroz, los pistachos (en español debería llamarse alfóncigos), almendras, naranjas, etc., permitían elaborar una repostería que superaba la imaginación de cualquier cristiano.
Las mentiras que Marco Polo narró de sus supuestos viajes a Oriente, eran una burda parodia de lo que varios siglos antes habían descrito los embajadores venecianos que había visitado la corte cordobesa.
Pero quizá lo más fantástico, es que el pueblo comía, se alimentaba correctamente, no como en la España cristiana en que solo se rezaba al santo patrono para hubiera grano con que hacer pan y sobrevivir otro invierno.
Luego llegó la oscuridad, el ayuno, la abstinencia, la penitencia, el pecado, la miseria, el triunfo de la Iglesia católica
En el trabajo Lo que nos trajeron los árabes pueden ver con más detalles esta convulsión social.

Antigua Roma

En realidad la aportación de Roma no fue demasiado revolucionaria, sobre todo si la comparamos con la árabe o la americana, porque lo más destacable de esa invasión fue su cultura, sus redes viales y sus monumentos, pero en cuestión alimentaria tan solo introdujeron tres elementos importantes: el castaño, las salazones y las vacas. De hecho quizá ya se preparasen salazones por los fenicios, y fueron también ellos quienes introdujeron el cultivo de la vid, el olivo y cereales como el trigo.
Roma sofisticó los cultivos, por ejemplo con sus técnicas de injertos que cambiaron los ralos acebuches en orondos olivos.
También trajeron variedades más productivas de trigo y enseñaron a cultivar legumbres como las lentejas, los guisantes y los garbanzos, aunque estos ya los habían traído los cartagineses. Si trajeron grandes coles, lechugas y acelgas, pero como ven no son productos de impacto, ni siquiera los mencionados al principio, porque no había vacas, pero si cabras, y por tanto leche y queso. Tampoco había castañas, pero si bellotas, de hecho se usaban secas para hacer una especie de pan.
Griegos, fenicios, judíos, romanos..., en realidad aquellos tiempos fueron el paso de la prehistoria a la historia narrada, ese fue el gran cambio, casi el origen del hombre a partir de un primate.
 Quizá merezca reseñarse puntualmente lo que fue cultura sefardí.
A pesar de ser un pueblo culto que llevaba siglos de escritura y tenía la buena costumbre de reseñar todo lo que sucedía en sus asentamientos, no hay datos concretos de su llegada a España, quizá desapareciesen en la vergonzosa quema que llevó a cabo la Iglesia a raíz de la diáspora de 1492.
Según los estudios más recientes, los primeros asentamientos debieron producirse en la cuenca del Guadalquivir hacia el siglo VIº a.C., con motivo de la destrucción de Jerusalem (586 a.C.), lo que coincidiría con los mandatos recogidos en el libro de Abdías: 
“La multitud de los deportados de Israel
ocupará Canaán hasta Sarepta,
y los deportados de Jerusalén que están en Sefarad
ocuparán las ciudades del Negueb.”
                                                Abdías 1:20
(En los textos bíblicos, se llamaba Sefarad a la península ibérica).
Sea cual fuere la fecha de su llegada, lo cierto es que hay numerosas referencias a sus asentamientos en esa región antes de la invasión romana, lo que, junto a la colonización fenicia (todo formaba parte de la antigua Fenicia), nos lleva a pensar que fueron estos los primeros pobladores de la península que trajeron consigo costumbres gastronómicas dignas de consideración.
Si les interesa el tema, les recomiendo que visten la página de Cocina sefardí, donde explico con más detalle la gastronomía de esta cultura.

Las edades ordenadas como Dios manda

  • Prehistoria: Descubrimiento del fuego, la cerámica, agricultura, ganadería (pastoreso), metales...
  • Antigüedad: (Sefarad, Fenicia, Grecia, Roma, Cartago... ) Desde nuestros orígenes hasta el siglo VIII.
  • Árabes: Siglo VIII - hasta finales del XV
  • América: principios del siglo XVI – finales del  XVIII
  • Parmentier: principios del XIX hasta mediados del XX
  • El frío, el transporte y las granjas industriales: Mediados del XX hasta el XXI
  • Globalización y productos label: Principios del siglo XXI

La Gran Cena

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Publicado en el diario El Progreso, año 1992.
 

Llega la Navidad y con ella días de alborozo y regocijo. La familia se reune y todos comparten la mesa que más que nunca ofrece los más exquisitos manjares y las más lujosas bebidas.

Es la mejor época para disfrutar de la buena mesa ya que todos los productos cuestan el doble o el triple que en cualquier otra semana del año, la mayoría de los articulos frescos llevan un mes semicongelados en las cámaras de los comerciantes especuladores y todas las empresas aprovechan para dar salida a las mercancías de desecho que sobraron durante el resto del año.

Es buen tiempo para enviar regalos a los familiares porque al deplorable servicio de Correos de que disfrutamos en este santo país, la saturación propia de estos días a causa de los crismas, suele llevar a que el paquete con chorizos y turrones que mandamos a la prima Mª Luisa de Madrid, le llegue en semana santa, tiempo muy propio para su consumo de no ser por el deplorable estado de arribo.

También es aconsejable preparar desproporcionados ágapes en los hogares donde hay niños ya que al no asistir estos a clase y estar dando la lata todo el día en casa, se les susle calmar atiborrandolos a bocadillos, chocolates y golosinas varias con lo que el día de la gran cena casi con toda seguridad la población infantil queda diezmada a causa de las navideñas indigestiones y cólicos.

Las bebidas juegan papel importante en estas fiestas ya que existe la tradición de tomar bebidas espumosas (cava, sidra, champagne), después de la cena y esto es una costumbre típicamente española ya que en otros lugares estos deliciosos vinos se consumen de aperitivo, merienda o cocktail, pero nunca después del café aunque esta es la forma más aconsejable ya que si la comida ha sido lo suficiente copiosa como para estar con el estomago lleno, el efecto de carbónico puede actuar como detonante y el protagonista volar por los aires como los malos de las películas de James Bond.

Podríamos hablar de los simpáticos sincopes y colapsos que puede producir el frío sobre una persona que tiene el estomago demasiado lleno, lo apasionante de pasar un ataque de gota rodeado de indómitos niños, el óptimo estado anímico durante una gastroenteritis para tocar la pandereta y cantar villancicos, etc., pero es tiempo de recogimiento cristiano y gran lucro para traficantes en comida y especuladores, así pues yo simplemente termino diciendoles: "coman, coman, que me huelgo de vedles comer".

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La Gran Cena de Fin de Año

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Publicado solo en gallego en el libro A Cociña do Inverno, de la colección Cociña Galega das Estacións, año 1995.
 

Entre la juventud, esta noche está mas identificada con la juerga hasta el amanecer, que con la gastronomía. Es una pena, pero como decíami padre q.e.p.d.: la juventud es la única enfermedad mental que se cura con el paso del tiempo.

Hay que admitir que son ya muchos días de comilonas, y que los estomagos están ya resacosos y hastiados, sobre todo si se ha abusado del alcohol y de los mariscos, sin embargo como ya dije al principio no solo de langostas vive el hombre, y el recetario antiguo tenía grandes platos tradicionales para cada festividad, como el bacalao con coliflor, que degraciadamente yo nunca he visto en ningún menú de esos fastuosos que anuncian en restaurantes y hoteles para despedir el año viejo.

Lo que sí es habitual es el cabrito, uno de los manjares que ha sobrevevido durante siglos en nuestra más pura tradición gastronómica, y que hace las veces de sucedáneo en las regiones cantábricas de los no menos famosos corderos castellanos, en este caso y con perdón de los asadores de Aranda, puedo decir que mejorando incluso su emblemático plato.

Los cabritos lechales son exquisitos, y es una lástima que en muchos lugares se asen despiezados y bañados en aceite.

No hay mejor forma de degustar este bocado que simplemente tostado en un horno de leña de alguna panadería antigua.

El perfume del hogar se compenetra con el suave sabor de la carne blanca del animal que aun no ha probado el pasto, para dar como resultado un bocado que expertos gastronómos franceses han tenido que reconocer, públicamente y por escrito, que es uno de los platos mas exquisitos del mundo, único que la cocina francesa no ha podido nunca igualar.

Por supuesto hay que mencionar el pavo, un ave que nos llegó de América y que causó sensación en nuestro continente desde su llegada, si bien yo atribuyo ese éxito mas a su volumen y exótico plumaje que a su calidad sápida.

He obviado expresamente los pescados porque creo que cualquier otra fecha de invierno es mas aconsejable para consumirlo que en estos días de navidad.

Ese monstruo fagocito llamado Madrid que devora todo lo que encuentra a su paso, en estos días siente predilección por engullir pescados y eso provoca una escalada de precios injustificada, sobre todo para los que tenemos la dicha de vivir junto al mar.

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Los buenos modales

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Publicado en el Diario El Comercio, año 2001.
 

Después de escribir mi patética suplica a los amigos cocineros para que se apiadasen de un pobre gastrónomo a dieta, me vino a la cabeza esa mal llamada espontaneidad española que suele venir acompañada de la deplorable frase «Es que yo soy así de campechano y digo las cosas como las siento, sin pensarmelo dos veces», cuando en realidad a ese comportamiento sencillamente se le puede calificar como de grosería o falta de educación.

España es el único país del mundo en que uno se siente calvo antes de que se le caiga el pelo: «Oye macho, vaya entradas. Tu a los cuarenta estás como una bombilla». Luego llega uno a los cuarenta y seis con una hermosa cabellera y se pregunta porqué lleva mas de veinte, sufriendo cada vez que ve algún pelillo en el lavabo y el casusante fue aquel maleducado que en la mili te vacinó una alopecia como la que él padecía.

«Que barbaridad, Pepe, me decía el otro día cierto personaje de desagradable recuerdo, cada día estás mas gordo», a lo que no me quedó mas remedio que contestarle «Y tu mas enano, mas feo y mas impertinente».

En Inglaterra uno se entera de su calvicie un día en que se ve la coronilla en el espejo de un ascensor, o de su gordura al pasar ante un escaparate y sorprenderse ante su perfil. Luego va al peluquero y al sastre y al comentarles lo sucedido, estos con toda cortesía le responden: «Caramba, Mr. John, pues no me había fijado, pero ahora que lo dice, sí que me parece prudente hacerle el próximo traje con rayas verticales».

Y eso en lo genérico, pero es que cuando llegamos a la mesa, lugar donde se ve superlativamente la educación de las personas, la cosa entra ya en el campo de lo escatológico.

Hace unos días me coincidió entrar en un comedor popular en que servían fabada de plato del día y en la mesa contigua, dos individuos con aspecto de vendedores de repuestos de automovil, competían entre sí por ver quién era capaz de sorber les fabes con la cuchara a mayor distancia de la boca.

Otra costumbre bastante frecuente, sobre todo en el medio rural, es beberse todo un café con leche, tamaño desayuno, cucharadita a cucharadita, eso sí, después de haber revuelto el azúcar intentando reproducir, con mayor o menor fortuna, los acordes del carillón de la Escandalera a medio día.

Pero esto no es lo que mas me preocupa, al fin y al cabo son limitaciones culturales de personas que quizás no hayan tenido la suerte, o la desgracia, de haber accedido a ciertas enseñanzas. Lo terrible es cuando ves a esos jóvenes de buena familia, a esos pobladores de los nuevos centros de ocio, comportarse como los actores de Mad Max o los del Planeta de los simios (salvo Raquel Welch, que siempre fue muy hortera, pero muy fina).

Quizás sean el producto de una negligente educación por haber comido en el colegio o en el burguer más próximo para comodidad de los padres, pero lo que no valoran estos es que el día de mañana, cuando alguno de estos vástagos aspire a ser alguién en la vida, tendrá que, junto a esos costosos masters de alta gestión y los cursillos de relaciones humanas y P.N.L., hacer otros de comportamiento en la mesa, algo que a los veintitantos años suena un tanto vergonzoso, pero que en EE.UU. ya es práctica habitual, porque los modales son parametro de valoración de un ejecutivo.

Y de paso, reflejo de como funciona una familia, porque da asco ver como se comportan algunas en los comedores públicos.

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Los jóvenes gallegos, beben albariño.

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Julio 2007
 

A pesar de las insidiosas campañas antivinícolas de la señora Salgado, esta semana pudimos comprobar, con gran satisfacción, como los jóvenes gallegos alternaban hasta altas horas de la noche con vinos de Rías Baixas y no con calimochos, cubatas y otras porquerías que, como todos sabemos, no solo destrozan los hígados, sino incluso el cerebro, porque un alcohol de mala calidad achicharra todo lo que pilla a su paso, sobre todo las neuronas.

Fuimos un grupo de periodistas especializados para dar cuenta de la nueva bodega de Mar de Frades, una de esas preciosidades que dejan boquiabiertos a nuestros compañeros foráneos porque en ningún lugar del mundo se están construyendo bodegas con tanto gusto y diseño como en España.

Como es preceptivo en estos eventos, comimos toneladas de marisco y bebimos hectolitros del dorado elixir (por cierto nos deslumbró el Viña Valiñas, el especial de la casa, con un 50% de vino fermentado sobre sus lías en barrica de roble y del que hablamos a continuación en su respectiva ficha de cata) y, por la noche, ya por nuestra cuenta, recorrimos todos los garitos de SanXenxo.

Como bien apuntó mi querido colega Mikel Zeberio: “Habéis dado en el clavo. Este es el futuro del vino, la juventud. Lo que habéis conseguido vale una fortuna incalculable. Hay países que pagarían lo que fuera por este logro. Lo primero por la salud de los jóvenes, porque no es lo mismo pasarse de copas de vino, que de destilados, por otro lado está la cultura, es precioso ver a los jóvenes gallegos bebiendo vino gallego y en tercero, claro, la economía, porque esta es la cantera de vuestros futuros clientes. En Bilbao a estas horas solo verías beber cubatas y calimocho, una pena”.

Claro que si la Salgado afirma que es lo mismo beber el alcohol que contiene un delicioso y perfumado Mar de Frades, que aquel de garrafón con que han preparado un botellón de Fanta, pues jodido lo llevamos.

Dicen que la ministra de agricultura está realmente preocupada por el sector vitivinícola español. Me extraña porque nada que sea racional es compatible con los enrevesados e inextricables cerebros de los políticos, pero quizás fuese bueno que se sentase cara a cara con su colega la Salgado, que además de llamarse igual, son del mismo partido y encima orensanas, y le explicase que muy torcido lo llevan los bodegueros para aumentar sus producciones y ventas si desde la administración, en vez de ayudas, solo reciben palos entre las ruedas de la bicicleta.

Galicia planta viñas, tanto en el Salnés como en O Rosal, Valdeorras o Ribeira Sacra, señal de que las cosas van bien, pero ¿Hasta cuando?

Mientras nuestros competidores de Francia, Italia, EE.UU., Nueva Zelanda, Argentina, Chile, etc., cuentan con importantes campañas de promoción y sensibilización para que sus jóvenes prescindan de los destilados de dudosa calidad (el azúcar de las bebidas gaseosas con que se hacen esos combinados, son otro factor insalubre a tener en cuenta), y aprendan a beber vino con moderación, aquí, esta analfabeta, pregona tolerancia cero. ¿Será del Opus o será de Mao?

Hace unos quince años, cuando escribía para el diario El Progreso de Lugo, publiqué unas reflexiones parecidas. Venía de hacer un trabajo en Bresse y me hizo una gracia enorme ver como cuatro jóvenes se sentaban en la mesa de al lado, pedían la carta de vinos, discutían sobre cual les parecía más interesante y se bebían la botella entre los cuatro, comentando las virtudes o defectos de sus respectivas copas. Aquello me fascinó, qué bien, qué comportamiento más culto y elegante.

Ahora parece ser que en Galicia es frecuente ver lo propio en sus bares y hasta se pueden oír conversaciones inteligentes que, en vez de discutir sobre la última miseria del Gran Hermano, discuten sobre si ir al Don Camilo o al Castelao, porque en el primero tienen Do Ferreiro Cepas Vellas 2004 y en el segundo Viña Valiñas 2005.

Pero claro, tal y como van las cosas, como para exigir una asignatura en el bachillerato que hable de gastronomía y vinos.

Mil y una ensaladas

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Diario El Comercio año 1998.
 

Es un hecho irrefutable, que a través de las ensaladas se puede saber el momento anímico y social de todo un pueblo, y aunque ningún afamado escritor gastronómico lo haya dicho, la frase: «Dime que ensaladas preparan en un país, y te diré como es», resulta un auténtico axioma que los sociológos y etnógrafos deberían recordar.

España, país que nunca fue invadido por los moros, sino liberado de los bárbaros, tuvo su primera cultura ensaladera mediante el imperio romano, señores que, obviamente, tampoco nos invadieron, sino que nos urbanizaron.

Pero la más rica, sublime, variada. sofisticada y hasta lujuriosa, fue la que nos llegó desde Bagdad, en la lejana Persia, junto a las primeras ediciones de Las Mil y Una Noches.

Durante ocho siglos España comió las mas voluptuosas ensaladas, y precísamente, cuando el genial Cristobal Colón emprendió su largo viaje en busca de nuevos ingredientes para enriquecer estas (tomates, maíz, patatas, aguacates, etcétera), el Clero se hizo con el poder, y de un plumazo borró todo vestigio de placer sensual de nuestras mesas, condenando irremisiblemente las ensaladas al más profundo y tenebroso ostracismo.

Y es que a España, la auténtica Edad Media, le llegó en el siglo XVI, porque mientras en Francia, Italia o Inglaterra, el Renacimiento alegraba los palacios y casas burguesas, la piel de toro se secaba al fuego de las hogeras que prendía la Santa Inquisición.

Ya nunca más las mesas ibéricas volverían a lucir sus multicolores galas, ya ningún buen crstiano viejo volvería a ser tentado por aquellas tendenciosas ensaladas multiformes.

Lechuga y cebolla, que con pan mantienen, y sin él, sostienen.

Al olvido fueron a parar aquellos crujientes alfóncigos que enriquecían los platos de entrante, las sabrosas mojamas de almadraba que les conferían rango de festín, las perfumadas mezclas de especias frescas que aturdían a los comensales a su paso, y miles y miles de productos que como el jengibre, con su peculiar y desenfadado picante, alegraban las mesas de los ya de por sí alborozados españolitos medievales.

Si Boabdil se hubiese imaginado los tomates que Colón iba a traer del otro lado del charco, seguramente nunca hubiera rendido Granada.

Y no digamos ya su madre, la sultana Aixa, que además de excelente cocinera, era una señora de armas tomar, ya que aún sin haber probado las patatas fritas, le espetó al memo de su hijo aquello de «Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre. Imbécil.».

Y aunque no lo recoja la historia, estoy seguro que cuando le sirvieron, ya en el exilio de Fez, claro, su primera ensalada de pimientos asados, con su aceitito, su comino, y todo, ese día le metió una paliza, que lo dejó temblando para toda una semana.

Así, mientras Leonardo da Vinci hacía los primeros experimentos con los productos llegados de ultramar en su taberna de Los Tres Caracoles para complacer a su señor Ludovico Sforza, «el Moro» (no vienen reflejados en el Codex Romannoff, pero sé de buena tinta que así fue), el Cardenal Cisneros dictaba las pautas de miseria culinaria que arruinaron este país hasta la desamortización de Mendizabal, y hasta aún después, ya que no volvieron a florecer nuestras ensaladas, hasta a la muerte del Caudillo.

¡Vivan las Mil y Una Ensaladas!

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Neveras, el invento que cambió el mundo

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Diario El Comercio año 2000.
 

Para muchos de ustedes, queridos lectores, aquellos que aún no se han enfrentado a la dura prueba de cumplir los cuarenta, lo que voy a contarles sonará a batallita del abuelo Cebolleta, bueno, eso si es que llegaron a leer el TBO, que tampoco es fácil.

Pensarán que les estoy metiendo bolas y que los detalles que les voy a comentar los he sacado del Quijote, sin embargo, y si de muestra sirve un botón, les diré que en mi casa, y con una madre para quién la cocina fue una pasión en la que no escatimaba fortunas, no se pudo comprar un frigorífico, un Frigidaire que se decía entonces, hasta bien entrados los años sesenta.

De aquella pasabamos los veranos en Estoril, que era el respiro de las familias liberales españolas, y recuerdo que cada vez que doña Lola se paraba delante de un escaparate de electrodomésticos, le susurraba a mi padre: «Pepe, no sería posible llevarnos una de estas neveras».

Y aquí viene la pregunta: ¿como podíamos vivir, sobre todo en Madrid con cuarenta y tres grados a la sombra, sin frigoríficos.

Bueno, pues se vivía, y les aseguro que tampoco era tan dramático como nos podría parecer ahora, tiempos en que si se estropea este dichoso aparatito, parece que el mundo se va a hundir.

Es mas, cuando el uso del blanco electrodoméstico empezó a popularizarse, recuerdo que había no pocos prejuicios, tales como «No bebais agua de la nevera que da anginas», o «No saben igual los filetes de la fresquera que los de la nevera».

¿Qué era la fresquera?

Pues un invento genial, consistente en un ventanuco que daba a la zona mas sombreada del patio, cerrado por una fina tela metálica para impedir el paso a las moscas y otros insectos, y donde el paso continuo de aire fresco mantenía los alimentos en buen estado durante un tiempo prudencial.

Cuando llegaba el verano y apetecían bebidas mas frías, se recurría a la nevera de hielo, un receptáculo mas o menos grande, construido en madera, con un aislamiento de corcho, y revestido interiormente con chapas de zinc soldadas entre sí para ser estanco.

Allí se echaba hielo en barras, previamente picado y que se compraba en alguna de las muchas fábricas que existían en las ciudades y grandes pueblos. Y les voy a decir algo que parece absurdo, una cerveza, a ser posible de botella mejor que de bote, enfriada en hielo picado, sabe mucho mejor que si se ha mantenido en refrigerador.

Luego había muchos refrescos que se hacían con unos artilugios llamados heladeras y que funcionaban con sal: la horchata, el agua de cebada, el granizado de limón, etcétera, y había quioscos callejeros que tenían fama de ofrecer su punto justo de azúcar, o hasta de selección de las materias primas.

Otra forma de refrescar era el agua corriente, y es hoy, con todos los adelantos tecnológicos del hombre que ha conquistado la Luna y casi Marte, en que para muchos, yo uno de ellos, una sidra así acondicionada no se puede comparar con la misma metida en nevera.

Y no digamos ya de los quesos, embutidos, patés, ensaladas o cualquier otro alimento, que en tantos y tantos chigres, te los plantan en la mesa recién sacados de la cámara, cuando al menos deberían haberse atemperado durante veinte minutos o media hora.

La tecnología avanza, y eso es bueno para el hombre, incluso para los gastrónomos, pero hay que saber dosificarla y hasta recordar de vez en cuando viejos trucos, que antaño tampoco se vivía tan mal.

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Navidad, tiempo de fraudes

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Publicado solo en gallego en el libro A Cociña do Inverno, de la colección Cociña Galega das Estacións, año 1995.
 

Y de la matanza pasamos a la Navidad, fiesta pagana del solsticio de invierno, que siempre fue celebrada por las culturas precristianas con tanto júbilo, que hasta la propia Iglesia decidió cambiar la fecha del supuesto nacimiento de Cristo a estos días, para así dar una justificación sagrada a estos jubilosos festejos.

Por supuesto que siempre hay algún fanático que saca los pies del tiesto diciendo que es una vergüenza que se pierda el caracter profundamente religioso de estas fechas, y que las celebraciones profanas actuan en detrimento de la moral cristiana, pero afortunadamente nadie les hace caso, y con excepción de la tradicional Misa del Gallo, el resto de la Navidad es una gran fiesta en que toda la familia se reune con el fin principal de disfrutar de la buena mesa.

Desgraciadamente eso también supone que algunos rufianes traficantes de comida, esperen estas fechas para hacer su agosto.

Quiero hacer una recomendación que cada año repito en las páginas de gastronomía que publico en los diarios de turno: comer bien no es sinónimo de despilfarro, y una buena mesa de Navidad, no tiene porqué incluir obligatoriamente una mariscada de primer plato.

No cabe duda de que la época es propicia para los mariscos, pero el precio resulta desorbitado, y sobre todo la picaresca es en estos días cuando cobra su mayor protagonismo.

Desde finales de Noviembre los responsables de las cetáreas empiezan a almacenar material para estos días, no es pues de extrañar que la mitad de las centollas y langostas que se sirvan en Nochebiuena estén casi vacias.

Y no digamos ya las golfadas que se hacen con las importaciones que son camufladas para dar el pego.

Almejas italianas que son importadas con unos días de antelación para ser vendidas como autóctonas, centollos franceses que se cubren de algas para colar por gallegos, nécoras escocesas que sin más tramite son distribuidas en vivo como de tal o cual puerto del Cantábrico, y hasta algún percebe pequeño, creo que chileno, que solo engaña a los más incautos, pero que puede provocar desagradables discusiones si te lo quieren meter en algun bar poco escrupuloso.

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Potes asturianos

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Publicado en el Diario El Comercio, año 2001.
 

Quizás sea una moda pasajera como aquella calentura que les entró a los restaurantes asturianos de poner todos pechuga de pato a la plancha (el famoso magret), o quizás se trate de algo mas serio como sucedió en Madrid con el cocido, fenómeno que ya ha provocado la edición de varios libros y la apertura de locales especializados, hasta intentos de franquicia, pero lo cierto es que de un tiempo a esta parte, todo el mundo habla del dichoso pote.

No sé ya la cantidad de veces que he tenido que contestar a las tópicas preguntas de ¿Cual es para tí el mejor pote? ¿Cual es el más auténtico?¿En qué restaurante lo hacen mejor? etcétera, así que hoy daré contestación pública a estas cuestiones.

Lo primero que hay que puntualizar es que estamos hablando de un utensilio de cocina, de una cazuela, y que a su vez, esta responde a una forma de vida rural según la cual, arrimando el recipiente al calor del llar y una vez lleno de agua, se echaba dentro a cocer lo que buenamente hubiera a mano, ya fueran nabos, maíz, fabes, patatas o castañas.

Este era el soporte principal, los hidratos de carbono, lo que quitaba la fame, y luego, según fuesen los tiempos, se echaba la carne de que se dispusiera, generalmente productos de la propia matanza que se hacía comunalmente en la aldea o el caserío.

A partir de estas premisas ya se contestan por sí solas casi todas las preguntas. Por ejemplo ¿son las patatas o las alubias ingredientes fundamentales del pote? Bueno pues no, porque ambos productos nos llegaron de América y por tanto no se empezaron a consumir hasta hace relativamente poco tiempo (de hecho la patata no llegó a Asturias hasta el siglo XIX, lo que históricamente hablando, es anteayer)

También se explica que en una sola provincia haya tantas diferencias y ello se debe a que Asturias es una región con cultura de valles, y así en el oriente se mantuvo el consumo de maíz y el pote lleva pantruque, mientras que en Occidente, la pelagra o mal de la rosa, provocó su abandono. Sin embargo, por contaminación social de la vecina Galicia, se usan grelos como verdura y el compango tiene aromas enranciados (no debe tomarse este termino como peyorativo si no que es un rasgo del terruño).

¿Cual es el mejor? Pues evidentemente para los habitantes de la comarca del Eo será el de Casa Vicente de Castropol, para los de Tineo será el de Casa Emburria, en el Crucero, para los llaniscos el del Mesón Xicu de Ardisana, y para los del centro el de Casa Angeles de Peñerudes.

En mi opinión los cuatro citados son realmente magníficos, cada uno en su tipo y con rasgos bien diferenciados.

Pero también se podría hablar de potes históricos, por ejemplo de castañas o hasta de bellotas, que es lo que comían los astures antes de que llegasen los romanos y, porqué no, usando compangos que no lleven pimentón, auténtico verdugo gastronómico que globaliza los potes de toda España y suele servir como herramienta para enmascarar los muchos defectos que las matanzas se producen.

Cada año salen a la luz cientos de «Jornadas del pote», sin embargo yo todavía no he visto ninguna en que el restaurador vaya mas allá de querer embolsarse algunos durillos extra y se preocupe por la dimensión cultural que esta elemental forma de cocina rural supone para Asturias, sobre todo teniendoen cuenta que la fabada no es otra que un pote.

Hasta se podría hacer una guía de potes de Asturias y bien divertida, por cierto.

  Para ver una receta de pote asturiano, pinche aquí

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Resaca de Año Nuevo

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Publicado en el diario El Progreso, año 1994.
 

Aunque este no es el primer domingo del año, si podemos considerarlo así ya que hasta la Epifanía todos los españoles sentimos que las fiestas de Navidad no han terminado y por tanto son estos los últimos coletazos del año que termina y con ellos podemos hablar de la última resaca.

Una resaca de ordago, ya que la juerga empezó con aquella gran juerga que fue el 92, se continuó en Galicia con el Xacobeo y termina, como todos los desmadres, con un mas que preocupante resacón.

Cuando los continuos escándalos de las altas esferas parecían haber tocado a su fin, el último juerguista nacional, el Dandy Mario Conde, cae estrepitosamente, arrastrando con él a millares de adoradores del Becerro de Oro y, los que todavía soñaban con el dinero facil, han visto como aquí no se libra ni el gato de la gran debacle.

Durante las resacas de alcohol y tabaco se sufre un estado depresivo que con una dieta a base de fruta y unas cuantas horas de sueño se suele pasar, en este caso la cosa es más grave y no basta con tomarse el domingo de descanso y el lunes como nuevo. No, esta resaca nacional es de las de campeonato y a partir de mañana, con el estómago revuelto y asqueado de tanta porquería como hemos tragado durante esta juerga, habrá que recoger todas botellas vacías, vaciar los ceniceros, limpiar bien el comedor, recomponer los desperfectos y ponerse a reorganizar la despensa.

Durante bastante tiempo no podremos pensar en mas jolgorio ni en mas desmadre pero sobre todo, lo más importante, es que tampoco debemos compadecernos de nuestro lamentable estado.

Es tiempo de reconstruir la maltrecha situación y no habrá lugar para lamentaciones.

Los días de resaca deben quedar atrás y hay que tener el ánimo bien alto, aunque tengamos que hacer de tripas corazón, hay que andar con paso firme y con voluntad constructiva.

Las plañideras pasaron de moda.

Hay mucho camino por andar y los que nos dedicamos a la hostelería tenemos que llevar la cara alegre, aunque solo podamos ofrecer grelos con cachelos, porque si lo hacemos con gracia y buen humor, sabrán como si llevasen lacón y chorizos.

Basta ya de compadecernos y de llorar por las juergas pasadas, a lo hecho, pecho y bienvenido sea el 94.

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Terrazas para comer

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Diario El Comercio año 2000.
 

Dicen los analistas turísticos que los visitantes que vienen a Asturias lo hacen motivados, en primer lugar por la belleza de nuestros paisajes y en segundo por la gastronomía, y así les pregunto a los señores de la administración ¿porqué no promocionan los comedores en terrazas?, una forma de sincretizar los dos atractivos de mayor incidencia.

Bueno pues no.

Y no es solo que no los promocionen, si no que incluso hasta los castigan, persiguen y sancionan, con unas leyes torticeras y trasnochadas que imponen temporadas absurdas y tributos salvajes, con lo que el hostelero no se puede permitir el lujo de montar unas instalaciones dignas y confortables, si no que se ve casi obligado a poner las sillas y toldos que les regala Coca Cola o cerveza Cruz Campo.

¿Porqué este desatino?¿Porqué no hay en Asturias una auténtica red de terrazas que nos permitan disfrutar de la buena mesa a la vez que del paisaje?

Algunos simplistas le echan la culpa al clima, pero eso es falso, porque precísamente donde se puede disfrutar de estas instalaciones es en climas beningos y no en los extremos como Madrid donde en invierno están a -5ºC y en verano a 45ºC.

En cuanto a la lluvia, les aseguro que en París cae bastante mas que en Oviedo, sin embargo sus aceras están plagadas de artilugios semirígidos que se abarrotan de gente los 365 días del año.

¿Afectan a la estética urbana?

Pues sí, pero para bien, porque uno de los mayores encantos de las ciudades francesas son precísamente las lujosas terrazas de las brasseries, donde unas vulgares salchichas con patatas se convierten en una insuperable tentación.

Nunca olvidaré una comida que hice en la terraza de Casa Colo, en Ceceda, disfrutando del exuberante paisaje que ofrecen las canales que surcan la Sierra de Ques, hasta el punto de que casi ni molestaba la desidia con que tratan habitualmente a los clientes en ese restaurante.

Sin embargo hay que ser un experto para dar con este tipo de comedores en el Principado.

Durante el verano están los chiringuitos de los puertos de mar, Cudillero, Candás, Tazones, Llanes, etcétera, pero se trata de instalaciones precarias en las que a la incomodidad de las sillas de plástico hay que sumar el latazo de los mendigos, perros piojosos, viento, olores a basura, camareros de fortuna, y hasta no pocas veces un inoportuno chaparrón.

Como terrazas recomendables solo me han venido a la mente media docena (pido perdón a los posibles olvidados que seguro me he dejado en el tintero), a saber: en Gijón El Puerto, Las Delicias y La Pondala, en Cangas de Onís La palmera, y cerca de Oviedo, la Venta del Jamón y El Asador de Abel.

¿Será esta la asignatura pendiente de la hostelería asturiana?

Pues puede que sí, porque lo que no es de recibo es que para disfrutar de este maravilloso aire libre asturiano haya que llevarse el filete en la tartera para comérlo en un merendero que a duras penas si consigues que te pongan un mantel de papel.

En Asturias cada rincón es un espectáculo maravilloso, y no es que reniegue de las areas recreativas, que son una delicia, pero cuando viene algún amigo de la meseta, invitarle a comer un bocata sentado en un tronco, pues no es la cosa.

Con el nivel de cocina que tenemos, Asturias necesita empresarios que apuesten por integrar el paisaje en sus comedores. Terrazas climatizadas, con menaje de lujo y buen servicio: éxito seguro.

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Tertulias gastronómicas

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Diario El Comercio año 2000.
 

No consigo recordar qué notable cronista español, quizás Diaz Cañabate, afirmaba que las famosas tertulias de los cafés madrileños eran solo una forma ingeniosa de burlar las hambres seculares con que los pobres intelectuales españoles comulgaban a diario.

Con un palillo en la boca y sacudiéndose la solapa de migas, entraban en el café aparentando venir de hacer lo propio en algún comedor de la villa y es que durante siglos, el hambre, algo que hoy día solo nos despierta compasión o recuerdos del endocrino, no solo se sufrió como un drama social, si no que se vivía como una verguenza entre quienes la padecían.

¿Qué se hacía en aquellas históricas tertulias?

Pues de todo, menos comer, claro.

Se fabulaba, se conspiraba, incluso se reía, porque, curiosamente, en los tiempos de crisis es cuando los españoles desarrollamos nuestro mejor humor.

Sin embargo hoy las tertulias son como una prótesis para un miembro que goza de perfecta salud, pero que parece traer cierto recuerdo nostálgico, algo aquello de que «todo tiempo pasado fue mejor».

«Pero Antonio ¿Para qué llevas esa pierna de madera al hombro?» pregunta el amigo, y el otro le responde: «Chico, como uno nunca sabe cuando le pueden atropellar. Ví que hacían rebajas en la ortopedia y he preferido curarme en salud».

Hoy día ya no hay hambres que engañar ni tiempo que distraer, al contrario, nos faltan horas y nos sobra comida, por lo que las tertulias están en fase de agonía.

Un servidor de ustedes, que como saben es un nostálgico, recordando cuando acompañaba a su padre a la cervecería Alemana de la plaza de Santa Ana, al Café Central de la glorieta de Bilbao, o al Gijón del paseo de Recoletos, pequeños nucleolos burgueses del escaso liberalismo que permitía el franquismo, intentó con poco éxito retomar esta saludable costumbre en estos valles, y a pesar de la buena fé de mis queridos y doctos contertulios, lo cierto es que de aquestos debates no conseguimos tan siquiera derribar un simple gobierno regional.

Nacen con objetivos intelectuales, con ideas políticas y hasta con talantes paramasónicos, pero siempre se empieza por un suculento ágape y ya se sabe, por razones fisiológicas (parece ser que la sangre que debería irrigar el cerebro se reconduce al tracto gástrico para facilitar la digestión), con el estómago lleno solo apetece fumarse un buen puro, y seguir la dulce charla moviendo un cubito de hielo en el Macallan 12.

Una de las únicas tertulias, por no decir la única, que ha sobrevivido en estos tiempos mas de una década, es la llanisca La Tajca (el vocablo no tiene mas esoterismo que la gracia que les hacía a los amigotes cuando el José Castro, «el Quillo», en vez de chigre decía tasca (en andaluz pronunciado tajca), y de ahí le quedó el nombre).

Su filosofía es absolutamente epicúrea, juntarse para comer cada viernes del año, excepto Viernes Santo y noviembre, mes de vacaciones del restaurante El Jornu, promotor de la idea, para hablar de lo divino y humano, y si es necesario arreglar Asturias, pues se hace en un pispas.

Otra que aguanta es la «¡Viva Don José!», grito que recuerda al de las cortes gaditanas de «¡Viva la Pepa!» y que funciona en Oviedo los primeros miércoles de cada mes.

Menos periódica pero mas antigua es la del «Rutiu», aunque al ser itinerante y no publicar ninguna obra, su labor queda hermética en su propio seno.

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